«HUIDA Y RESISTENCIA EN EL VALLE DEL GUADALQUIVIR»

Manuel Moral Castro

Técnico en Gestión y Organización de los Recursos Naturales y Paisajísticos. Coautor del libro Claves naturales y sociales de la Guerrilla Antifranquista en Sierra Morena (2006) y recientemente de Campesinos sin tierra (2021) , donde se aborda la huida forzada de la población del Valle del Guadalquivir a la zona republicana al comienzo de la Guerra de España.

 

Miles de mujeres y hombres campesinos que el 18 de julio segaban las cosechas y cuidaban el ganado a los señoritos, eran ajenos de lo que les venía encima. Muchos de ellos perdieron la vida y el destino de los que sobrevivieron cambió para siempre, un desastre humanitario que todavía tiene su efecto a día de hoy.

Aquí la desbandá o la huía (huida), como por esta zona se le llamó, comenzó a partir del 19 de julio, cuando muchos pueblos estaban siendo tomados por los golpistas.

El 19 de julio la provincia de Córdoba se despierta con 48 de los 75 municipios en manos del bando sublevado, ese mismo día se organizan los Comités de Defensa de la República.

La mayoría de los pueblos se mantuvieron desde el principio fieles a la República, o fueron recuperados por las fuerzas del Frente Popular, comenzando a crearse colectividades.

Desde este mismo día 19, la ciudad de Córdoba protagoniza su propia desbandá hacia la sierra, camino de Cerro Muriano. En un principio fueron los sindicalistas y trabajadores que habían secundado la huelga para intentar frenar el golpe, puesto que estaban siendo detenidos y fusilados en masa. Cientos de familias seguirían sus pasos, quedando diseminadas por la sierra y la aldea de Cerro Muriano. Hasta que el 5 de septiembre, tuvieron que huir de la ofendida emprendida por el general Valera, que avanzaba desde la capital en una ofensiva a base de cañonazos, sembrando el terror por donde iba pasando.

Aquella escena fue captada por la cámara de Robert Capa y Gerda Taro el 5 de septiembre de 1936.

La huida se producía en cada pueblo, cuando se acercaba la amenaza de ser invadidos   por los fascistas, de manera que unas localidades aguantaron más que otras.

En aquellos primeros días, las noticias que llegaban sobre las matanzas de obreros en los pueblos vecinos, provocaron la huida hacia Sierra Morena, ocultándose en el bosque, durmiendo al raso, en cuevas o en chozos de monte que hacían de manera improvisada. Mientras tanto, permanecían a la espera de lo que pasaba, con la esperanza de que el golpe fracasara y poder regresar a sus casas. Otras en cambio, corrieron el riesgo de mantenerse en sus casas del pueblo, siendo muchas de ellas, torturadas o asesinadas.

La toma de los pueblos por parte de los sublevados se fue sucediendo a lo largo del mes de agosto y septiembre. Algo que fue inevitable, debido a la superioridad de un ejército bien armado y sin escrúpulos, contra las armas rudimentarias de los obreros.

La consecuencia de la rápida ocupación de Palma, Posadas, Hornachuelos, más la producida en Almodóvar del Río, fue una auténtica tragedia humanitaria cuya consecuencia fue inmediata. Junto a los fusilamientos y detenciones de aquellos que no pudieron huir, se originó el éxodo masivo y espontaneo de cientos de familias campesinas, huyendo a través de viejos caminos y veredas de carne, en busca de la seguridad de la zona republicana. Estas veredas se llenaron de miles de refugiados, niños, ancianos, mujeres y hombres, bombardeados y ametrallados desde tierra y aire, perseguidos a caballo por señoritos y falangistas armados hasta los dientes con sus rifles, como si fueran sus piezas de caza en una montería, llenos de odio y sin ningún tipo de remordimiento.

