DIALÉCTICA DE LA MEMORIA
Miguel Manzanera Salavert
Metafísica de la memoria
Podemos considerar, en sentido amplio de la palabra, la memoria como un fenómeno biológico. Desde ese punto de vista, la memoria es un desdoblamiento de los acontecimientos naturales, que suceden en la materialidad sensible y quedan registrados por una estructura viva. Si extrapolamos esa perspectiva –abusando de la polivocidad del lenguaje y de la potencia imaginativa-, podríamos considerar metafóricamente una memoria del universo físico, registrada por su entropía creciente y la velocidad con que se expande creando más espacio. Cuando un astrónomo escudriña los cielos descubre ondas y corpúsculos que se remontan a miles de millones de años luz. Incluso hay una radiación de fondo que se atribuye al origen del universo. De tal modo, podemos conocer acontecimientos sucedidos en el remoto pasado, como si el cosmos contuviera una memoria de sí mismo. La memoria equivaldría entonces a la continuidad de los fenómenos cósmicos a través del tiempo, enraizando en el orden que presentan los sucesos naturales. Observamos que la naturaleza de las cosas exige la permanencia en el tiempo de determinadas acciones, que repiten su movimiento constitutivo según pautas definidas; la memoria es la pauta que siguen esas acciones.
No es posible pensar dentro de la física moderna que la mecánica celeste pueda ser resultado de alguna intención creadora –como pensaban los antiguos-; la ciencia moderna no necesita esa hipótesis; pero se hace difícil pensar que esa repetición pautada de los acontecimientos sea fruto del mero azar. Por eso, establecemos la existencia de leyes que ordenan el devenir cósmico; y entonces el problema se traslada a otra cuestión: ¿cómo surgen esas leyes que reconocemos en el orden de los acontecimientos naturales?, y ¿cómo es posible que el entendimiento humano pueda descubrirlas?
A la primera pregunta, la ciencia responde afirmando el carácter hipotético de la legalidad natural descubierta por los seres humanos. Las leyes son colecciones de datos y son provisionales: cambiarán cuando acumulemos más datos. A la segunda pregunta respondemos que la regularidad de los acontecimientos es recogida por la memoria, como un conjunto de relaciones entre los fenómenos observados que siguen una pauta de desarrollo. La memoria es el registro de esa pauta por la inteligencia capaz de discernir lo invariante de los fenómenos naturales en cambio constante.
Volvemos, pues, al principio: la memoria es información retenida y sistematizada por una estructura biológica, que se constituye gracias a ella como una entidad autónoma; es la información que posee y determina una organización viva en desarrollo. La continuidad ordenada del universo físico es percibida por los seres vivos, los cuales, gracias a esa percepción, pueden sostenerse frágilmente aprovechando la sobreabundancia de energía que llega a la Tierra. La vida terrestre es un intersticio formado en los ritmos del cosmos –una conjunción de acciones cósmicas pautadas que son sintetizadas por una memoria-. Es muy posible que existan formas vivas más allá de la biosfera terrestre, que tendrán que cumplir estas condiciones.
Hay una memoria de la vida atesorada por los genes, que hacen posible la reproducción de los organismos. También forman parte de esa memoria los tropismos vegetales y los instintos que rigen la conducta de las diferentes especies, transmitiendo usos y hábitos a través de las generaciones. El sistema informativo vital constituye una memoria, formada por acciones y sensaciones de muchos tipos que los seres vivos actúan y perciben de su medio. El conjunto de todas esas relaciones en el ecosistema constituye un lenguaje no conceptual, pero enormemente efectivo. La información es comunicación entre los elementos que forman ese sistema organizado de relaciones, y los seres vivos crean una comunicación de gestos, acciones, sonidos, olores, colores, sabores, tactos, etc., que hacen posible su sobrevivencia dentro del medio físico entrópico. No es solo la comunicación entre los miembros de una especie, sino también entre los individuos de diferentes especies que cooperan entre sí para persistir viviendo, gracias a la energía solar aprovechada con el máximo de eficiencia.
De ese modo las formas biológicas construyen un sistema de comunicación e información, que se efectúa en sus relaciones ecosistémicas como una maximización de sus posibilidades de desarrollo. La memoria vital no es un fantasma espiritual, sino precisamente una actividad incesante y organizada, que se reproduce a cada instante en continuidad temporal a través de la creación de formas vivas.
