«La represión en la Sierra Sur de Sevilla y en las comarcas de Antequera y Ronda»

Manuel Velasco Haro

Profesor de EGB. Investigador e historiador. Presidente de la Asociación Guerra y Exilio en Andalucía

 

Esta investigación surgió a raíz de una publicación sobre la historia del pueblo sevillano de Los Corrales, presentado a finales del año 2000 con el título: «Referencias históricas de un pueblo andaluz». En este trabajo se incluyó la ocupación y represión de la localidad, tras el golpe de estado franquista de 1936.

La publicación contrastó la documentación y los testimonios existentes con las crónicas recogidas por el cura Bernabé Copado, que fue quien acompañó a la columna del comandante Redondo en sus ocupaciones por la zona. Esta operación, que no fue un hecho aislado, formó parte de un avance militar de gran envergadura que buscaba someter nuevos territorios, y, sobre todo, dominar el recorrido de la línea ferroviaria: Algeciras-Granada, ambas ciudades, ya en manos de los golpistas.

Dado que un tramo de esa misma línea pasaba también por tierras malagueñas, con epicentro en Ronda, y aun en zona republicana, disponer de estas vías comenzó a ser un objetivo prioritario para los sublevados, con el fin de inyectar hacía la zona oriental hombres y armamentos desde la costa de Cádiz.      

Las ocupaciones llevadas a cabo durante el mes de septiembre de 1936 en esta zona y las consecuencias que se derivaron de ellas afectaron de manera inmediata un buen número de localidades en tres comarcas; Sierra Sur de Sevilla, comarca de Antequera y Serranía de Ronda. Cuatro meses después caería toda la zona del Valle de Abdalajís, Valle del Guadalhorce y finalmente Málaga.

La ofensiva debía iniciarse por tres frentes distintos y dos de ellos confluirían en la carretera de Campillos a Ronda. Es decir, el primero que correspondería a la columna del comandante Redondo partiría desde Osuna hacia el Saucejo, y una vez sometida esta población, se encargarían de Los Corrales, Martín de la Jara, Villanueva y Algámitas para saltar al noroeste de Málaga por Almargen y de allí a Cañete.

El segundo saldría desde Antequera, bajo el mando de Varela y del comandante Corrales, ocupando Campillos y Teba para unirse posteriormente con los primeros, también en el cruce de Cañete. Finalmente, el tercero, actuaría desde los pueblos gaditanos de Arcos de la Frontera y Ubrique, tomando pequeñas localidades de la serranía como: Benaoján, Montejaque, Algatocín, Cartajima, etc, acercándose igualmente al objetivo. Este último lo dirigiría el Comandante Arizon.

El jueves 3 de septiembre dio comienzo en Osuna la nueva misión, que acabó el día 17 con el bombardeo de Ronda y sus calles repletas de cadáveres.

Terminadas las operaciones, los frentes en el sur de Andalucía dibujaban una nueva línea divisoria que reducía la zona republicana a la parte que quedaba detrás del pantano del Chorro, bajando por el Valle de Abdalajís, incluyendo Ardales, Carratraca, Alora y Cártama hasta el término de Estepona. De ahí seguía toda la costa malagueña   en dirección a Almería y Levante.  A toda esa zona fueron llegando miles de refugiad@s que huían de los pueblos ocupados. 

El control de estos municipios cambió de manos en cuestión de dos semanas y los fascistas locales, con las autorizaciones y el beneplácito de las comandancias militares, se encontraron de la noche a la mañana con un poder de decisión y de actuación sin límites. La mayoría no imaginaba hasta qué punto se pensaba llevar a cabo el escarmiento, ni la operación de limpieza que se estaba ejecutando.

Los falangistas y la Guardia Civil se encargarían de la tarea, contando con unos fondos sufragados por el presupuesto de guerra, los bienes requisados o saqueados, y las aportaciones de algunos vecinos. Se formalizaron las denominadas: milicias falangistas, compuestas por miembros que tenían asignaciones económicas diarias, según las tareas encomendadas.