La imagen del éxodo, marca de por vida a las personas que lo sufrieron. Miles de personas salieron de sus casas con lo puesto, dejando todo atrás, muchos de ellas a pie, otras en burro, escondiéndose en el monte y tirándose cuerpo a tierra para poder esquivar metralla. Cientos de familias huyeron de sus pueblos a la misma vez, en cambio, muchas de ella iban desperdigadas, perdidas, intentando seguir los rastros de los que iban por delante. Algunas que procedían de la campiña no conocedoras del terreno, se perdían en aquellos barrancos apretados de monte, otras tenían más suerte y llevaban consigo a un guía conocedor del terreno.

Los montes cubiertos de bosques de encinas y alcornoques de Sierra Morena sirvieron para darle cobijo a miles personas desarmadas mientras huían, salvando muchas vidas. Cuando escuchaban los aviones venir, se escabullían entre la vegetación para no ser vistas, todo grupo de personas que era divisado, era ametrallado o bombardeado.

 

Una multitud hombres tuvieron que salir huyendo tiempo antes, otros habían sido apresados o fusilados, por lo que gran parte los grupos familiares iban encabezados por mujeres, ellas fueron las organizaron la huida y en muchos casos las que la guiaron. A toda prisa, prepararon el hato, cargando los serones de las bestias con todo lo que podían, principalmente alimento, las que pudieron, mataron sus gallinas, cerdos…, para alimentarse por el camino, vestían a los niños con varias capas de ropa para poderse llevar toda la posible. Los abuelos y los más pequeños iban subidos a lomos de los burros, a veces, debían de bajar y seguir a reata debido al sobrepeso que tenían que soportar los animales, así que era normal que tirasen cosas por el camino para aligerar peso.

 

Desde la desesperada huida, las mujeres emprendieron un ilimitado esfuerzo que duraría tres años de guerra y una larga posguerra, posibilitando con su entereza la supervivencia de la familia, hijos, sobrinos, abuelos, maridos enfermos o encarcelados.

La decisión colectiva de huir, no es ni más ni menos que pertenecer a la clase trabajadora, que es la que estaba sufriendo las matanzas de los golpistas, allí por donde iban pasando.

Las palabras del genocida General Queipo de Llano, lanzando su propaganda desde la radio en Sevilla, contribuyó como no podía ser menos, a todo este ambiente de pánico.

«Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y a la vez a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen». (23.07.36)

«Mañana vamos a tomar Peñaflor. Vayan las mujeres de los «rojos» preparando sus mantones de luto».

«Estamos decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: ¡Morón, Utrera, Puente Genil, Castro del Río, id preparando sepulturas!… Yo os autorizo a matar como a un perro a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante vosotros; que, si lo hiciereis así, quedaréis exentos de toda responsabilidad. (06.08.36)

En Córdoba capital, el genocidio comienza el 19 de julio, acentuándose cada vez más, cuando hacen jefe de orden público a Luis Zurdo. Los fusilamientos masivos se convierten en una sangrienta rutina, tarea continuada por su sucesor, el temible Don Bruno.

Una de las muchas tragedias que marcó más terror en la Comarca fue el fusilamiento masivo en Palma del Río. Después de la entrada del ejercito golpista al mando del comandante Baturone, el 26 de agosto.

El poderoso terrateniente Don Félix Moreno, propietario de 40.000 has, ordenó matar en su corralón del pueblo casi al 10% de la población. Su motivo, vengarse de la muerte de varios de los toros de su ganadería que fueron consumidos por algunos vecinos en días pasados.

“¡Voy a matar a 10 jornaleros por cada toro muerto!”.

Barbarie que cumplió con creces, 350 campesinos fueron fusilados en el paredón del corralón de Don Félix.

Conforme iban llegando refugiados al pueblo de Villaviciosa, iban siendo recibidos con los brazos abiertos, donde son provisionalmente acogidos por las fuerzas republicanas, a pesar de la aglomeración de familias que llegaban exhaustas y hambrientas. Gran parte de los huidos continuaban su camino con sus propios medios, con destino a la estación de la Alhondiguilla de donde partían en tren hacia Villanueva de Córdoba.

