«Testigos de una atrocidad»

 Paul Preston

London School of Economics and Political Science

 

Las atrocidades que se cometieron en Málaga y después en la carretera que iba de la ciudad a Almería fueron anticipadas antes de la caída de la ciudad por su artífice, el general Gonzalo Queipo de Llano. En enero de 1937, Gamel Woolsey, la mujer de Gerald Brenan, le escuchó declarar en una de sus emisiones radiofónicas previas a su asalto a la ciudad:

Sí, canalla anarquista de Málaga, ¡Esperad a que llegue dentro de diez días! Me sentaré en un café de la calle Larios a tomarme una cerveza, y por cada trago que dé, caerán diez de los vuestros. ¡Fusilaré a diez de los vuestros por cada uno de los nuestros aunque tenga que sacarlos de la tumba para fusilarlos![1]

El avance rebelde comenzó el 9 de enero de 1937, bajo el mando conjunto del general italiano Mario Roatta, desde tierra, y de Queipo, que se instaló en el crucero Canarias[2]. A lo largo de los meses anteriores, tanto en sus emisiones radiofónicas como en hojas volantes lanzadas sobre la ciudad, Queipo había amenazado con una sangrienta venganza por la represión llevada a cabo durante los siete meses durante los cuales Málaga había estado en manos del Comité de Salud Pública, dominado por la CNT-FAI[3]. Sus amenazas confirmaban los escalofriantes relatos de los miles de refugiados llegados a la ciudad huyendo de la barbarie desatada por las columnas de Falangistas, Regulares Indígenas y el Tercio de Extranjeros en los pueblos de Cádiz, Sevilla, Córdoba y Granada. La caída de Antequera, el 12 de agosto, y de Ronda, el 17 de septiembre, provocó una avalancha hacia la capital malagueña de 35.000 mujeres, ancianos y niños desesperados y hambrientos[4].

[1] Woolsey, Gamel, Death’s Other Kingdom, London, Longmans, Green, 1939, pp. 34-35.

[2] Faldella, Emilio, Venti mesi di guerra in Spagna, Florencia, Le Monnier, 1939, pp. 233-235.

[3] ABC (23 de agosto, 3 de septiembre, 10 y 22 de noviembre de 1936); La Unión (24 de agosto de 1936); Bahamonde y Sánchez de Castro, Antonio, Un año con Queipo, Barcelona, Ediciones Españolas, n.d. [1938], pp. 125-126; Norton, Edward, Muerte en Málaga. Testimonio de un americano sobre la Guerra Civil española, Málaga, Universidad, 2004, pp. 170-187, 193-208 y 225-242; Ramos Hitos, Juan Antonio, Guerra civil en Málaga 1936-1937. Revisión Histórica, Málaga, Algazara, 2003, pp. 217-235, 244-272 y 283-285; Gollonet Megías, Ángel y Morales López, José, Sangre y fuego. Málaga, Granada, Librería Prieto, 1937; Gómez Bajuelo, G., Málaga bajo el dominio rojo, Cádiz, Establecimientos Cerón, 1937, pp. 81-84; López, Tomás, Treinta semanas en poder de los rojos en Málaga. De julio a febrero, Sevilla, Imprenta de San Antonio, 1938, pp. 61-66 y 93-101; García Alonso, Francisco, S. J., Flores del heroísmo, Sevilla, Imprenta de la Gavidia, 1939, pp. 76-79, 90-103 y 129-136.

[4] Martínez Bande, José Manuel, La campaña de Andalucía, Madrid, San Martin, 1986, pp.153-165. El relato de la campaña escrito por el propio Queipo puede leerse en ‘Servicios de Campaña’, adjunto a su Declaración

de Servicios Prestados, Queipo de Llano y Sierra, Gonzalo, sección 1.a, leg. Q-13, Archivo General Militar de Segovia. Véase también Prieto Borrego, Lucía y Barranquero Texeira, Encarnación, Población y Guerra Civil en Málaga: Caída, éxodo y refugio, Málaga, CEDMA, 2007, pp. 21-97.

Después de los bombardeos intensivos de la aviación italiana y de los buques de guerra rebeldes, el lunes 8 de febrero de 1937, cayó una Málaga mal defendida[5]. A pesar de la facilidad de su victoria, Queipo no tuvo piedad. Durante una semana se prohibió el acceso de civiles a la ciudad, mientras se fusilaba a cientos de republicanos sobre la base de simples denuncias. Muchos derechistas afirmaron que, si habían escapado con vida de manos de los rojos, fue solo porque «no les dio tiempo» de acabar con ellos. Un oficial de Queipo de Llano señaló sarcásticamente: «A los rojos, en siete meses, no les dio tiempo; nosotros en siete días tenemos tiempo sobrado. Decididamente son unos primos»[6]. Las detenciones se contaron por millares. Cuando los prisioneros desbordaron las cárceles, se habilitaron campos de concentración en Torremolinos y Alhaurín el Grande[7].

Incluso antes de la llegada de las fuerzas de Queipo, decenas de miles de refugiados huyeron despavoridos por la única vía de escape posible: los casi doscientos kilómetros de la carretera de la costa hacia Almería[8]. Estas primeras salidas del día 6 de febrero fueron comentadas por Arthur Koestler, el corresponsal del News Chronicle de Londres. Por la mañana, hubo bombardeos aéreos:

Hacia las 2 de la tarde comienza el éxodo desde Málaga. La carretera hacia Valencia está inundada por un río de camiones, coches, mulas, carros, gentes asustadas que riñen entre ellas. Esta riada arrolla y arrastra todo: civiles, milicianos desertores, oficiales desertores, el gobernador civil, algunos oficiales del Estado Mayor. De las arterias de Málaga, la riada chupa toda su potencia de resistencia, su fe, su moral. Nada puede resistir su fuerza magnética. […] Nadie sabe nada del destino de esta riada una vez que se pierde de vista al torcer la primera curva en la carretera hacia el este. Corren algunos extraños rumores por Málaga […] la carretera está todavía abierta, pero bajo el fuego de los buques de guerra y de aviones que ametrallan a los refugiados. Nada, entonces, puede ya detener al río: fluye y fluye, y se alimenta sin cesar de las fuentes del miedo[9].