Dialéctica de la memoria
Esa descripción de la memoria es metafísica por ser metafórica. Parece útil para situar la inserción de la humanidad en la naturaleza, obviando las escisiones que a menudo se nos presentan entre lo racional y lo natural. Pero ni la supuesta memoria cósmica, ni la evidente memoria vital, tienen la compleja estructura de la memoria social, ‘memoria’ en sentido propio. La memoria de la humanidad arranca de esa memoria biológica, pero tiene peculiaridades distintivas: es social y colectiva, está mediada por el lenguaje. La humanidad recoge conceptualmente la información, en forma de generalidades expresadas mediante palabras. Esas generalidades son las informan de las pautas que siguen los fenómenos naturales y dan lugar a las leyes universales formuladas por la ciencia para la comprensión de los acontecimientos.
Lo que creemos, lo que sabemos, son ideas alojadas en nuestro sistema neuronal, que determinan nuestra conducta humana. Las ideas son huellas mnémicas –huellas de las sensaciones en el sistema nervioso-. Los nervios forman una estructura que procesa a través de corrientes eléctricas la información recibida desde el entorno vital. Esa información tiene dos fuentes: los sentidos individuales que nos proporcionan la experiencia sensible del mundo, y la comunicación de esas experiencias a través del habla. De ahí que existan en la mente humana dos tipos de ideas: las imágenes cerebrales correspondientes a la información de los sentidos –que podemos llamar propiamente ideas y se corresponden con lo que hemos llamado memoria biológica-, y las imágenes correspondientes a las impresiones lingüísticas –que asociadas a las primeras forman los conceptos-. Mediante ese doble sistema de imágenes mentales, los seres humanos recrean la comunicación ecosistémica en el orden social, y se emancipan de las determinaciones naturales, superando algunos de los límites impuestos a los seres vivos por el medio físico.
Ese doble sistema de imágenes mentales hace posible la emergencia de la fantasía y la imaginación, como facultades que superan el orden establecido en el mundo natural o social, ofreciendo a la humanidad su libertad creadora. La cual no es tan grande como pudiera parecer en las ilusiones infantiles que no distinguen sueño y realidad; pero es una realidad incontestable. Un niño debe aprender a distinguir las imágenes soñadas de la experiencia diurna, pues una confusión en ese ámbito puede conducirle a la autodestrucción. Eso mismo sucede con el mal uso de la libertad, cuyos límites deben ser señalados por la memoria de lo vivido. Tenemos que dilucidar aquí, cómo se establecen las relaciones entre estas facultades, y cuál es la relación más adecuada para la época en que vivimos.[i]
De ese modo, el desdoblamiento del mundo que es la memoria forma una subjetividad, que aparece en la emergencia de la humanidad a partir de desarrollos cósmicos. Descartamos que esa subjetividad pueda darse en otras formas de existencia, como son el cosmos y la biosfera.[ii] La subjetividad se añade memoria biológica, y la memoria social viene a ser la persistencia en forma simbólica de los fenómenos que tienen significación para el ser humano. Y es más que una colección de recuerdos: un sistema ordenado de registros de hechos y propósitos que forman la racionalidad humana.
La memoria es la sustancia de nuestra vida espiritual –entendiendo por espiritual la totalidad de las ideas y conceptos que atesora el conjunto de los componentes de la humanidad-. Lo espiritual puede estar dominado por la fantasía y la imaginación –por ejemplo, en su forma religiosa-; por eso, la persistencia de lo significativo requiere un soporte documental objetivo para demostrar su existencia real, no ficticia o imaginaria. Con ese apoyo la memoria construye la historia, no solo como relato verídico de los acontecimientos pasados, sino también como determinación de la voluntad y fundamento para las acciones futuras. Lo imaginario está preñado de futuro, pero debe soportar la criba de la memoria: qué hay en el futuro imaginado que sea compatible con el pasado conocido por experiencia.
Comprendemos la importancia de la memoria, cuando descubrimos que en ella reside la anticipación del futuro. Así nos dice José Ortega y Gasset: Mi futuro, pues, hace descubrir mi pasado para realizarse. El pasado es ahora real porque lo revivo, y cuando encuentro en mi pasado los medios para realizar mi futuro es cuando descubro mi presente.[iii] Ortega nos presenta una dialéctica donde el futuro previsto y el pasado vivido se sintetizan en el presente de la decisión personal. Descubrir el pasado es bucear en la memoria a través de capas de olvido; y sin ese descubrimiento no es posible pensar consistentemente el futuro: nuestra vida depende de lo que sabemos por experiencia, y permanece en nosotros alojado en la memoria. Esa fusión de pasado y futuro se produce en el presente a través de la conciencia, que evalúa a cada instante la experiencia vivida.
El sujeto humano se crea paradigmáticamente en el momento de la decisión, cuando la conciencia delibera en su intimidad el proyecto –ya ético, ya político-, por el que un ser humano se constituye como ser moral. Ese momento esencial de la decisión determina la proyección hacia el futuro de la experiencia habida, condicionando la autenticidad del sujeto que actúa en el tiempo para realizarlo. Sujeto es aquella instancia que fija objetivos e intenta alcanzarlos planificando su acción en el tiempo.