Una de las imágenes que más contadas por las personas que vivieron aquella desbandá, fue la evacuación desde la estación de la Alhondiguilla, entre Villaviciosa y la cuenca minera de Peñarroya. Tras la caída de Villaviciosa, que se produjo el 8 de octubre, miles de personas invadidas por el pánico de los fascistas que les pisaban el camino, se apilaban en los vagones de los trenes, teniendo que dejar atrás a duras penas a sus burros o mulos, en aquel descampado. Allí quedaron miles de bestias, su único medio de transporte que con tanto sacrificio habían conseguido. Sin embargo, muchos fueron los que decidieron no abandonarlos y continuar su marcha subidos en ellos o a reata para llegar a la zona republicana.

 El primer destino era Villanueva de Córdoba, capital provincial de la República, pueblo que con los pocos recursos que tenía acogería a miles de refugiados. El ayuntamiento republicano de Villanueva de Córdoba, ofrece la cifra de 16.000 refugiados en el año 1937, si tenemos en cuenta que este pueblo antes del inicio de la guerra contaba con algo más de 16.000 habitantes.

Desde aquí serían enviados a localidades de la retaguardia, en la Mancha, del Levante o Andalucía Oriental.

 

El golpe pilló al pueblo por sorpresa, a la mayoría de los trabajadores, sin más armas que sus herramientas de trabajo, azadas, hoces, biergos, martillos…, y si acaso una vieja escopeta de caza. A pesar de ello, en un principio pudieron defender y frenar la fuerza de los golpistas, dando tiempo a los que huían.

Gracias a la huida, muchos hombres y mujeres pudieron seguir luchando al lado de la república, defendiendo a la democracia en los frentes, por lo que estos desplazamientos forzados fueron en el fondo actos de resistencia antifascista.

 

Vías de escape

  • Parte occidental,

Hacia la Cardenchosa, Peñarroya (Las Navas, Hornachuelos)

Hacia Villaviciosa (Posadas, Palma del Río, Almodóvar, Fuente Palmera…)

  • Córdoba capital, hacia Cerro Muriano y cuenca minera.
  • Zona oriental, dirección a Villanueva y Cardeña.
  • Villafranca, el Carpio, Pedro Abad y Adamuz hacia Villanueva de Córdoba

 

  • Pedro Abad y Montoro hacia Cardeña y Andújar o Fuencaliente y Puerto Llano.

 

Testimonios

 

Adelaida Rubio, 11 años. Hornachuelos camino de Peñarroya

Cuando los aviones llegaron al pueblo tirando bombas. Mientras los hombres estaban en la calle, las mujeres preparaban ropas sacos y comida para salir corriendo del pueblo.

Tomamos dirección a la Cardenchosa, pasamos por donde había una piara de vacas y un hombre que le decían el Clarito le pegó un tiro a una vaca y algunos se liaron a prepararla para asarla, todos comimos y es que con el patrullón de chiquillos que íbamos tenían que hacerlo sin remedio. De la Cardenchosa se llevaron a todos los hombres al frente para Madrid, nosotras continuamos el camino.

Nos quedamos solas mi madre, mis tías, mi abuela y nosotras las hermanas que estábamos pequeñas, yo tenía siete años. Pasamos mucha hambre, mi madre robaba todo lo que pillaba para darnos de comer. Llegamos a un pueblo de la Mancha donde por primera vez vi un coche con dos pisos, como un autobús, en el que no subieron y llegamos a un sitio donde esperaban unas mujeres que querían recogernos a cada una como a otros niños, decían “a esta me la quedo yo, a esta yo…” como yo estaba muy enmadrada para mí fue un trago, mi madre me pudo convencer que aquella mujer era un tita. Al final me quedé poco tiempo, ya que me escapé por aquel pueblo, corriendo por las calles llorando hasta que di con mi madre. La mujer del alcalde se llevó a mi hermana más chica y otra mujer a la mayor.