La huida no tenía ninguna protección militar. En su emisión del 8 de febrero, Queipo se refirió entusiasmado a “grandes masas de fugitivos que salían de Málaga para Motril, y la Aviación salió para ayudarles a correr, lo que consiguió bombardeando las concentraciones de fugitivos e incendiando varios camiones”. La magnitud de la represión dentro de la ciudad caída explicaba por qué estaban dispuestos a pasar por el calvario. A lo largo de la carretera mal asfaltada, sembrada de cadáveres y heridos, la gente aterrorizada avanzaba penosamente. Se vieron madres muertas con bebés todavía mamando de sus pechos, niños muertos y otros perdidos en mitad de la confusión, mientras sus familias los buscaban frenéticamente[10].

Se calcula que emprendieron la huida más de cien mil desplazados, algunos sin nada, otros con utensilios de cocina y ropa de cama. Aunque es imposible calcular el número exacto de víctimas, parece seguro que hubo entre tres y cinco mil[11]. En sus charlas radiofónicas posteriores, Queipo negaba haber atacado a los refugiados y culpaba de su huida a la propaganda republicana[12]. Sin embargo, en el relato de los hechos lleno de autobombo que acompañaba a su solicitud de la Laureada, se jactó de haber perseguido a unos quinientos republicanos «sañudamente sin que uno solo lograse escapar». Desde los primeros momentos los refugiados que desbordaban la carretera de Málaga a Almería fueron bombardeados desde el mar por los buques de guerra Cervera y Baleares y desde el aire y luego ametrallados por las unidades italianas que los perseguían[13].

Los relatos de numerosos testigos presenciales, entre los que se encontraba Lawrence Fernsworth, corresponsal de The Times de Londres, impidieron a los rebeldes negar las horrendas atrocidades cometidas contra los civiles republicanos. Uno de sus artículos contó el testimonio de un aviador republicano que dijo que hubo diecisiete buques de guerra, españoles, italianos y alemanes, disparando contra los refugiados[14]. Mucho de lo que se sabe es debido al distinguido médico canadiense Norman Bethune. Estuvo en España poco tiempo, desde principios de noviembre de 1936 hasta finales de mayo de 1937. Sin embargo, su contribución al Servicio de Transfusión de Sangre de la República fue de proporciones monumentales. Bethune era un cirujano torácico innovador, comunista comprometido e impulsado por la compasión por los más necesitados para quienes se lanzaba con una energía impresionante. Según Hazen Sise, el arquitecto canadiense treintañero que trabajó estrechamente con Bethune en España: “Era, literalmente, la clase de persona que podría decir: ‘Levántate y sígueme’, y lo seguirías. Exudaba una especie de autoridad”[15]. La Comisión Canadiense de Ayuda a la Democracia Española (CASD) había decidido enviar una unidad médica a Madrid y el Dr. Bethune, convencido de la imperiosa necesidad de enfrentar al fascismo en España, aceptó la invitación de dirigirla. A la sazón, era Jefe de Cirugía Torácica en el Hôpital du Sacré-Coeur de Montreal. Dimitió, salió de Canadá el 24 de octubre y llegó a Madrid el 3 de noviembre. Fue acompañado por el periodista danés-canadiense, Henning Sorensen, quien al dominar francés y español actuaba como su intérprete. Después de recorrer los hospitales y las instalaciones sanitarias en los frentes de Madrid, Bethune se dio cuenta de que había un número suficiente de cirujanos de primera línea pero, en cambio, faltaba al Servicio Sanitario republicano provisiones para la transfusión de sangre. La falta de las cuales influía gravemente en la alta tasa de mortandad entre los soldados heridos.

Muchos heridos murieron desangrados o estaban tan debilitados por su pérdida de sangre o por el “shock” de un balazo que cuando llegaban a un hospital, usualmente después de un viaje accidentado, no podían soportar la cirugía. El Servicio de Transfusión Sanguínea de Barcelona, bajo la dirección del médico pionero Frederic Duran i Jordà solucionaba el problema con el siguiente procedimiento: se recogía la sangre de donantes civiles y, después de un proceso de conservación, era transportaba a los hospitales de primera línea. Bethune creó un servicio semejante en Madrid. Obtuvo el apoyo del jefe de los servicios sanitarios de las Brigadas Internacionales y de los jefes del Socorro Rojo Internacional, quienes le asignaron una sede espaciosa en el número 36 de la calle Príncipe de Vergara. uno de los bulevares elegantes del barrio de Salamanca. Siendo una de las zonas más selectas de Madrid, los franquistas se cuidaban de mantenerla a salvo de los bombardeos de los rebeldes. El CASD financiaría generosamente el proyecto. Bethune viajó a París para comprar equipamiento. Frigoríficos, microscopios y otros muchos materiales sanitarios y luego, pasó a Londres, donde compró un cinco-puertas Ford que fue convertida en una ambulancia. Bethune fue nombrado comandante del ya creado Instituto Canadiense de Transfusión de Sangre, con el rango de coronel del Ejército Republicano. La misión del Instituto fue secundada entusiásticamente por los miles de madrileños que se prestaron a donar sangre[16].