Esa posibilidad de determinar el futuro, hace posible también el engaño y la falsedad. En primer lugar, como autoengaño, cuando el sujeto piensa en una libertad sin límites. La libertad humana está situada en un lugar y un tiempo, y está limitada por ello. El abuso de la libertad se traduce en una limitación suplementaria de la libertad para los demás miembros de la sociedad. Ortega señala correctamente la interrelación entre pasado y futuro en la síntesis de la conciencia, siempre en presente. Al mismo tiempo es consciente de las determinaciones objetivas de la subjetividad, cuando afirma: yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo. Pero no ha estudiado suficientemente en qué consisten esas circunstancias, como objetividad determinante del sujeto en la sociedad. Reconoce la enorme ‘plasticidad’ de la especie fundada en su libertad, sin atender a las limitaciones sociales de esa libertad. Su memoria es aproblemática, porque es la memoria de la clase dominante que se toma a sí misma como representante de los intereses generales de la sociedad. Se queda con el aspecto más conservador de la memoria.
Por tanto, explica la constitución de la conciencia de forma puramente subjetiva, sin escudriñar la estructura objetiva que constituye la acción humana según la memoria de la experiencia vivida solidificada en las relaciones sociales. Obvia la lucha de clases como un factor no significativo del devenir histórico. Olvida una parte importante de la historia porque no es interesante para la clase social que representa. Es decir, no atiende a la materialidad del asunto social, a su objetividad histórica, que viene dada como lucha entre intereses opuestos de las clases sociales.
Memoria y política
En efecto, la memoria es selectiva: esa exploración del pasado está en función de nuestros intereses, de lo que queremos conseguir para nuestro futuro. Y la memoria puede prescindir de aquello que no interesa para el sujeto que planea su vida. La memoria puede prescindir de ello, pero no puede eliminarlo. No sucede solo un fallo de la memoria; hay algo más: una supresión, quizás involuntaria, del recuerdo. Es la neurosis de los civilizados. Esa ignorancia inocente no es necesariamente mala, aunque desde luego no es buena. Sin embargo, lo gordo comienza cuando se promueve la ignorancia a posta. Ahí nos encontramos una de las raíces de la mala fe: se elimina un recuerdo voluntariamente porque no interesa. No obstante, nos dice el psicoanálisis que siempre habrá un retorno de los reprimido. Y es que los hechos pueden negarse, pero no pueden ser materialmente borrados del pasado; ni de la memoria.
Otra raíz de la mala fe, será suprimir los deberes morales de respeto al prójimo, negando sus derechos o su verdad. Y aún otra forma de mala fe es negar el conocimiento científico de la naturaleza, porque nos estorba en nuestros propósitos. Una personalidad con mala fe utilizará varios de esos trucos –negación de hechos y/o valores- para estar tranquilo con su conciencia. Se trata de un desdoblamiento que prescinde de los datos objetivos y transcurre completamente en el interior de su subjetividad, como en las novelas posmodernas. Pero su auténtica realidad, su objetividad, proviene de la matriz cultural de la sociedad en que vive, relacionándose con el medio físico y vital. La mala fe no se sostiene si no es compartida socialmente. O bien se nos da como locura –y como locura colectiva-.
La dialéctica de la memoria adquiere una dimensión radicalmente política, cuando descubrimos su coeficiente histórico en la sociedad jerarquizada según las clases sociales. George Orwell saca las consecuencias críticas de la lección orteguiana y nos las descubre en 1984 cuando hace decir a su personaje: Who controls the past controls the future: who controls the present controls the past. Controlando el pasado, se controla el futuro, y el pasado está controlado por quien controla el presente: el poder político selecciona la historia que forma la memoria de una sociedad. Hoy en día en la cultura posmoderna, se denomina ‘el relato’ a ese control de la memoria que hace posible determinar el futuro. La guerra híbrida que se desarrolla desde comienzos del siglo XXI posee los rasgos de la sociedad que Orwell describía en su distopía: manipulación de la información para generar la adhesión de las masas a una doctrina irracional.