 

Ana Ramos, 7 años. (Villaviciosa camino a Pozoblanco)

En el camino de Pozoblanco, si no iban 100 personas no iba ninguna, unos con bestias, otros con burros, otros andando, como podían. Nosotros tuvimos que abandonar una marrana con siete lechones en las ventas de Pozoblanco, porque ya no podíamos tirar de ella. Mi hermano el mayor achuchándole para que andara la marrana, pero como ya no podía, mi padre le pidió al dueño de la venta que nos guardaran la cochina hasta que volviéramos. ¡Ya ves tú! abrieron de momento la puerta y se quedaron con la marrana y los lechones. La gente se iba dejando de todo por el camino. En Pozoblanco en un cine nos metieron, allí nos dejamos el garrafón del aceite, algunas mantas, ropa, yo que sé, en todos los sitios nos íbamos dejando cosas.

Me acuerdo que estábamos en el Corchuelo, ahí por el Pilar, así a la vuelta hay un cortijo y ahí nació mi hermana Asunción; había un regajo que estaba lleno de zarzales y mi padre rozó los zarzales por abajo y los subió hacia arriba, a ese refugio le llamamos la cucaracha; con nada que veíamos los aparatos, salíamos corriendo a la cucaracha. Mi madre me tenía sentada en el suelo, con mi Asunción cogida, chiquitita, sentí al aparato, tiré a la niña, me fui corriendo a la cucaracha, yo con el chupe en la boca y me llevé el pedazo de chupe del miedo que me entraba, y mi madre “¡ay, y ahora qué hago yo sin chupe!”.

Úrsula Castro, 9 años. De Almodóvar camino de Villaviciosa.

Mi madre, por llevar comida para sus hijos se puso a matar gallinas y las echó en un saco y al llegar a “La Porrá” se juntaron unos pocos conocidos y guisaron un arroz. Había allí muchísima gente, todo el llano del cortijo lleno y me acuerdo que en la Porrá había unos toneles de vino ya que entonces había viñas en la zona. Cuando nos lo comimos nos fuimos atravesando la sierra hasta Villaviciosa, andando en una burra. Yo iba en un serón y mi hermano Manolito en otro, porque éramos los más chicos. Mi madre había echado además de comida otras cosas como un saco de jabón.

En las cuestas la pobre burra iba renqueando y mi hermano Juan tiró el saco de jabón sin pensárselo dos veces. Al llegar a la estación de tren de la Alhondiguilla, nos tuvimos que montar en el tren y dejar a la burra allí. Mi madre se hartó de llorar porque quería mucho a la burra. Dejó atrás la yunta de mulos y muchas cosas más, pero la burra la llevó consigo, creía que se iba a tirar toda la guerra con ella. A mi hermana Encarna se la querían llevar a Francia. Entonces mi madre se lio a llorar y no se la llevaron. Nos montaron en un mercancías. Por el camino se me descompuso la barriga, entonces mi hermano Juan me alzó la ropa y sosteniéndome en vilo por la puerta del vagón, ensucié. Llegamos a Jaén. Mi madre se colocó en un hospital de sangre, llevándonos la comida a los más chicos gracias a que trabajaba de cocinera.

Isabel Sepúlveda, 12 años. De Posadas camino de Villaviciosa.

Mi padre era arriero, tenía tres burros, y cuando estalló la guerra también marchó para Villaviciosa, pero prestó un burro a un amigo para que llevase a los chiquillos y él se llevó otro para sus hijos. Íbamos andando y cuando el burro se cansaba bajaba a los chiquillos y así íbamos avanzando. Cuando llegamos a Villaviciosa las dos familias, había un tren que les llevaba a la Mancha, a Toledo. Pero mi padre quería abandonar sus burros y a regañadientes consigue que la familia monte en el tren y él continua el camino con sus burros, a pesar de los ruegos de mi madre. Va atravesando trincheras en plena guerra con sus burros,

hasta que al final acaban robándoselos. Andando consiguió reunirse con la familia “hecho polvo”.

