«Mujeres británicas en la Guerra Civil Española: La Desbandá»

Linda Palfreeman

Universidad CEU Cardenal Herrera

 

Voy a hablar de la participación de las mujeres británicas en iniciativas humanitarias lanzadas durante la guerra civil y, más concretamente, en el sur de España, después de la caída de Málaga a los rebeldes – lo que dio lugar a lo que hoy en día se conoce popularmente como ‘La Desbandá’.

Cuando el   golpe militar fallido provocó una guerra civil en España, en julio de 1936, el gobierno británico, como los de Francia y los Estados Unidos, siguió una política de ‘no intervención’. A pesar de esta política, miles de ciudadanos de a pie apoyaron activamente al gobierno español y patrocinaron la participación voluntaria. De estos voluntarios surgió el ejército que llegamos a conocer como las Brigadas Internacionales. Más de 2,500 hombres británicos se unieron a sus filas. Pero la respuesta de las mujeres fue igualmente notable.

 Mujeres británicas de todos los sectores sociales y profesionales se movilizaron en apoyo de la República, muchas asumiendo roles de liderazgo en los miles de comités de ‘Ayuda a España’ creados en pueblos y ciudades por todo el Reino Unido.  Algunas de estas mujeres eran políticas prominentes, e incluían representantes de todos los partidos principales: diputadas conservadoras como la duquesa de Atholl, representantes laboristas como Leah Manning y Ellen Wilkinson, y la activista comunista, Isabel Brown, que dirigió el Comité Británico para Ayuda a las Víctimas del Fascismo.

 

En una demostración de solidaridad y compromiso mutuo, hasta entonces sin precedentes en la arena política (dominada por hombres) estas mujeres cruzaron todas las fronteras de los partidos políticos en su apoyo a la República, y pudieron galvanizar al público británico para que tomara parte activa en ese apoyo.

Trabajando juntas, organizaron todo tipo de eventos para la recaudación de fondos:  mercadillos, charlas, y   fiestas, y eventos de todo tipo, recaudando, en total, unos dos millones de libras. Y contrataron barcos para transportar a España las toneladas de alimentos y otros bienes.

 

Para las mujeres de orígenes más tradicionales y apolíticos en Gran Bretaña, la época de la Guerra Civil Española fue la primera vez que se codearon con activistas políticas curtidas, y algunos hablaron de experimentar un ‘despertar político’.

 

Eran mujeres con antecedentes sociopolíticos muy diferentes. Algunas ya estaban políticamente motivadas, como las enfermeras Thora Silverthorne, Nan Green y Annie Murray, miembros del Partido Comunista Británica, así como Winifred Bates, secretaria y publicista. Vieron la lucha en España como una oportunidad vital para detener la ola de fascismo que recorría Europa. Dieron el paso audaz de ofrecerse como voluntarios para administrar ayuda en las zonas de guerra en España – demostrando un coraje y un compromiso increíbles, en una época en que muchas ni habían viajado nunca al extranjero, y mucho menos hasta el frente de batalla de un país lejano desgarrado por la guerra civil.

 

Algunas, como las enfermeras Patience Darton y Penny Phelps declararon que su apoyo a la República era más socialmente motivado, inspirado en las iniciativas para mejorar la situación de las mujeres y de sanar el miserable nivel de vida de las clases más pobres.

 

Otras voluntarias declararon motivos puramente humanitarios. Querían hacer lo que pudieran para aliviar el sufrimiento tanto de los soldados heridos en combate como de civiles envueltos trágicamente en el conflicto en contra de su propia voluntad. Algunas sirvieron como  enfermeras o administradoras en la unidad de ambulancia del Spanish Medical Aid Committee (SMAC).

Sin embargo, había otras empresas, menos conocidas, trabajando en España, con mujeres a la cabeza. Por ejemplo, la  Unidad de Ambulancia Escocesa, en Madrid, bajo el liderazgo de  Fernanda Jacobsen, la única mujer en el equipo de veinte. Socorrían a las tropas heridas y a la población civil sufrida de la capital sitiada.

 

Otra misión de socorro en manos de mujeres fue la evacuación de cuatro mil niños vascos a Gran Bretaña, durante el bombardeo de Bilbao. Leah Manning del SMAC y Edith Pye de la Society of Friends (cuáqueros) ayudaron a organizar la expedición. Las mujeres también desempeñaron un papel importante en el cuidado de los niños después de su llegada a Gran Bretaña. Una de estas mujeres fue Frida Stewart (y su madre, Jessie Stewart).

 

 Las Stewart pertenecían a una familia de clase media alta de Cambridge, imbuida de una fuerte conciencia social. Se volvían cada vez más preocupada por la propagación del fascismo y, particularmente, por la situación en España. Frida Stewart trabajaba incansablemente para el National Joint Committee, pero su deseo ardiente era ir a España. Cuando Sir George Young le pidió conducir una ambulancia al sur de España, después de la caída de Málaga, no vaciló, y una vez allí, se quedó a trabajar con los refugiados.