Para finales de diciembre de 1936, el equipo del Instituto Canadiense ya estaba dando las primeras transfusiones de sangre en la Ciudad Universitaria. El servicio funcionaba durante las 24 horas del día. Incluso si se encontraban durmiendo, Bethune, Sise y Sorensen estarían listos en cuestión de minutos para ir, con un escolta armado, a transportar la sangre a donde hubiera necesidad y llevar a cabo las transfusiones. El equipo rápidamente se hizo famoso por los frentes de Madrid y tanto médicos como heridos agradecían su labor. La unidad médica británica, por ejemplo, había montado un pequeño hospital en un centro en Villarejo de Salvanés. El Dr. Reginald Saxton, con conocimientos básicos de transfusión, y utensilios muy rudimentarios, fue designado transfusionista del equipo. Sin poder contar con donantes locales, todo el personal sanitario estaba dando sangre hasta los límites extremos. Saxton estuvo al punto de la desesperación cuando, recuerda, “como un hada madrina, apareció Norman Bethune”. Saxton recibió de Bethune consejos sobre las técnicas de transfusión y una nevera llena de sangre, además de unos instrumentos necesarios. Al principio el servicio suministraba sangre por todos los 56 hospitales de Madrid, pero pronto se amplió a incluir a 100 instalaciones sanitarias a lo largo de la totalidad de los 1.000 kilómetros de frente. Pero Bethune preveía un servicio de transfusión de sangre capaz de llevar sangre más allá de los alrededores de Madrid para servir los diversos frentes donde quiera que hubiera combates. Bethune quería crear en toda la España republicana centros similares a los de Madrid y Barcelona[17].

El Coronel Carlos Cerrada, director de la recién creada Sanidad Militar en Valencia, se declaró a favor de la propuesta siempre que Duran i Jordà diera su aprobación y que Bethune pudiera conseguir del CASD el necesario apoyo financiero. Bethune y Sorensen se trasladaron al Instituto de Barcelona para consultar con el Dr. Duran. Allí, pudieron examinar las innovaciones de Duran en cuanto a los instrumentos, el equipo y las técnicas de la conservación y transfusión de sangre. Cuando Bethune le hizo su propuesta al joven hematólogo, Duran señaló su aprobación, pero insistió que fuera Barcelona y no Madrid el principal centro de recolección y distribución de sangre. Esta era una petición comprensible ya que el servicio de Barcelona se había establecido primero, sus instalaciones eran muy superiores a las de Madrid y sus métodos para el tratamiento y distribución de la sangre eran más sofisticados. Todo esto fue reconocido por Bethune que estaba consciente de que Duran ​​era hematólogo calificado, mientras que él no lo era y tampoco hablaba español. Bethune aceptó los términos de Durán y juntos empezaron planificar el desarrollo del servicio. Con fondos de la CASD, Bethune reunía el equipamiento y al personal necesarios. En París adquirió un vehículo que, con unos cambios, sería similar a los camiones refrigerados del Instituto Barcelona para el transporte de la sangre. Hazen Sise comentó que Bethune “Regresó con un camión Renault descomunal y era un elefante pesado e incómodo y un diablo de conducir”. Sise lo llevó a la fábrica de General Motors en Barcelona cerca de la Sagrada Familia. Los obreros anarcosindicalistas de la CNT que la habían colectivizado le dieron todas las facilidades necesarias para convertirlo en ambulancia[18].

Sería en esta ambulancia que Bethune, su ayudante Size y su treintañero conductor inglés, el aspirante a novelista Thomas Cuthbert Worsley, se pasarían tres días y tres noches haciendo viajes de ida y vuelta en la carretera de Málaga a Almería para ayudar a los huidos[19]. Worsley había viajado a España con el poeta Stephen Spender, a través de quien conoció a Hazen Sise. Los dos vinieron en una misión del Partido Comunista Británico pero también con la esperanza de encontrar a su amante compartido, el prostituto masculino Tony Hyndman, que ya se había unido a las Brigadas Internacionales[20].

Debemos a Worsley una descripción de cómo fue el camión una vez convertido en ambulancia:

El camión era un artefacto cerrado de dos toneladas. El frigorífico estaba colocado en el otro extremo de la puerta trasera, detrás del asiento del conductor. En cambio, el dínamo y el motor de gasolina estaban cerca de esa puerta trasera, colocados en el centro del camión sobre el chasis. Esta maquinaria era demasiado grande para permitir que las literas que corrían por los costados tuvieran más de medio metro de ancho. Debajo de las literas se encontraban las baterías para el frigorífico, mientras que encima de ellas había cómodos cojines rojos de aire[21].

A comienzos de 1937, Bethune había preparado planes de llevar sangre hacia la costa andaluza para los combatientes republicanos que se enfrentaban al avance de las fuerzas de Queipo y Roatta. Sise y Worsley llevarían el Renault cargado de sangre para establecer un puesto de transfusión. Bethune vendría en el Ford. Al llegar a Valencia, Bethune fue al cuartel general del Socorro Rojo Internacional donde encontró a Vittorio Vidali y Tina Modotti que estaban allí examinando posibles planes sanitarios para la situación difícil del sur. Sería un encuentro con importantes consecuencias para los refugiados que ya estaban camino a Almería. Vidali, con el pseudónimo del Comandante Carlos Contreras, había sido uno de los principales inspiradores de la creación del Quinto Regimiento. Su compañera “Tina” fue la fotógrafa y actriz italiana Assunta Adelaide Luigia Modotti, amiga de los pintores mexicanos Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Frida Kahlo. Afiliada al Partido Comunista, había pasado una temporada en la Unión Soviética con su amante Vidali. Ambos se incorporaron al aparato central del Socorro Rojo Internacional. Trabajaron en varios países, llegando a España a finales de diciembre de 1935. Después de golpe militar de julio de 1936, Tina y la militante comunista Matilde Landa se habían alistado en el batallón femenino del Quinto Regimiento y fueron destinadas al Hospital Obrero. Modotti vivía en el edificio contiguo al de Bethune y tenía su oficina en el piso de arriba. Colaboró con Bethune en la distribución y transfusiones de sangre en Madrid y en los frentes alrededor de la capital[22].