 

 

 

 

Manuel Plazuelo, 6 años. De Villarrubia camino de Villavicciosa.

En aquellos primeros enfrentamientos cogieron a mi padre como a muchos hombres de Villarrubia y los encerraron en vagones del tren en la azucarera. Nosotros pasamos un miedo tremendo, y muchos estuvieron a punto de asfixiarse de la calor tan insoportable que había dentro en pleno mes de agosto. Les daban un pedazo de pan y un salchichón metidos en una bolsa de las que antes, de papel con unas cuerdecillas. Mi padre nos lo contó todo, un falangista se asomó a unas rejillas del tren y en voz alta les dijo a los apresados “si conocéis a un hombre de bien alguno de vosotros, y si además sois hombres de orden, decidlo”. Mi padre dijo que se comunicasen con D. Francisco Natera que era el dueño de la barca. Los falangistas se pusieron en contacto con este señorito que por supuesto estaba colaborando haciendo la guerra con los de su bando. Natera mandó a los falangistas que lo sacaran del tren porque era trabajador suyo y además les dijo que había ayudado a pasar en la barca a los guardias civiles escapados del castillo de Almodóvar. Mi padre entendía poco de política, aunque él era de izquierdas, ni tan siquiera tenía una escopeta. Aquellos vagones del tren llenos de gente trabajadora iban con destino a ser fusilados en Córdoba.

Cuando soltaron a mi padre del vagón de tren en el que lo iban a llevar para fusilarlo, del que salió corriendo desde Villarrubia sin parar hasta Majaneque, y conforme llegó nos dijo “venga, prepararse, que esta noche de madrugada nos vamos de aquí para la sierra”. Esa misma noche del 15 de agosto, a toda prisa se preparó el jato para el camino, con una presión tremenda, unos corrían para acá, otros para allá, matando gallinas, pollos y friendo la carne, el jaleo de las gallinas, los llantos del miedo y la preocupación. En aquel trajín, mi tía Isabel no pudo aguantar la presión y se puso de parto; parió dos niños mellizos, uno de ellos nació muerto. Mi padre cogió al niño muerto y detrás del chozo lo enterró.

Llevábamos una burra y una yegua, cargamos y arrancamos el camino, sobre las dos de la madrugada. En la burra se montó mi tía Isabel con el niño recién nacido y en cada uno de los serones mi prima Manuela y mis hermanas Mari y Paquita y yo. Yo a ratos iba andando, recuerdo que llevaba para ayudar un despertador en la mano, y como era de noche a cada instante me caía y el reloj salía rodando y resonando los martilletes, mi padre me lo quitó para no hacer ruido. Hacía mucha calor esa noche, pero más teníamos todavía nosotros, porque mi madre nos colocó en el cuerpo casi toda la ropa que teníamos para llevárnosla. Atrás nos dejamos 18 o 20 marranos, un piarón de gallinas y toda el aza de tierra –unas diez o doce fanegas- sembradas de remolacha y que en esos días se estaban arrancado, mi padre las llevaba a medias con Natera.

Íbamos dirección de la sierra cruzando por los llanos de la Barquera; cuando pasamos cerca de la azucarera de Villarrubia había unos reflectores grandes y potentes que daban vueltas en todas direcciones, instalados por los fascistas para controlar a la gente. Cuando la luz se dirigía a nosotros nos escondíamos aplastándonos en el suelo, mientras la luz daba una vuelta que tardaba un ratillo, nosotros avanzábamos. A mucha gente la pillaban y los volvían; los hombres eran detenidos y terminaban encerrados en los vagones del tren de la azucarera, donde con seguridad emprenderían su último viaje. Al llegar a la falda de la sierra ya estábamos más seguros, ya podíamos hablar; por el camino con la noche más oscura que la boca del lobo íbamos encontrando grandes oleadas de gente de todos estos llanos. Subimos la vereda de la Conchuela, de la Jarilla, a la Jarosa y de aquí a la Porrá. Cuando sentíamos por el camino acercarse a las criaturas se decía “quién va”, y se contestaba “gente buena” “venga, venga, vamos parriba” venían bandas de personas como bandos de estorninos.