 

El levantamiento había sido suprimido en la ciudad meridional de Málaga que permaneció   bajo el control de los anarcosindicalistas (del CNT y la FAI).

 

Frente al implacable asalto rebelde, el pánico se extendió entre los ciudadanos de Málaga. Habían oído hablar de las atrocidades perpetradas por la infantería morisca al ocupar los pueblos circundantes y habían escuchado las aterradoras amenazas del General Queipo de Llano. Muchos vieron el huir de la ciudad como su única esperanza de supervivencia. Este acto desesperado iba a involucrarles en lo que sería una de las atrocidades más repugnantes de todo el conflicto fratricida.

 

 Miles de ciudadanos huyeron, llevando las pobres posesiones que pudieron, con poca comida y escasa protección contra el frío del invierno. Los más afortunados tenían algún tipo de transporte, tal vez en forma de un burro, pero la inmensa mayoría tuvo que hacer la caminata de 200 kilómetros a pie por los montañosos senderos costeros desde Málaga hacia Almería.

 

Les suponía varios días de infierno, pero no solo por la caminata en sí. Mientras la lamentable procesión serpenteaba lentamente hacia su destino, ofrecía un blanco fácil para los ataques aéreos y el bombardeo de los acorazados rebeldes entrenados en la costa. Aprendieron a dormir durante el día y caminar de noche, comiendo plantas y hierbas que encontraban, para calmar el hambre.

 

A pesar de la indescriptible adversidad sufrida, más de 80,000 personas lograron llegar a Almería; unos 20,000 volvieron a Málaga, y más de 5,000 fueron fusilados, ahogados o murieron por dificultades y hambre en el camino. Hubo una necesidad urgente de asistencia médica y humanitaria externa.

 

La Unidad de Ambulancia de las Universidades Inglesas partió para el sur de España.  Creada por baronet británico, Sir George Young, la ambulancia fue comandado por Violetta Thurstan, que ya había tenido experiencia como enfermera y administradora durante la Primera Guerra Mundial. Tenía un don especial para los idiomas. Hablaba español, árabe, francés y alemán con fluidez y algo de italiano, ruso y griego. Por lo tanto, no tendría dificultades para comunicarse con sus pacientes o con las diversas autoridades militares y civiles con las que la ambulancia tendría que negociar durante su estancia en España. El equipo médico estaba compuesto casi exclusivamente por mujeres, incluyendo a las enfermeras Elizabeth Burchill, y Dorothy Morris y contando con la colaboración de otras mujeres excepcionales como Mary Elmes.

 

Para los refugiados de Málaga, el horror seguía cuando llegaron a Almería.  Dormían en las calles en condiciones de vida precarias e insalubres. (Como ya sabemos) muchos estaban desnutridos y mal vestidos y con baja resistencia a enfermedades como el tifus, la viruela y la disentería.

 

Inmediatamente después de su llegada, las mujeres de la ambulancia establecieron una cantina para los refugiados en la estación de tren de Almería. Proporcionaban leche para los niños y enfermos por la mañana, y sopa a todos por la tarde. Pero, conscientes de que las provisiones durarían poco, dieron a conocer la situación a sus compatriotas en Gran Bretaña, en un intento de seguir recaudando fondos. Una de las voluntarias declaró a la prensa:

Si la gente que había donado los alimentos pudiera ver a los niños pequeños con la cara entera sumergida en un tazón de leche, devorando el pan, se sentirían recompensados.

 

Había, también, una gran necesidad de instalaciones sanitarias para los miles de desplazados. Bajo la dirección de Violetta Thurstan, se estableció una pequeña clínica en la Villa María, una casa requisada para este fin, por el alcalde. Pronto llegó a una capacidad máxima, y hacía falta un local más amplio. Con la ayuda del Dr. José Soriano Romera, el pediatra español que se había incorporado al equipo, una segunda villa, la Villa San Juan, se convirtió en hospital, y la Villa María pasó a funcionar como una casa de convalecencia.

 

A medida que la ambulancia ganaba renombre entre la comunidad local, las admisiones aumentaron – tanto que este hospital también se hizo pequeño. Una casa cercana, mucho más grande, se convirtió en el Hospital Elena. El personal doméstico se reclutó de entre los refugiados, y las enfermeras británicas instruían a chicas locales en las tareas de enfermería.

 

Muchos de los bebés llevados al hospital habían sido desatendidos durante tiempos prolongados y, al principio, la tasa de mortalidad era alta. Pero con los cuidados expertos de las enfermeras, se iba bajando, y las epidemias se controlaron. El bullicio diario del hospital fue interrumpido a menudo por el sonido ominoso de la sirena del ataque aéreo, ya que Almería fue bombardeada casi a diario. No obstante, la vida diaria de las enfermeras no estaba del todo desagradable. El diario de Elizabeth Burchill, por ejemplo, revela que en Almería era ‘muy barato obtener un buen champú y peinado’.