Vidali y Modotti informaron a Bethune de que el asalto rebelde a Málaga había comenzado y que sería demasiado arriesgado seguir hacia el sur. La opción más segura habría sido establecer un centro de transfusión de sangre en Valencia pero, a Bethune, esa parecía una idea indigna. Bethune, Sise y Worsley decidieron continuar hacia Málaga. Poco después, llegó a Valencia la noticia de que algunas autoridades civiles habían huido de Almería donde los suministros de agua, gas y electricidad habían sido cortados. El Socorro Rojo decidió enviar un equipo a Almería, encabezada por Matilde Landa y Tina Modotti. Mientras tanto, Bethune abandonó el Ford en Murcia y él, Sise y Worsley en el Renault seguían hacia el sur[23]. Al llegar a Almería en la tarde del día 10 de febrero, encontraron una ciudad hambrienta que había sido bombardeada tanto desde el aire como del mar. En el Gobierno Civil, les dijeron tajantemente que sería demasiado peligroso continuar: “No hay ningún sitio a donde se pueden dirigir. Ni sabemos dónde están nuestras tropas. No habrá nada”. No hicieron caso y después de tomar unas alubias en un hotel, seguían hacía Málaga[24].

A los dieciséis kilómetros tropezaron con una extraña procesión de seres humanos y animales viniendo desde Málaga. Se pararon y Sise tomaba unas fotos que luego se hicieron famosas. Muestran la parte delantera de la caravana no la avalancha espantosa que vino atrás. Al principio, a pesar de las escenas horrendas que presenciaban, Bethune estaba convencido que su misión primordial era llevar la sangre que transportaban al frente. Escribió Bethune:

Lo que importaba ahora era que en algún lugar a este lado de la ciudad caída, las líneas republicanas seguramente se estarían reformando. En algún sitio, habría nuevas defensas, ahora más amargamente disputadas. En algún lugar del camino allí habría combates, acciones de retaguardia por lo menos, heridos, agonizantes, necesitados de la sangre que habíamos traído de Madrid.

Sin embargo, llegó un momento en que no podían más. Ya no habría tiempo  para más fotos.  Se dieron la vuelta para dedicarse a rescatar a cuantos niños, ancianos y enfermos pudieron y trasladarles a la relativa seguridad de Almería[25].

Sise lo contaba después:

Luego nos topamos con esta patética procesión de personas, primero pequeñas multitudes, luego más y más densas. El sol se puso, se hizo el anochecer, y todavía este río de la humanidad venía arremetiendo contra nosotros. […] Y Bethune, mientras conducíamos, estaba murmurando y maldiciendo para sí mismo, y mientras la luz aún duraba, detuvo el automóvil, me llamó para sacar la cámara Leica y tomar fotografías de estos refugiados. Seguimos hasta las nueve o las diez de la noche y en un pueblecito nos dijeron que los fascistas estaban a pocos kilómetros y que no debíamos avanzar más. En este punto, Bethune se había conmovido profundamente sobre esta procesión andrajosa de la humanidad, y la gran cantidad de niños que habíamos comenzado a contar, y contamos como cuatro o cinco mil, y de repente tomó la decisión, en su forma característica, de que […] nos olvidáramos de nuestra sangre almacenada para transfusiones, y tratáramos de salvar a tantos niños como fuera posible. Dimos la vuelta al camión grande, y comenzamos a cargarlo con niños, incluidas dos mujeres embarazadas en su último período, y casi treinta se atascaron y las puertas se cerraron de golpe. Lo conduje de regreso con […] Tom Worsley a Almería, dejé a los niños en uno de los hospitales del Socorro Rojo[26].

Bethune describió la misma escena con más detalle:

El camión se detuvo bruscamente contra un muro de refugiados y animales. Llenaron la carretera entera. Mujeres gritaron, burros se encabritaron, muchas caras se apretaron contra nosotros, y tan pronto como habíamos llegado a la cima de la colina, el muro de refugiados fue reformado para moverse alrededor del camión. Pero fue la escena de abajo la que nos dejó sin palabras. La llanura se extendía en la distancia hasta donde alcanzaba la vista, y a través de la llanura, donde debería haber estado el camino, se retorcía veinte millares de seres humanos, como una oruga gigante, sus muchos miembros levantando una nube de polvo, moviéndose lenta, pesadamente, extendiéndose desde más allá del horizonte, a través del árido y llano país y hasta las estribaciones de la sierra.

Bethune relató lo que vio en:

Doscientos ki1ómetros de miseria, […] esta marcha forzada, la más grande, la más terrible evacuación de una ciudad que hayan visto nuestros tiempos. […] venían primero los más fuertes. los que habrían podido transportar sus cosas en burros. mulas y caballos. Los dejamos atrás, y a medida que íbamos avanzando el espectáculo se hacía más lastimoso. Miles de niños […] niños sin zapatos, con los pies hinchados; niños que lloraban desesperados de dolor, de hambre, de cansancio. Había una mujer de sesenta años que no podía dar un paso más. La sangre de las ulceras de sus piernas hinchadas teñía de rojo sus alpargatas blancas. Muchos viejos abandonaban toda esperanza y, tumbados en la cuneta del camino, esperaban la muerte[27].