Nos amaneció en el rio Guadiato, recuerdo los grandes barrancos y el río corriendo agua muy clarita, allí nos paramos y bebimos agua. Parece mentira hoy día en ese tiempo de agosto el agua que el río llevaba. Aquí había varias familias, había mujeres que lavaban la ropa en el río y ropa tendida en lo alto de las chaparreras y los lentiscos. Estando así se presentó una avioneta de los fascistas y recuerdo las voces que le gente pegaba “cuerpo a tierra, cuerpo a tierra…” corríamos como conejos a meternos entre el monte, los hombres y mujeres quitaban la ropa tendida para que no llamara la atención del piloto. No murió nadie, pero nos pegaron un gran susto, las ráfagas se sentían caer sobre las copas de las encinas, esto sería sobre las diez de la mañana. Seguimos el camino y en otra etapa llegamos a Villaviciosa.

Allí funcionaba un comité republicano que trataba que toda la gente comiera por igual, era el tiempo de la vendimia y nos dieron de comer pisto, tomate frito con patatas y de postre uvas de las viñas aquellas. Este pueblo se portó muy bien, nos dieron todo el apoyo que pudieron a miles de personas que veníamos huyendo de las bombas. Allí había gente de todos los pueblos de por ahí abajo, de Lora, Palma, Posadas, Almodóvar…

Aquí nos estaban esperando los hermanos de mi madre Tomas y Sandalio, ellos sabían que no íbamos a aguantar mucho en la Vega.

Una de las noches que pasamos allí mis tíos y mi padre hablaban entre ellos, se les veía muy preocupados, uno de ellos dijo; “que poco ha durado un gobierno de obreros, los ricachones no soportan que tengamos derechos, para no perder sus privilegios han empezado una guerra”.

Pero viendo que los fascistas iban avanzando estaban muy cerca de Villaviciosa y los bombardeos de las avionetas eran cada vez más frecuentes, comenzaron a evacuar al pueblo.

Seguimos a la estación de la Alhondiguilla, allí tuvimos que dejar los burros y muchas cosas más. Todos los llanos que rodeaban aquella estación estaba lleno de burros y mulos que la gente tenía que abandonar para subir al tren, toda una desgracia, ya que era su único medio de transporte, y que se conseguía con mucho esfuerzo.

Nos montaron en trenes, hasta Espiel donde paramos a pasar la noche. Dormimos en una ermita que había en el cementerio; los nenes nos levantamos y estuvimos jugando entre las cruces y las lápidas de los difuntos. Al día siguiente llegamos en el tren borreguero a Villanueva de Córdoba., y nos llevaron a un cortijo de un señoritango de Córdoba; estaba el cortijo lleno de heno que utilizaban para los caballos de las tropas republicanas. Nos alojaron en unas naves que habían preparado para la llegada de las familias, las habitaciones estaban cortadas con sacos de yute que hacían de tabiques. Aquí estuvimos al menos dos meses, luego cogimos el tren camino de Albacete donde pasamos toda la guerra en la zona republicana en Alpera, cerca del límite con Valencia.

Cuando llegamos nos repartieron a los hermanos, unos aquí, otros allí…a mi hermana Mari la llevaron con unos ricos del pueblo, les llamaban los de Palacio, a mí me tocó con un tío que se llamaba D. Cosme que era ingeniero, en fin, todos fuimos repartidos. Mi madre se quedó con mi Paquita que estaba mamando todavía, recuerdo que íbamos en un autobús y nos pararon en un lugar donde nos estaban esperando las personas que nos iba a acoger en sus casas. Al bajar unos decían “ese para mí, pues esa rubita para mí, aquel para mí…” aquello parecía que estaban rifando borregos. Estuvimos muy bien atendidos, incluso nos llevaban al colegio donde había chicos y grandes. No pasamos hambre ninguna, estuvimos muy bien, lo malo fue cuando se acabó la guerra.