La venganza quedó a cargo de bandas armadas que comenzaron a actuar inmediatamente. Los delitos de sus víctimas podían ser muy diversos:  haber votado al Frente Popular, haber sido interventor de éstos, ser familiar de algún republicano destacado, haber hecho algún comentario a favor de los rojos o en contra de los golpistas, haber discutido con alguno de ellos ya fueran asuntos políticos o personales, tener rencillas familiares, etc., etc. Cualquier detalle podía ser suficiente para poner en práctica el escarmiento.

Se inició así el terror más espantoso y sanguinario que jamás hayan conocido los vecinos de estas comarcas en toda su historia. Los crímenes se sucedieron a diario sin ningún tipo de defensa, juicio, ni declaración. La mayoría de ellos tuvieron lugar junto a las tapias de los cementerios, tras los   famosos paseíllos.  En bastantes casos, unos se encargaban de ir a apresar a los elegidos, y, a las tres o las cuatro de la madrugada, eran conducidos al matadero, después de fuertes palizas, donde les esperaban los verdugos encargados de asesinarlos.  Con otros, tras detenerlos, se adoptó la macabra costumbre de obligarlos a cavar por la tarde sus propias tumbas, en la que caerían durante la noche.

En el desarrollo de las detenciones, las víctimas sufrieron   terribles crueldades cuando fueron arrancados entre gritos y llantos desesperados de sus familias, para ser conducidos a golpes hasta la cárcel, a algún camino, o directamente al cementerio.

Tampoco faltaron las venganzas por simples rencillas personales o   los que se revolvieron en los paseíllos, negándose a continuar, cayendo masacrados en el recorrido. En muchos pueblos hay casos también de los que quedaron malheridos con vida, logrando escapar en la oscuridad de la noche, pero localizados después, escondidos en algún lugar, fueron rematados.

Crueldades hasta el punto de asesinar a golpes de machetes, con manos o brazos amputados después de muertos, pusieron de manifiesto las bestialidades cometidas en estos pueblos. Mujeres embarazadas, asesinadas y violadas     posteriormente por el delito de haber bordado la bandera republicana o por tener familiares huidos, personas mayores con más de setenta años y las más diversas monstruosidades hicieron correr durante el mes de   Septiembre la muerte, el terror y el espanto hasta límites insospechados.

En otros casos, fueron entregados grupos de hombres y mujeres a fascistas de localidades próximas que se los llevaron en camiones o amarrados a la grupa de caballos, para ser asesinados por algún camino del término, o para hacerles sufrir largas agonías. Los balances de víctimas desde las ocupaciones en estas tres comarcas fueron tremendamente elevados y sangrientos en nombre de Dios y de España.

Pero si las muertes habían llevado el luto a muchos hogares, en el mismo periodo, sobre centenares de mujeres se cebó la humillación y el odio poniendo en práctica una aberración copiada de los fascistas italianos. Esta consistía en pelarlas a rape y forzarlas a beber aceite de ricino con migajas de pan para purgarlas. Muchas de las consideradas republicanas o familiares de rojos pasaron por el rito.

Entre los falangistas, el grupo de mujeres conocidas como el de las pelonas, fueron objeto de todo tipo de burlas, obligándolas a barrer las calles con escobones cortos, o haciéndolas pregonar a gritos como si fuesen vendedoras ambulantes frases de reclamo.  Otras sirvieron para satisfacer sus deseos sexuales, o caprichos humillantes, pelándoles las cejas o sus partes íntimas. Cuando los sublevados conquistaban una ciudad importante las mujeres rapadas eran sacadas en manifestación tras la bandera nacional gritando: “¡Viva España!”.

Pero el escarmiento que se estaba practicando sobre los presentes aguardaba todavía a los ausentes, y, dado que sus casas permanecían cerradas, desde el primer día comenzó la rapiña y el saqueo. Una buena parte de estas viviendas fueron asaltadas y prácticamente limpiadas de sillas, mesas, ropas, sábanas y otros objetos. Igualmente, aquellos que tenían algunas fincas les fue requisada.

En enero de 1937, Queipo de Llano decidió recuperar el protagonismo bélico y curarse los celos del liderazgo que Franco había levantado en la zona ocupada, fijando su objetivo en ampliar el frente sur con la conquista de Málaga.

La caída de ese enclave supondría para los sublevados contar con un importante puerto estratégico, donde atracar la imprescindible ayuda italiana. Para ello, Queipo contaba con un gran contingente de fuerzas en tierra, mar y aire, suficiente para provocar el terror en una zona que nunca se había enfrentado a ellos de forma directa.