Después de la guerra, Worsley también ofreció un relato horripilante de lo que había presenciado:

Los refugiados seguían llenando la carretera y, cuanto más avanzábamos, en peores condiciones se encontraban. Algunos llevaban zapatillas de caucho, pero la mayoría iba con los pies envueltos en harapos, algunos descalzos y casi todos sangrando. […] Llevábamos más de ciento veinte kilómetros adelantando a una muchedumbre desesperada, muerta de hambre y de extenuación y la riada humana no daba signos de disminuir. Bethune dijo: “Diez mil, no; treinta mil, cuarenta mil. Pobres diablos, nos podemos imaginar lo que sufren” […] Entonces oyeron el débil zumbido de dos bombarderos. Las cunetas de la carretera, las rocas y la playa se llenaron de refugiados, que se acurrucaban en todos los huecos boca abajo, apretándose contra el suelo. Los niños tendidos levantaban sus ojos asustados hacia el cielo, mientras las manos apretaban los oídos o se doblaban hacia atrás para proteger el punto vulnerable de la nuca. Por todas partes buscaban cobijo grupos de personas; madres al borde de la extenuación protegían con su cuerpo el de sus hijos, apretándolos contra cualquier entrante o hueco del terreno, y aplastándose contra la tierra pedregosa mientras los aviones rugían cada vez más próximos. Bethune dijo: “Estos pobres han sufrido antes otros bombardeos y saben demasiado bien qué es lo que debían hacer”.

Decidieron llenar la ambulancia de niños. Abrieron la puerta trasera y cuenta Worsley:

Al instante nos convertimos en el centro de una masa delirante de personas que gritaban, rogaban y suplicaban ante aquella repentina aparición milagrosa. La escena parecía irreal, con los rostros vociferantes de mujeres que sostenían bebés desnudos por encima de sus cabezas, implorando, llorando y sollozando con gratitud o decepción.

En medio del torbellino, Bethune intentaba seleccionar los niños que consideraba más necesitados pero en seguida fue abrumado por las mujeres desesperadas. Se llenó la ambulancia y emprendieron el primero de varios viajes a Almería.

Cuando volvió Worsley, se encontró con unas escenas aún peores. Los más fuertes ya habían pasado y ahora venían los débiles y los enfermos:

Los ojos de las mujeres estaban llenos de pus y goma, sus rostros estaban manchados de lágrimas, polvo y agonía. Los bebés que sostenían tenían principalmente una prenda pequeña y sus piernas y nalgas, que estaban descubiertas, eran una masa de llagas y erupciones. […] El camión estaba repleto, apretado hasta la asfixia, y la gente de abajo todavía lo rodeaba suplicando y suplicando: “No es para mí, compañero, no es para mí lo que pido. Pero toma al niño, salva a mi niño” , “Santa María, salva al pequeño”, “Madre de Dios, no dejes a mi niño”.

Worsley hizo juegos malabares para meter todos los niños que pudiera pero estaba desolado por la imposibilidad de llevar más. El diario de Bethune es más conmovedor aún que la versión de Worsley[28].

En Almería, en el hospital del Socorro Rojo, Matilde Landa y Tina Modotti se hicieron cargo de los niños que les traían Bethune, Sise y Worsley. Luego Modotti le dijo a Vidali que “la guerra es odiosa, pero esta masacre de mujeres, niños y ancianos es el acto más horrible”. De Bethune, dijo: “Era maravilloso, incansable. En lugar de hacer transfusiones de sangre, se preocupó por salvar niños y salvó a cientos de ellos”. Matilde Landa fue designada por el Comité Ejecutivo del SRI para organizar el abastecimiento de alimentos, medicamentos, ropa, alpargatas y la ayuda monetaria. Intentaba reunir familias que habían sido separadas, utilizando la prensa local, la emisora de radio y las distintas oficinas de evacuación. Bajo su dirección, la delegación del Socorro Rojo de Almería atendió a unos 22.000 refugiados, repartiendo unas 500 toneladas de víveres y aproximadamente 2.500.000 pesetas. Al organizar camiones para llevar los niños a Valencia, tuvo Matilde que amenazar con una pistola a los hombres desesperados que se abalanzaban sobre los vehículos[29].

Cuando hubieron hecho todo lo posible por los refugiados en Almería, Sise y Worsley regresaron a Madrid, mientras que Bethune iba a París para comprar equipamiento adicional de transfusión que se necesitaba. A la vuelta a Valencia, basándose en su diario, escribió su conmovedor relato presencial del éxodo de Málaga que se publicaría como el folleto El crimen del camino Málaga-Almería. Él también reunió a la prensa extranjera para denunciar al mundo los acontecimientos trágicos que había presenciado[30].

Bethune escribió en el folleto:

Llevábamos de treinta a cuarenta personas en cada viaje, y trabajamos así tres días y tres noches. En el hospital del Socorro Rojo Internacional de Almería, los refugiados recibían atención médica, alimento y ropa. Al incansable esfuerzo de los conductores del camión, Hazen Sise y Thomas Worsley, se debe la salvación de muchas vidas. Iban y venían, alternando, día y noche, durmiendo a campo abierto entre los turnos, sin más alimento que naranjas y pan. Oíd ahora el final. Como si no fuese bastante haber bombardeado y cañoneado a esa procesión de campesinos inermes a lo largo de su caminata interminable, el día 12 de Febrero, cuando el pequeño puerto de Almería estaba atestado de gente refugiada, cuando la población se había duplicado, cuando aquellas cincuenta mil personas exangües habían llegado al sitio que creían un abrigo seguro, los aeroplanos fascistas, alemanes e italianos, desataron sobre la población nutrido bombardeo. La sirena de alarma sonó treinta segundos antes de que cayera la primera bomba. Los aviones enemigos no buscaron blanco en los buques de guerra del Gobierno español que estaban en el puerto. Deliberadamente arrojaron diez bombas en el centro mismo de la ciudad, en la calle principal, donde, amontonados en el pavimento, dormían exhaustos los refugiados. Cuando se habían alejado los aviones, levanté del suelo los cadáveres de tres niños que habían estado tres horas de pie en una cola frente al Comité Provincial de Evacuación, esperando su ración de una taza de leche condensada y un pedazo de pan, único alimento disponible. La calle parecía un degolladero, con los muertos y los agonizantes, alumbrado por las llamas de los edificios que ardían. En la oscuridad, los quejidos de los niños heridos, los gritos de las madres agonizantes y las maldiciones de los hombres, se alzaban en un lamento de masa basta hacerse intolerable. Sentía yo el cuerpo pesado, como el cuerpo de los muertos, pero hueco y vacío, y en mi cerebro se encendía una llama de odio. Aquella noche fueron ametrallados, desde los aeroplanos, cincuenta paisanos, y hubo más de cincuenta heridos. Murieron dos soldados[31].