Pero había más miseria por venir. En la madrugada del 30 de mayo, sin previo aviso, cinco acorazados alemanes se colocaron a lo largo de la costa y

dispararon continuamente durante media hora. Además de las muertes y las lesiones causadas por algunos 200 proyectiles explosivos, miles de los refugiados de Málaga se vieron una vez más obligados a emprender la caminata hacia el norte. Pronto sería la pequeña ciudad de Murcia que luchaba por contenerlos. La inglesa Francesca Wilson, representante cuáquera, viajó al sur desde Barcelona. Ella cuenta:

 

El viaje pasó como un sueño. Campos de arroz, con brotes verdes emergiendo del agua, lagos con barcos … limoneros y naranjos … palmeras datileras y jardines … Entonces el sueño terminó y nos encontramos en una pesadilla. Estábamos en las afueras de Murcia, en un vasto e inacabado edificio… abriéndonos paso entre * multitudes de refugiados harapientos.  Nos rodearon, contándonos sus historias, como personas ahogadas en un pantano.

 

Había cinco refugios de este tipo en la ciudad, albergando miles de refugiados. Todos ‘indescriptiblemente pobres, sucios y miserables’, escribió Wilson: Fue ‘miseria humana amontonada’.  Hizo llamamientos a la sociedad de Amigos y otras agencias, que enviaron toneladas de alimentos y otras provisiones. Wilson logró lo que al principio le parecía una tarea * imposible en medio del caos del refugio. Dentro de poco, dos o tres mil personas estaban siendo alimentadas, todos los días, en un ambiente de paz y de orden. Pero, por todos lados se veían niños enfermos, y como el hospital civil de Murcia estaba abarrotado, la única solución fue crear un hospital nuevo.

 

Con la ayuda de Violetta Thurstan, Sir George Young y Frida Stewart, Wilson creó un hospital para niños.  Declaró a la prensa:

 

la casa más perfecta de Murcia nos ha sido asignada: una villa moderna en sus propios terrenos, hermosamente acondicionada … un lugar ideal para un hospital.

 

‘La semana dedicada a equipar el hospital fue febril pero emocionante”, sigue Wilson:

comprando ollas, sartenes, cuencos, camas, peines y demás. Algunas empresas locales llevaron regalos de porcelana y otros artículos domésticos… y las farmacias contribuyeron medicinas e utensilios. Solo cuando el médico español ordenó un biombo para los moribundos … me di cuenta que había pasado demasiado tiempo pensando en cómo conseguir cubrecamas de colores bonitos que hiciesen juego con las paredes.

 

Por fin, todo estaba listo en el hospital de Murcia y llegaron dos enfermeras británicas desde Almería. La principal preocupación de Wilson era si se les enviarían niños enfermos. Pero el miedo era infundado. Las semanas de trabajo previo en los refugios habían ganado la confianza, incluso de las pobres madres malagueños que, según Wilson, habiendo perdido todo, se aferraban a sus hijos con una especie de ferocidad y pasión animal. Los pacientes comenzaron a llegar: niños con neumonía y bronquitis, bebés tan débiles que apenas parecía posible que pudieran vivir.

 

Pero, con los cuidados expertos y la alimentación adecuada, respondieron rápidamente.  Eventualmente, Wilson tuvo que regresar a su trabajo como maestra de escuela. Su directora le había dado permiso para pasar un tiempo en España que ya se había extendido por varios meses. La administración del hospital sería asumida por Esther Farquhar, representante del American Service Council (los cuáqueros americanos). Ella se encargaba, también, de la administración de los hospitales ingleses en Almería, cuando Sir George Young se encontró con dificultades financieras.

 

Antes de volver a Inglaterra, Wilson dirigió su atención hacía otros esquemas que tenía en mente. Con el doble objetivo de proporcionar a los refugiados una ocupación digna y ayudar a satisfacer la necesidad urgente de ropa, abrió talleres de costura para mujeres y niñas en Elche, Alicante y estableció una colonia agrícola para niños, en la sierra de Crevillente.

 

Las cantinas y los hospitales establecidos en Almería y Murcia salvaron muchas vidas y mejoraron las terribles condiciones de vida de miles más, especialmente la de los niños enfermos y huérfanos. Pero el trabajo de las voluntarias no terminó allí. A su vuelta a Inglaterra, Frida Stewart, por ejemplo, seguía trabajando para el National Joint Committee.  Montó espectáculos musicales en los que los propios niños bailaban y cantaban en el estilo vasco tradicional, y así recaudaban fondos para su manutención y cuidado en Inglaterra.

 

Después de la derrota de la República, Stewart y Wilson y varias otras voluntarias viajaron al sur de Francia para ayudar en los campos de concentración donde miles de refugiados republicanos estaban retenidos en condiciones espantosas. Pero eso es otra historia…

 

Para las mujeres que participaron en la guerra en España, fue una experiencia que nunca olvidarían. Frida Stewart resume el sentimiento de muchas de ellas:

‘El momento más significativo de mi vida fue el día en que la ambulancia me llevó a cruzar la frontera hacia el sur de España: España ha sido la mejor parte de mi vida.’