Ante la situación de cerco, el día 7 de febrero se ordenó evacuar la capital y comenzó la huida masiva. La única escapatoria libre era la carretera hacia Almería que fue inutilizada para evitar el auxilio terrestre. La impresionante riada humana de más de 150.000 personas salió de la ciudad bajo el fuego cruzado de los cañonazos provenientes del mar y de los ametrallamientos aéreos.  La ayuda que intentaron hacer desde el aire los aviones republicanos poco pudo evitar una de las mayores carnicerías de la guerra.

A Málaga habían llegado un gran número de vecinos del noroeste de la provincia y de la Sierra Sur de Sevilla, huyendo del avance de las tropas.  Muchos de ellos sufrieron los bombardeos en la carretera de Almería.

 

Unos finales peores tuvieron los apresados en la capital. Su identidad, desconocida para las vencedoras, quedó en manos de operaciones de reconocimientos.

Hasta la ciudad, comenzaron a desplazarse una serie de comitivas derechistas de las distintas localidades ocupadas, buscando e identificando por las prisiones a los rojos de sus municipios. Cuando llegaban hacían salir al patio a los detenidos y desde una ventana los visitantes reconocían a sus presas. Esa misma noche eran asesinados.

Tras la derrota de esta zona emblemática de la República, la mayoría de los que no estaban presos, en el frente, o habían conseguido llegar a Almería, comenzaron a regresar a sus pueblos, sin imaginar lo que les aguardaba.  La vuelta a la normalidad de las zonas conquistadas pasaba por devolver a los lugares de origen a las multitudes que se habían ido concentrando allí durante los últimos meses, por lo que cientos de camiones fueron cargados de hombres mujeres y niños. A muchos de ellos les esperaba la aplicación rigurosa del Bando de Guerra.

Con todos los que iban llegando, los fascistas locales y siempre bajo el mando de las comandancias militares de la zona, reiniciaron una segunda represión de terror y muerte, contando ahora con la presencia de un Tribunal de Guerra Especial Permanente   que los juzgaba y ejecutaba rápidamente sin ningún tipo de garantías, cuyos miembros pasaban a veces   la noche en las localidades con los gastos cubiertos por los propios ayuntamientos.        

Cuando terminó la guerra, los vencidos que habían conseguido huir de sus municipios se encontraban en situaciones muy diversas. Unos habían caído presos en centros penitenciarios, otros en campos de concentración, otros fuera de España, y la mayoría, en lugares donde simplemente formaban parte de la multitud. A los que regresaron a sus lugares de origen por sus propios medios, en cuanto los vieron llegar, no les faltaron un buen puñado de chivatos que fueron corriendo a denunciarlos al cuartel de la Guardia Civil, achacándoles todo tipo de delitos.

Las detenciones fueron masivas y las cárceles habilitadas en los municipios    se quedaron   pequeñas. Las denuncias fueron siendo enviadas a los tribunales militares. Después eran trasladados por la Guardia Civil, para ingresar directamente en la Prisión Provincial o en batallones de trabajo, a la espera de aplicarles un consejo de guerra.   El proceso podía tardar meses o años, dependiendo de los requerimientos que la Auditoria de Guerra solicitara.

Varios meses después de terminada la Guerra, prácticamente la operación de limpieza y rastreo de todos los sospechosos localizados, calle a calle y pueblo a pueblo, estaba casi concluida. Los centenares de miles que llenaban las cárceles locales y provinciales ya se hallaban bajo control. Quedaba implantada una férrea Dictadura, cuyas consecuencias humanas, sociales, políticas y económicas, aun seguimos investigando.

Estas son, en líneas generales, las conclusiones de la ocupación y represión de las tres comarcas que se apuntaron en la publicación sobre el municipio de Los Corrales, pero se hacía necesaria una investigación mucho más detallada, ampliada y documentada para poder completar lo expuesto.

Durante varios años, desde la Asociación Guerra-Exilio y Memoria Histórica de Andalucía, ese ha sido uno de nuestros principales objetivos y también uno de nuestros principales esfuerzos económicos, al dedicar la mayor parte del presupuesto a esta investigación.