El mayor de los hermanos era mi chacho Miguel que estaba de ranchero en la Aljabara; allí se tiró toda la vida, no se enteró de casi nada por estar en medio de la sierra, luego, cuando acabó la guerra conoció a los guerrilleros, que eran los huidos. Este tío, como mi padre, no fue al frente porque eran los dos de quinta del saco. Mi padre era de la quinta del 20, pero él sí participó y colaboró en las colectividades cuidando el ganado, matando borregos, vacas, chivos, para repartirlos entre la colectividad, todo esto cuando ya estábamos en Albacete.

 Manuel Moral Pineda, 12 años, de Higuerón camino de Villaviciosa.

Cuando estalló la guerra, el 18 de Julio, yo tenía 12 años, mis padres estaban en la casilla de la vía y nosotros en el cortijo de las Pitas. Recuerdo todo muy bien, los aviones que pasaban, una ocasión en la que tiraron una bomba muy cerca de donde estábamos nosotros, cerca de donde está ahora la central lechera Colecor. También en la misma pared del cercado de las pitas nos encontramos hombres fusilados por los falangistas. Un día, sobre el mes de agosto, estaba yo acompañando al guarda del canal mientras lo limpiaba, cuando vimos que se acercaba un camión cargado de falangistas que se dirigían a tomar el pueblo de Almodovar. Al vernos se pararon y apuntándonos con sus armas nos preguntaron qué hacíamos y nos exigieron que les enseñáramos lo que teníamos entre las manos. El hombre del canal, nervioso, levantó la azada y yo les enseñé el tirador que me colgaba del cuello, para los pajarillos.

 A pesar de haber comenzado la guerra, todo era pura incertidumbre, no se sabía si aquello iba a durar unos días o no. Mucha gente se quedó trabajando, unos con su ganado, otros con sus tierrecillas, mientras que otros muchos habían huido ya a la zona roja. La azucarera de Villarrubia funcionó el año del 36, hasta que los trabajadores, en plena campaña, se fueron a la sierra. Mi cuñado Antonio que estaba en un sindicato obrero se fue, y gracia a eso salvó la vida. La gente estaba aterrorizada. Fue entonces cuando comenzó el gran éxodo. Las gentes republicanas que habían huido a la sierra bajaron. Antonio López, amigo de mi familia, que estaba entonces con permiso de la mili, fue uno de los que volvieron de la sierra a por sus padres y amigos, comentándonos que teníamos que huir urgentemente a la sierra porque “esto son dos o tres días y nos van a matar si nos quedamos aquí”. Entonces mis hermanos y yo cargamos el mulo de víveres y, junto a varias familias vecinas, cortamos por una vereda que sube por San Jerónimo a Trasierra, hasta que llegamos a la finca del Rosal de las Escuelas, donde estuvimos tres o cuatro días.

Viendo que aquello iba para largo, de noche arrancamos por las veredas hasta Villaviciosa, andando por la sierra durante cuatro o cinco días. En Villaviciosa nos recibieron muy bien y estuvimos unos días parando en una posada. Había un gran gentío procedente de toda la vega del Guadalquivir (Posadas, Palma, Almodovar) que iban buscando la estación de Peñarroya y Alhondiguilla.

Las avionetas “nacionales” pasaban continuamente, tirando bombas y dando vueltas por la zona. Un día en las afueras del pueblo estábamos los nenes jugando por una alameda, cuando empezaron a llegar los aviones y a tirar bombas. Una de estas alcanzó a un chiquillo, quedó destrozado muriendo en el acto.