Todas esas formas de la mala fe se manifiestan en el fascismo con total evidencia, y podemos verlas renacer en nuestros días. Cualquier persona de este país que tenga algo de edad las ha vivido más o menos directamente desde su infancia. Y cuando creíamos que nos habíamos librado de ellas, vuelven a aparecer expandiéndose por toda la civilización neoliberal. O sea, que realmente nunca se habían ido, aunque se presentasen disfrazadas de democracia y libertad de expresión. De tal modo, lo que está pasando en nuestros días tiene ribetes cómicos –siguiendo la ironía de Marx en El dieciocho Brumario cuando afirmaba que la historia se repite la segunda vez como comedia-. La memoria –nos dice Marx- se encarna en las identidades políticas: los actores políticos se disfrazan de sus antepasados para realizar su papel en la historia. Putin, tal vez emulando a Stalin y la Gran Guerra Patriótica, ha manifestado que quiere ‘desnazificar’ Ucrania –pero ¿quién desnazificará al desnazificador? No menos risible es la pantomima de la prensa liberal tachando a Putin de nazi para justificar su apoyo a la guerra en Ucrania –Zelenski, recibiendo los aplausos en los parlamentos ‘democráticos’ trufados de fascismo, hace pensar en Groucho Marx declarando la guerra al país vecino en Sopa de ganso-. Y al mismo tiempo está sucediendo algo muy serio, una forma más bárbara y desesperada de mala fe, puesto que todavía no sabemos cómo va a acabar esa aventura militar del capitalismo tardío y se ha habla sin recato de una guerra nuclear.
No entenderemos bien todo el problema de la memoria y la conciencia, si nos limitamos a la individualidad del sujeto alienado. La memoria es un fenómeno colectivo –igual que su manipulación-. La Iglesia católica manipulaba la conciencia de los fieles mediante los sacramentos; su función ha sido ampliamente superada en la época moderna por el control de la opinión pública por los medios de comunicación. En la actualidad internet ofrece un marco para superar ese control a través de una difusión transversal de la información; pero ha creado una cultura del bulo, sin que avancemos hacia una organización más racional del conocimiento social. La ciencia natural ha mostrado un desarrollo espectacular en los últimos siglos; pero esa cultura del bulo nos demuestra que la ciencia social está disminuida y raquítica, incapaz de organizar racionalmente la vida humana. En primer lugar, habría que liberar la ciencia histórica de la sujeción a los intereses de la clase dominante: recuperar la memoria.
Consecuentemente, Ortega abandonó el vitalismo de su juventud –un vitalismo mal entendido- accediendo al historicismo de su edad madura –al servicio de las jerarquías sociales, es decir, tampoco bien comprendido-. Al final de La historia como sistema, Ortega cita a Comte en francés: En 1844 escribía Auguste Comte (Discours sur l’esprit positif, Ed. Schleicher, 73): «On peut assurer aujourd’hui que la doctrine qui aura suffisamment expliqué l’ensemble du passé obtiendra inévitablement, par suite de cette seule épreuve, la présidence mentale de l’avenir.»[iv] No se habla aquí de subjetividades aisladas, sino de doctrinas; esto es, de ideologías compartidas por los colectivos sociales. El sujeto, desarrollándose en el tiempo, es histórico y/o biográfico: la estructura del sujeto que nos presenta el racionalismo contemporáneo tiene una doble faz: es singularidad en la conciencia, y colectiva en la cultura popular y universal. Hay en el sujeto moderno una composición diacrónica, temporal, de pasado y futuro sintetizados en el presente; y una dimensión sincrónica en la composición de lo individual en la sociedad.
La memoria y el tiempo
El tiempo es un proceso con tres momentos: pasado, presente y futuro. El pasado no vuelve y nos ofrece la experiencia –guardada en la memoria, por ella sabemos qué hay en el mundo-. El futuro es incognoscible por principio, pues no tenemos experiencia del mismo. Sin embargo, la memoria es la garantía de nuestro saber: lo que conocemos del mundo va a seguir siendo. La memoria nos presenta la continuidad de las cosas, las leyes, las acciones y las energías, en el tiempo. Y sobre esa continuidad se apoyan los nuevos descubrimientos que se van almacenando en la memoria. No hay una libertad absoluta para el ser humano, sino una libertad que se apoya en los límites que nos constituyen. Gracias a ello el conocimiento es un proceso en desarrollo y crecimiento constante. Es lo que nuestros abuelos llamaban ‘Progreso’.
En nuestra civilización científica el tiempo es lineal: nunca vuelven a repetirse los momentos que ya han sucedido; cada momento es único e irrepetible. Es una consecuencia de la segunda ley de la termodinámica, la entropía. Pero el descubrimiento de la entropía en el siglo XIX es muy posterior a la concepción lineal del tiempo, que hemos heredado de la religión judía a través del cristianismo y el islam. Seguramente no habríamos descubierto esa importante ley de la física moderna, si previamente no hubiéramos asimilado la noción lineal del tiempo. El universo, la vida, la historia, son procesos en avance constante sin vuelta al pasado –como argumenta Agustín de Hipona en La ciudad de Dios, no es pensable que Dios se haya encarnado infinitud de veces para volver a sacrificarse eternamente-. Los sucesos históricos son únicos e irrepetibles –como la encarnación de Cristo-.