Lo que no dijo Bethune en su alegato es que cuando Sise conducía de regreso a Almería, él y Worsley caminaron entre los refugiados; y cuando Worsley conducía, Bethune volvía a caminar, un cuerpo exhausto más en la columna de personas desesperadamente cansadas y hambrientas. La segunda noche, Bethune y Sise llevaron un camión lleno de niños a un sanatorio en las afueras de Almería. Habiendo caminado tanto tiempo desde Málaga, y con tanto miedo, los niños se derrumbaron. Cuando no apareció nadie para alimentarlos, Bethune se puso furioso. Él irrumpió en la cocina, dio órdenes al personal y, con Sise, llenó unas cacerolas inmensas y grandes con toda la leche disponible, las calentó y tiró dentro todo el pan que pudo encontrar, maldiciendo a todos a la vista. Aparecieron cuencos y cucharas. Bethune alimentó a los niños, Sise encontraba la manera de acostarlos y luego volvieron los dos a la carretera para buscar más[32].

La joven periodista inglesa Kate Mangan viajó con el corresponsal del The Times, Lawrence Fernsworth y otros periodistas para investigar la situación de refugiados que huían de la represión en Málaga. A la sazón, ella trabajaba con Constancia de la Mora en la oficina de prensa del gobierno republicano en Valencia. Su sombrío relato del encuentro con los fugitivos allí es una valiosa adición a lo escrito sobre la tragedia por Bethune y Worsley. Los contactos con diplomáticos británicos que tuvieron Kate y sus compañeros a lo largo del camino arrojan una luz reveladora de la actitud antirrepublicana de la política exterior de Londres. Tropezaron con el vicecónsul británico en Almería:

Le preguntamos si era cierto que los buques de guerra británicos estaban llevando suministros a Málaga ahora que había caído en manos de Franco y dijo que sí. Luego le preguntamos si alguno de ellos vendría aquí con comida y dijo que no[33].

La llegada de los refugiados a Almería causó horror y confusión, y fue recibida con un contundente bombardeo aéreo dirigido contra el centro de la ciudad, donde se hacinaba la multitud exhausta. El bombardeo de los refugiados durante el trayecto y en las calles de Almería fue un símbolo de la “liberación” que los rebeldes se proponían llevar a cabo[34].

Según Jan Kurzke, el compañero sentimental de Kate Mangan:

Bethune regresó un hombre cambiado. La apariencia del médico siempre fue excéntrica; pequeño y dinámico, correspondía a la noción popular de un genio. Esta vez, dijo Jan, había regresado con el aspecto de un profeta bíblico, con la cara quemada por el sol del sur, tan roja como una langosta, lo que hacía que su cabello blanco y ralo despeinado fuera aún más llamativo. Su historia de los refugiados fue espeluznante; una historia de horror y atrocidad[35].

Después de la caída de Málaga y el éxodo posterior, el gobierno de la República creó una Comisión ministerial para preparar un informe. El ministro de Justicia, Juan García Oliver, el ministro de Obras Públicas, Julio Just Gimeno y el ministro de Agricultura, Vicente Uribe se desplazaron a Almería, donde llevaron a cabo varias entrevistas y presentaron su informe el 11 de febrero de 1937. El informe fue dado a la prensa internacional por García Oliver. Dio una de las visiones más trágicas de los acontecimientos:

La evacuación de Málaga comenzó cuando la población supo de las dificultades de los frentes, pero nadie creyó que el éxodo voluntario iba a asumir el carácter de un cataclismo humano desconocido en la historia de Europa. Las calles de Málaga se llenaron de una inmensa multitud que gritaba de terror y de odio cuando corrió la voz “Vienen los fascistas”. Fue como si la multitud se hubiera vuelto repentinamente loca de miedo y furia. Más de 100.000 habitantes de la localidad y varios miles de refugiados se dieron a la fuga rápidamente por la carretera de Almería, donde se esperaba alcanzar la paz y liberarse del odio fascista. La esperanza enseguida se convirtió en una sangrienta realidad. El camino se convirtió en un infierno bombardeado por los barcos fascistas españoles y los aviones alemanes e italianos. Los aviones en formación masiva lanzaron bombas y dispararon con ametralladoras sobre la miserable multitud. El camino se llenó rápidamente de muertos. En medio del pánico general hubo una serie de actos de heroísmo individual. Muchos de los que ya no podían caminar estrangulaban a sus hijos antes que dejarlos caer en manos de los fascistas, luego se golpeaban la cabeza contra las piedras o se arrojaban bajo las ruedas de los camiones. Los niños que habían perdido a sus padres y madres corrían llorando y tirándose al suelo, y muchos eran pisoteados por la multitud que avanzaba. Acosados ​​todo el camino, sin comida ni bebida y con los tanques y camiones de la vanguardia fascista disparándoles en plena carretera, llegaron finalmente a Motril. Pero Motril solo les dio un breve respiro. El pueblo desesperado se tendió en las calles por un rato, cuando nuevamente se oyó el grito de “Vienen los fascistas”. La trágica marea humana estaba fluyendo rápidamente hacia adelante nuevamente. La primera etapa del vuelo fue de terror; el segundo estuvo marcado por la amargura de la desesperación. Incapaces de caminar, muchos de los refugiados se arrastraron de rodillas, dejando un rastro de sangre detrás de ellos mientras avanzaban lentamente. Los padres se olvidaron de sus hijos, los maridos de sus mujeres. Se apoderaron de ellos un deseo dominante más poderoso que el llamado de los lazos familiares: la huida del fascismo. Cuando llegaron a Almería, un pueblo pobre que no podía darles cobijo, deambularon por las calles, y las escenas que presenciaron fueron como las de alguna siniestra catástrofe en Asia. Dondequiera que uno caminaba por las calles, uno tropezaba con personas tendidas en las aceras. Una población trabajadora y respetable había sido convertida en una masa de vagabundos por la abominable furia fascista. Ninguno de ellos se arrepiente de haber salido de Málaga para no caer en manos de los fascistas. Están dispuestos a abandonar a las mujeres, los niños, el hogar y la vida misma antes que caer en manos de los fascistas[36].