 Los trenes llegaban hasta el Vacar, de ahí para abajo era zona nacional) Nosotros salimos a la estación de Alhondiguilla con el mulo y allí embarcamos en el tren de mercancías. El mulo se lo dejamos a Antonio López un amigo nuestro que era de Añora. Este animal era muy apreciado por nosotros; se llamaba Caete. Mi cuñado Antonio, que era de Baza, hizo lo posible para que nos mandasen hacia allí, que era también zona republicana.

 Joaquín Herrera Galiot, 12 años de Almodóvar camino de Villaviciosa.

Cuando entraron los fascistas en Almodóvar, venían desde Córdoba y cuando llegaron a la Huerta de San Andrés se pararon y pegaron varios cañonazos al castillo, uno de ellos dio en una torre. Yo sentí los vejigazos, estaba matando gorriones con tirador a las afueras del pueblo, en el Cañuelo. Sentí a mi madre pegando voces, gritando “Joaquín, Joaquín…” mi madre, como muchas mujeres y hombres estaban desesperados, corrían por las calles llorando. La gente cogía lo más imprescindible y salían del pueblo en dirección a la sierra. En un tejar que había a las afueras se juntó mucha gente, muchos hombres cogieron las herramientas que normalmente había en la casa para ganarse la vida, ahora para defenderla (hachas, azadas, hoces, viejas escopetas que se cargaban por la boca).  Muchas familias buscábamos los agujeros como los conejos, y así nos metimos en una cueva cerca del pueblo, la cueva de Rafalito Bartolo. Una miliciana de momento llegó y dijo “venga, para arriba, para la sierra, que hay que pasar a aquel lado del pantano de la Breña. Cuando llegamos allí, había milicianos y milicianas con fusiles, vestidos con monos, que nos decían “venga, los hombres quedaros atrás, las mujeres y los chiquillos, para adelante”. Nosotros seguimos adelante, los hombres, entre ellos mi padre, se pusieron parapetados, cargando los fusiles para cuando llegaran los fascistas. Gracias a la resistencia de los obreros de Almodóvar, no pasaron los fascistas en ese momento por el pantano.

Las mujeres y chiquillos, cuando íbamos andando por la vereda de la Breña, a la altura de la finca los Puntales, sentimos los tiroteos entre los obreros y los nacionales. Rafalillo el perrero acompañaba a las fuerzas fascistas, sirviendo de guía; entraron por las primeras encinas de la Caballera y la Peña del Águila, y desde las Albarizas lanzaron el tiroteo sobre las gentes del pueblo, que como digo estaban resistiendo en Piedras Blancas, al otro lado de la presa, para que las familias tuvieran tiempo de meterse bien sierra arriba. Pasamos por Cabeza Pedro, Los Lagares, Escoboso, hasta salir a la vereda de Villaviciosa que es la actual carretera de Posadas-Villaviciosa, hasta llegar al pueblo. Íbamos andando, aunque la bestia que pillábamos en el camino la cogíamos para servirnos de ella, no todos en aquellos tiempos podían mantener una bestia, y los que las tenían no tuvieron tiempo de ir a la era a por ella.

Cuando llegamos cerca de Villaviciosa nos paramos a descansar, y de paso a comer racimos de uvas, en la linde de unas viñas, y se dejó venir una avioneta tirando bombas; las criaturas salían de las viñas como podían, buscando el refugio del monte. De Villaviciosa salimos para Pozoblanco y Villanueva de Córdoba, hasta la Garganta.

 La información de esta ponencia ha sido recogida en su mayor parte, del libro Campesinos sin Tierra, del que soy coautor. Un libro construido por valiosos testimonios de mujeres y hombres campesinos, que trabajaron y vivieron entre la Campiña de Guadalquivir y Sierra Morena, que soportaron la huida, la guerra y una larga posguerra, explotados y privados de libertad.

Es la primera publicación que recoge una representación cartográfica de la Desbandá cordobesa.

 

Bibliografía

Luis Naranjo, Manuel Moral. Campesinos sin Tierra. Editorial Utopía Libros, 2020.