Del mismo modo que el cosmos no regresa a un orden de energía previo, tampoco la cultura humana puede retroceder hacia el pasado. La memoria es un desarrollo en crecimiento permanente, como la expansión cósmica a partir de la Gran Explosión primigenia. A menos que el olvido se apodere de las mentes de una ciudadanía insana. Del mismo modo, la evolución de las especies hacia sistemas de complejidad creciente es un trasunto de la historia de la humanidad como Progreso –aumento de los conocimientos y las técnicas-. Se debe señalar que se entiende mal la selección natural, cuando se afirma que la competencia entre especies es el factor más importante para la evolución de las especies. Como se ha indicado al principio, el ecosistema es la realidad radical de la vida, y la competencia es solo un factor más en su formación, secundario respecto de la cooperación.
Siempre hay una tentación de la memoria por apoderarse del futuro, bloqueando el desarrollo del conocimiento. La sabiduría debe sortear ese obstáculo, seleccionando qué debe ser conservado. La lucha cultural de los científicos del Renacimiento y el Barroco por derribar los límites dogmáticos que la religión imponía al desarrollo del saber, se apoyaba en el reconocimiento de los límites del entendimiento humano. Esa actitud es recogida por Shakespeare en forma intuitiva: There are more things in heaven and Earth, Horatio, / Than are dreamt of in your philosophy (Hay más cosas en la Tierra y el cielo, Horacio,/ de las que imaginaste en tu filosofía. Hamlet, acto I, escena V). En nuestros días el conocimiento científico del mundo social ha quedado bloqueado por los intereses de la oligarquía capitalista dominante: la ciencia social de nuestra civilización está dominada por un paradigma obsoleto, y el nuevo paradigma marxista no acaba de tomar la dirección de la civilización. El mayor peligro de nuestro tiempo radica hoy en día en la ignorancia de las leyes de la historia, fundado el total desprecio por la memoria histórica y negando su validez. Pues es esa memoria la que debe mostrarnos las leyes que rigen la vida social y proporcionarnos los conocimientos que hagan posible una sociedad armoniosa y justa. En la cultura del bulo, se niegan los hechos, inventando una falsificación de los acontecimientos. La imaginación sustituye a la memoria, en lugar de apoyarse en ella. Horacio hubiera podido responder a Hamlet: lo que contiene mi filosofía está comprobado por la experiencia, mientras que lo que no conocemos solo pertenece a la especulación y la fantasía.
La dogmática se asienta en la imaginación. La apuesta por la fantasía promueve la falta de criterios racionales para juzgar la realidad histórica. El bulo sustituye a los hechos, como un regreso hacia la cultura mítica y religiosa. Es el correlato de una promoción del olvido, que contiene un profundo defecto moral: niega la importancia de una actitud prudente ante la verdad, que debe ser sopesada y criticada. Y como consecuencia representa un desprecio por la naturaleza humana, que se nos presenta como una continuidad de pautas de desarrollo.
La naturaleza siempre ha contenido peligros para la existencia humana. En nuestros días el dominio de la naturaleza es en sí mismo un peligro; la actitud moderna se ha convertido en una amenaza para la historia misma de la humanidad. Su potencia significa la ruptura de la continuidad de la civilización, el final de la cultura y aún de la especie, que puede verse abocada a su extinción por varios fenómenos concatenados –uno de ellos ya se ha mencionado, la guerra nuclear; otro: la destrucción de la biosfera por la especie humana-. La ciencia ficción nos presenta un mundo de ciborgs como futuro plausible de la humanidad; pero la cuestión es hasta qué punto es plausible y deseable ese mundo híper-tecnificado. El humanismo reclama sus derechos a reflexionar sobre la naturaleza humana, configurando una cultura auténticamente humana.
El olvido: la negación de la memoria
Es por eso que corrientes críticas de la cultura moderna han buscado elaborar un sentido radicalmente diferente del tiempo y la historia, superando los peligros del Progreso. En el mundo antiguo, el tiempo era circular. Es la visión natural del tiempo: los ciclos de la naturaleza. Medimos el tiempo por los fenómenos celestes, que dependen de los giros de la Tierra: los días y los años. La repetición constante y periódica de los mismos fenómenos: las estaciones, los momentos del día y de la noche. Por eso se creía en la reencarnación de las almas. Según el mito griego del Hades, las almas al abandonar su cuerpo se cuestionaban acerca de su vida. Si decidían olvidarla, porque no había sido satisfactoria, bebían en las aguas del río Leteo y volvían a habitar el mundo en otro cuerpo. Si, en cambio, querían conservar la memoria, dejaban de reencarnarse y podían acceder a los Campos Elíseos. Volvemos a encontrarnos con lo que habíamos supuesto a partir del psicoanálisis: el olvido nos obliga a revivir el pasado en forma neurótica. Los hechos no pueden eliminarse, el pasado solo se puede borrar en la memoria alienada, y suprimirlo mediante el olvido nos lleva a repetirlo.