Temiendo lo peor, mucha gente ya había huido de Almería. En una ciudad ya falta de comida, la llegada de decenas de miles de refugiados se percibió como un desastre. No era cuestión solamente de alimentar a los recién llegados sino que, entre la muchedumbre de bebés, niños, mujeres y ancianos, había una necesidad de atención médica. Dentro de sus posibilidades, se ocupó de ellos el Socorro Rojo pero los hospitales fueron desbordados y hubo que utilizar iglesias y conventos. Aun así, miles de personas colapsaron de inanición en las plazas públicas. La población almeriense los recibió con una combinación de simpatía humanitaria y hostilidad. Inevitablemente, el nivel de hambre de los recién llegados significó que hubo robos y atracos. El horror fue aumentado por los continuos ataques de la aviación alemana e italiana[37].

Dejemos las últimas palabras a Bethune. En su diario, él hizo una descripción más detallada y espeluznante, que el resumen en el célebre folleto, del ataque aéreo al centro de la ciudad de Almería en la noche del 12 de febrero.  Con intensa indignación, subrayaba el hecho de que los aviones no iban en contra el objetivo estratégico del puerto sino a las plazas donde se amontaron los civiles desamparados llegados de Málaga:

En unos minutos llegué al centro densamente poblado de la ciudad. Aquí las calles ya no estaban oscuras. Grandes muros de llamas surgieron de los esqueletos de los edificios, iluminados por las bombas incendiarias. En el resplandor de los edificios en llamas, hasta donde alcanzaba la vista, grandes multitudes de personas surgieron locamente, huyendo de las bombas, cayendo bajo los muros que se derrumbaban, cayendo, arrastrándose, desapareciendo en pozos de bombas, agarrándose y gritando mientras desaparecían. […] Me abrí paso a través de la densa multitud, gritando “¡Médico! ¡Médico!” Mi voz se perdía entre los chillidos de las sirenas, las explosiones, los pavorosos rebuznos de los burros empalándose en las barandillas retorcidas. Entonces, de repente, el bombardeo cesó y el rugido de los aviones se desvaneció en el cielo. Los edificios en llamas iluminaron los rostros de hombres y mujeres que parecían entumecidos, conmocionados, horrorizados. […] El ataque había terminado. Me dolían los oídos en el silencio. ¿Silencio? No. Terminado el bombardeo pude oír las voces […] el ataque había terminado, pero los muertos y moribundos permanecieron. Vendé las heridas de los heridos con tiras de algodón arrancadas de sus camisas. En una casa destrozada encontré a una niña que lloriqueaba debajo de una pila de pesadas vigas. Tenía quizás tres años. Aparté las vigas y la cargué en mis brazos hasta que me encontré con una ambulancia de urgencias. La acosté en la camilla, pensando que sería mejor que muriera, porque si el cuerpo lisiado sobrevivía, la luz de la cordura se había esfumado de sus ojos infantiles. En el centro de la ciudad llegué a un silencioso círculo de hombres y mujeres. Dentro del círculo había un gran cráter de bomba. Dentro del cráter había tuberías de desagüe retorcidas, ropa desgarrada, una masa salpicada de lo que una vez fueron seres humanos […] Mi cuerpo se sentía tan pesado como los mismos muertos. Pero vacío y hueco. Y en mi cerebro ardía una brillante llama de odio[38].

[5] Martínez, José Manuel, La campaña…, op. cit., pp. 169-210; Prieto, Lucía y Barranquero, Encarnación, Población y Guerra Civil…, op. cit., pp. 147-149.

[6] Bahamonde, Antonio, Un año..., op. cit., pp. 132-135.

[7] ABC (Sevilla) (11 y 12 de marzo de 1937); García Márquez, José María, La represión militar en la Puebla de Cazalla, Sevilla, Fundación Centro de Estudios Andaluces, 2007, pp. 126-30; Espinosa Maestre, Francisco, Contra el olvido, Barcelona, Crítica, 2006, pp. 79-93; Arcas Cubero, Fernando (recopilador), Málaga 1937 nunca más. Historia y memoria. Guerra civil y franquismo en Málaga, Málaga, Ateneo de Málaga, 2006 (número especial de Ateneo del Nuevo Siglo, 9, diciembre de 2006) passim; Barranquero Texeira, Encarnación, Málaga entre la guerra y la posguerra. El franquismo, Málaga, Arguval, 1994, pp. 215-239; Nadal, Antonio, Guerra civil en Málaga, Málaga, Arguval, 1984, pp.190-2 y 217-32; Ramos, Juan Antonio, Guerra civil…, op. cit., pp. 309-36.

[8] Prieto, Lucía y Barranquero, Encarnación, Población y Guerra Civil…, op. cit., pp. 161-169.

[9] Koestler, Arthur, Spanish Testament, London, Victor Gollancz, 1937, pp. 198-199.

[10] ABC (9, 10 y 11 de febrero de 1937); La Unión (9 y 10 de febrero de 1937); Prieto, Lucía y Barranquero, Encarnación, Población y Guerra Civil…, op. cit., pp. 169-209.