De tal modo, Epicuro nos recomienda el cultivo de la memoria como una fuente de la felicidad, el haber vivido bien es necesario para alcanzar una senectud feliz. La existencia real de la entropía en el cosmos, que nos hace vivir en un tiempo lineal, no excluye que la antigua sabiduría griega tenga su parte de razón. El olvido de nuestra biografía supone una disminución de nuestra personalidad, que se vuelve etérea como los fantasmas del Hades. Nuestra personalidad se disminuye y esfuma en el olvido. Es verdad que no siempre el olvido se debe a una decisión de la persona: hay determinaciones que nos infantilizan debilitando el desarrollo del carácter. Hay vacíos de olvido donde la memoria es borrada, liquidada por fuerzas históricas superiores a nuestras fuerzas.
Esto tiene su correlato en la historia natural del planeta Tierra. Sabemos que ha habido cinco grandes extinciones de especies vivas: cinco grandes pérdidas de memoria vital. La vida ha seguido adelante en su proceso de complejidad creciente. Pero ahora la civilización industrial está destruyendo la biosfera y creando la sexta gran extinción de especies vivas. Y esto de una forma irresponsable, abandonándose más o menos conscientemente a la entropía –Deleuze y Guattari en El Anti-Edipo veían este proceso dirigido por un enorme instinto de muerte que crece y se desarrolla con el capitalismo[v]-. Todo el conjunto de creencias y valores de la civilización capitalista conduce a ese resultado. Como el aprendiz de brujo, la humanidad ha desatado fuerzas que no sabe controlar.
En el orden social, el olvido es funcional a la organización de las relaciones de producción, un instrumento para la construcción de los sistemas sociales; es un olvido al servicio del orden social jerarquizado por el poder. En esto no hay una diferencia sustancial entre lo que sabemos de la Ciudad Estado griega y otras formaciones políticas posteriores. La clase dominante necesita controlar la memoria para mantener su poder. Señala lo que debe ser recordado mediante festividades –ya religiosas, ya civiles-, y lo que debe ser relegado al olvido, eliminando los nombres, vigilando el lenguaje, ocultando los hechos. Nos cuenta Sófocles en Antígona, que el tirano Cleonte de la ciudad de Tebas, ordenó que el cadáver de su sobrino Polinices fuera arrojado al campo para ser pasto de las alimañas. Había que borrar su memoria, puesto que se había rebelado contra su poder. En cambio, su otro sobrino también muerto en la batalla, Eteocles, fue objeto de homenaje fúnebre por haberle sido fiel. Compárese esa narración con las consecuencias del conflicto que asoló el Estado español desde 1936 a 1939. Los asesinados en el genocidio fascista duermen todavía en fosas comunes, muertos sin sepultura. En cambio, durante los cuarenta años del régimen franquista los muertos del Alzamiento Nacional tuvieron sus monumentos en cada rincón del territorio español. La memoria colectiva se vio forzada a recordar los muertos del vencedor, y a olvidar los muertos del vencido. Los hechos de aquellos años apenas comienzan a tener reconocimiento oficial y documentación pública.
Antígona se empeñó en enterrar a su hermano –para guardar su memoria- y, descubierta, fue condenada a muerte. El poder prohíbe la memoria cuando no es conveniente para su dominación. Si nos atenemos al mito griego del mundo de ultratumba, el poderoso prefiere olvidar cómo se construye su dominación, porque esta se basa en el crimen. De ahí las continuas reencarnaciones del poder obligado a ser criminal para sostenerse –como nos descubrió Maquiavelo-. Se abole un estado mediante una revolución y vuelve a surgir otro parecido o peor. En conclusión, si queremos salir del infierno de las reencarnaciones del poder político –garante de la explotación del hombre por el hombre-, que nos conducen hacia la auto-destrucción de la especie humana, necesitamos otra memoria, no manipulada por el poder. La memoria de las víctimas de las manipulaciones.
Nos dice Ortega que las categorías que utilizamos para comprender el pasado son las mismas que nos sirven para planear el futuro. Esto es patente para cada persona, individual o colectiva; para el sujeto humano en todos sus niveles: individuo singular, sociedad particular, humanidad universal. El porvenir de la humanidad depende de cómo interpretemos las experiencias que nos rinde la historia pasada. Y un corolario de esa verdad esencial de la humanidad se ha repetido frecuentemente en los últimos tiempos: quien olvida su historia, está condenado a repetirla.
Los peligros del presente
Nos decía Ortega que el pasado y el futuro se sintetizan en la decisión moral del sujeto que planifica su vida. Ser sujeto significa la continuidad en el tiempo de una personalidad fiel a sí misma; significa, por tanto, la existencia de una memoria que resume las experiencias de una vida moral. La liquidación de esa memoria, el olvido de la decisión fundante de la personalidad moral, determina la ruptura existencial de la persona con terribles consecuencias para el alma. La libertad republicana debe entenderse como propiedad de un sujeto moral, que atiende a sus deberes consigo mismo y con los demás. El escepticismo inglés, con David Hume a la cabeza, ha negado la existencia de ese sujeto moral, que antiguas religiones nombraban con la palabra alma. Puesto que no hay esa sustancia espiritual que llamamos alma, nos dice Hume, cada vida humana alberga una colección de personajes diferentes e inconsistentes entre sí.
Pura esquizofrenia: la estrella de Nietzsche, recomendándonos el olvido y la frivolidad frente al ser humano, brilla en la noche oscura del imperialismo europeo. Un falso faro que nos precipita en los acantilados del desastre civilizatorio. En el Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia, Deleuze y Guattari nos mostraban cómo el capitalismo produce esquizofrenia en el mismo proceso productivo del champú o los coches. La sociedad de consumo, excitando el deseo, conspira contra el auto-dominio ético que hace posible la realización moral de la persona. No es ni más ni menos que un resultado de la difusión de aquella filosofía escéptica a través de las corrientes liberales de la Ilustración.
El psicoanálisis nos ha descubierto que hay una memoria reprimida que se agita en los subterráneos de nuestra personalidad, generando comportamientos irracionales. Sacar a la luz de la consciencia esa experiencia sepultada es una condición para curar las enfermedades del individuo neurótico y su sociedad autoritaria, tendente al fascismo. El olvido de las terribles matanzas del siglo XX, ocultas en las fosas comunes, forma parte de la manipulación de la historia; y esa manipulación es una condición necesaria para el renacimiento de los movimientos de extrema derecha en el Estado español y en el resto de Europa. Paralelamente, curarnos de la profunda irracionalidad de nuestra civilización, compulsivamente consumista, exige reconocer esa verdad profunda de la historia, olvidada y reprimida para sostener las estructuras sociales jerarquizadas y clasistas.
Hay una vinculación entre la disolución de la personalidad y el desastre civilizatorio. Esa negación amoral de la integridad personal nos ha traído como consecuencia el irracionalismo moderno en el siglo XX y la cultura posmoderna contemporánea del siglo XXI. No se trata de volver a afirmar la existencia de una realidad espiritual fantasmagórica al modo mítico-religioso, sino de reformar la memoria: recuperar la memoria de las víctimas de la violencia del poder es la recomendación de Walter Benjamin para combatir al fascismo[vi]. Podemos comprobar cómo la civilización cristiana se ha fundado en esa idea, si bien tergiversándola y falsificándola –mezclando las víctimas caídas por la represión política, con las víctimas de la clase dominante o asociadas a ella-. La memoria apela a los vencidos –la clase subalterna-, silenciados por la falsa memoria de los vencedores –primera forma de la mala fe-.
La memoria es el proceso por el que se desarrolla una estructura que ha sido creada por una reserva de información. Esa continuidad de la razón en la historia, ha sido negada por todas las filosofías posmodernas. La sociedad líquida contemporánea –la sociedad de masas- ha disuelto la estructura liquidando la información relevante en el orden social. En la teoría liberal de la sociedad, el desarrollo se deja al albur de una estructura objetiva sin subjetividad: el mercado, que crea subjetividades alienadas. De ahí su inhumanidad. Por el contrario, afirmar la continuidad del proceso histórico en la humanidad moderna debe proporcionarnos las leyes de la historia, recuperando la memoria. Esas leyes están expuestas en el marxismo, como ciencia que se apoya en la clase oprimida y contiene las claves para la emancipación humana.
No puede obviarse, pues, la importancia esencial de la memoria. Reconocer el pasado es la luz que puede guiarnos hacia un futuro humano. Recuperar la memoria es el camino imprescindible para reencontrarnos con el sujeto anticapitalista, emancipado y socialista, capaz de reconducir la historia en un sentido racional. Ese trabajo de recuperación exige acciones de desescombro; pero también saber de qué estamos hablando. Combinar los ciclos vitales y la linealidad del tiempo físico en una nueva arquitectura civilizatoria, es una necesidad perentoria para evitar la destrucción de la biosfera por la actividad humana. Esto significa que necesitamos una nueva memoria histórica. El régimen de Franco no solo fue un poder injusto y arbitrario, donde se cometieron impunemente los peores crímenes contra la humanidad. Fue también un sistema económico que trajo la destrucción de la naturaleza peninsular. La destrucción del litoral mediterráneo por las grandes urbanizaciones, la construcción de centrales nucleares, la introducción de una agricultura industrial que destruye la diversidad biológica, la agrupación de la población en grandes ciudades insostenibles, auténticos polos de producción entrópica. La destrucción del tejido social por la violencia fascista tiene su correlato en la destrucción del medio ambiente natural en favor de un desarrollo económico insostenible.