[11] Bethune, Norman, El crimen del camino Málaga-Almeria, n.p., Publicaciónes Iberia, 1937, pp. 6-7; Worsley, Thomas C., Behind the Battle, Londres, Robert Hale, 1939, pp.185-188 y 197-201; The Times (17 y 24 de febrero y 3 de marzo de 1937).

[12] ABC (16 y 24 de febrero de 1937); La Unión (25 de febrero de 1937).

[13] Relación Jurada de Servicios Prestados, 30 de septiembre de 1940, Queipo De Llano y Sierra, Gonzalo, Sección 1ª, Legajo Q-13, Archivo General Militar de Segovia.

[14] “The Flight from Malaga. Aircraft Fire on Refugees. An Observer’s Account”, The Times, (17 February 1937).

[15] Palfreeman, Linda, Spain Bleeds. The Development of Battlefield Blood Transfusion during the Civil War, Brighton, Sussex Academic Press/Cañada Blanch, 2015, pp. 59-60.

[16] Hannant, Larry (ed.), The Politics of Passion. Norman Bethune’s Writing and Art, Toronto, University of Toronto Press, 1998, pp. 131-135; Lethbridge, David, Norman Bethune in Spain. Commitment, Crisis and Conspiracy, Brighton, Sussex Academic Press, 2013, pp. 27-28, 43-47 y 91-94; Palfreeman, Linda Spain…, op. cit., pp. 60-67; Stewart, Roderick y Stewart, Sharon, Phoenix. The Life of Norman Bethune, Montreal, McGill-Queen’s University Press, 2011, pp.164-165, 174 y 176-178.

[17] Hannant, Larry, The Politics of Passion, pp. 149-151; Palfreeman, Linda, Spain…, op. cit., pp. 73-74 y 87-88; Preston, Paul “Two Doctors and one Cause: Len Crome and Reginald Saxton in the International Brigades”, International Journal of Iberian Studies 19-1 (2006), pp. 5-24; Gordon, Sydney y Allan, Ted, The Scalpel, The Sword. The Story of Dr Norman Bethune, London, Robert Hale, 1954, pp. 113-114.

[18] Palfreeman, Linda, Spain…, op. cit., pp. 73-75; Stewart, Roderick y Stewart, Sharon, Phoenix…, op. cit., pp. 178-180.

[19] Palfreeman, Linda, Spain…, op. cit., pp. 77-80 y 171, nota 54.

[20] Lethbridge, David, Norman Bethune…, op. cit., pp. 125-126.

[21] Palfreeman, Linda, Spain…, op. cit., pp.74-80; Worsley, Thomas C., Behind…, op. cit., pp. 141-142.

[22] Lethbridge, David, Norman Bethune…, op. cit., p. 130; Ginard i Ferón, David, Matilde Landa. De la Institución Libre de Enseñanza a las prisiones franquistas, Barcelona, Flor de Viento Ediciones, 2005, pp. 25-28; Álvarez, Santiago Memorias III. La lucha continúa… El exilio. La 2ª Guerra Mundial. El regreso clandestino a España (1939-1945, Sada-A Coruña, Ediciós do Castro, 1988, p. 120.

[23] Bethune, Norman, El crimen…, op. cit., pp. 6-7; Ginard, David, Matilde Landa…, op. cit., pp. 39-40; Lethbridge, David, Norman Bethune…, op. cit., pp. 129-132.

[24] Gordon, Sydney y Allan, Ted, The Scalpel…, op. cit., pp. 114-115.

[25] Ibídem, p. 116.

[26] Lethbridge, David, Norman Bethune…, op. cit., p.131.

[27] Bethune, Norman, El crimen…, op. cit., pp. 7-8.

[28] Worsley, Thomas C., Behind…, op. cit., pp. 185-8 y 197-201; Times (17 y 24 de febrero y 3 de marzo de 1937; Gordon, Sydney y Allan, Ted, The Scalpel…, op. cit., pp. 118-122.

[29] Ginard, David, Matilde Landa…, op. cit., pp. 39-42; Lethbridge, David, Norman Bethune…, op. cit., p. 133; Poniatowska, Elena, Tinísima, New York, Farrar, Strauss, Girous, 1996, pp.273-278.

[30] Gordon, Sydney y Allan, Ted, The Scalpel…, op. cit., pp. 126-127.

[31] Bethune, Norman, El crimen…, op. cit., pp. 8-9.

[32] Lethbridge, David, Norman Bethune…, op. cit., p. 132; Gordon, Sydney y Allan, Ted, The Scalpel…, op. cit., pp. 121-123.

[33] Mangan, Kate, Never More Alive. Inside the Spanish Republic, London, The Clapton Press, 2020, pp. 196-200.

[34] Quirosa-Cheyrouze y Muñoz, Rafael, Almería, 1936-37. Sublevación militar y alteraciones en la retaguardia republicana, Almería, Universidad, 1996); Fernsworth, Lawrence, Spain’s Struggle for Freedom, Boston, Beacon Press, 1957, pp. 215-216.

[35] Mangan, Kate, Never More…, op. cit., p.192.

[36] The Manchester Guardian (17 de febrero de 1937); García Oliver, Juan, El eco de los pasos, Barcelona, Ruedo Ibérico, 1978, pp. 403-405; Mulinas Pastor, Leonardo, Juan García Oliver (1902-1980). Anarcosindicalismo en acción, Tesis Doctoral, Universitat de València, diciembre de 2019, pp. 575-576; International Institute of Social History, Amsterdam, ARCH00512, Manuscrito original de El Eco de los Pasos, 4 volúmenes, Vol. III, pp. 208-209.

[37] Prieto, Lucía y Barranquero, Encarnación, Población y Guerra Civil…, op. cit., pp. 217-237; Quirosa-Cheyrouze , Rafael, Almería…, op. cit., pp. 162-171.

[38] Gordon, Sydney y Allan, Ted, The Scalpel…, op. cit., pp. 124-125.