No es muy diferente a lo que pueda haber estado pasando en otros lugares: toda fuerza productiva en el capitalismo es al mismo tiempo una fuerza destructiva –nos advirtieron Marx y Engels en La ideología alemana, hace más de siglo y medio-. El desarrollo del capitalismo, basado en la explotación del trabajo y la acumulación de la riqueza, choca con la vida y la destruye. Al mismo tiempo la humanidad capitalista prepara su auto-destrucción, de sí misma y de la vida en el planeta Tierra. Disimular la explotación y el crimen no los hace desaparecer. Esa memoria que quiere olvidar está tan neurotizada, que solo mediante la violencia más letal puede satisfacerse. El olvido solo trae más de lo mismo. El ocultamiento de los hechos trae el error de su repetición. La indiferencia ante la verdad genera la insensibilidad y la muerte. Como sugiere el mito griego del Hades, el olvido es fruto del odio y el desprecio hacia la vida que cada uno ha llevado. La liquidación de la memoria nace de una culpabilidad que no quiere reconocerse. De ahí que el envilecimiento progresivo de la clase dominante nos conduzca desde el holocausto nazi al holocausto nuclear.
No estoy inventando nada. Lean la historia de la familia Medina: Rafael, asesino fascista en el Alzamiento Nacional, tuvo un hijo, también llamado Rafael, que fue condenado por corrupción de menores; y su nieto, también Rafael, es uno de los estafadores de las mascarillas del Covid-19. Todo ellos con títulos nobiliarios de duques. Una familia de variadas inclinaciones: la sota de espadas, de copas, de oros. Esta y otras parecidas dirigen los destinos de un pueblo obligado a olvidar.
El olvido del genocidio contra la II República en el siglo XX repite una historia secular: la destrucción de la cultura medieval de la Península Ibérica por el Estado imperial fundado por los Reyes Católicos, creó un primer genocidio que se prolongó en la conquista de América y la esclavitud de los africanos. Olvidarlo, cantar ese Imperio genocida exaltando sus glorias, es emprender el camino para repetirlo. La recuperación de la memoria histórica, que apenas se ha podido hacer en la recortada democracia española, es una tarea fundamental para tener una perspectiva de futuro realmente humano. Este Congreso I de la Desbandá tiene que poner bases firmes para afianzar y desarrollar un proceso que ya ha comenzado en los últimos años, sacando a la luz la memoria reprimida, que no olvidada de las víctimas de la historia.
[i] Manuel Sacristán nos hablaba ya en 1980 de una crisis de civilización que no ha hecho más que profundizarse en las últimas décadas. Ecología y ciencia social, Madrid, Irrecuperables, 2022.
[ii] La teología de Teilhard de Chardin se basa en el desarrollo científico, postulando una subjetividad cósmica más allá de la humana. El fenómeno humano. Madrid, Taurus, 1986 (1955).
[iii] Ortega y Gasset, José, ¿Qué es filosofía? https://ministeriodeeducacion.gob.do/docs/biblioteca-virtual/1b8u-ortega-y-gasset-jose-que-es-filosofia-1pdf.pdf, 108.
[iv] Ortega y Gasset, José, La historia como sistema, https://docs.google.com/file/d/0B6urYSXFJY7db0pRZVJLbjVJdkk/edit?resourcekey=0-Kszas38w8ChfxdjraPD2EQ, 20. Se puede asegurar hoy que la doctrina que ha explicado suficientemente todo el pasado obtendrá inevitablemente, como resultado de ese único juicio, la presidencia mental del futuro. A Ortega le pasa como a Platón: ha pensado la filosofía desde su totalidad, presentándola en forma sistemática para nuestro entendimiento; sin embargo, ha pensado desde un punto de vista equivocado: el de los vencedores que sostienen la jerarquía social.
[v] Deleuze, Gilles y Félix Guattari, Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia, Barcelona, Seix-Barral. 1974.
[vi] “…tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer”. Benjamin se refiere a la liquidación de la memoria de las víctimas por el poder político; es tarea del materialismo histórico combatir ese olvido: “fijar una imagen del pasado tal y como se le presenta de improviso al sujeto histórico en el instante del peligro”. Benjamin, Walter, Tesis de filosofía de la historia. https://www.anticapitalistas.org/IMG/pdf/Benjamin-TesisDeFilosofiaDeLaHistoria.pdf. 4.