«De Málaga a los Pirineos El largo exilio de los malagueños»

Juan Francisco Colomina Sánchez.

Investigador Universidad de Almería.

 

 El exilio republicano español es un fenómeno que ha copado las investigaciones de las últimas décadas con una copiosa cantidad de artículos, tesis doctorales, libros y documentales. A pesar de haber pasado más de 80 años, sigue habiendo un interés genuino por conocer las vicisitudes, hazañas y penurias de los cerca de medio millón de personas que, entre enero y febrero de 1939, tuvieron que marchar con unas pocas pertenencias y mucho miedo hacia Francia, un país sinónimo de libertad, republicanismo y valores cívicos. El temor a las represalias, la incertidumbre ante que sería de su libertad o el miedo colectivo llevó a militares y civiles a engrosar las listas de refugiados de una Francia que agonizaba en el fin de su Tercera República.

Dentro de los episodios cruentos acaecidos durante la guerra civil, la población civil se convirtió en protagonista y un objetivo militar más en el teatro de las operaciones bélicas, tal y como ocurrió en el crimen de la carretera de Málaga a Almería, popularmente conocida como La Desbandá, que nos sitúa en el drama humanitario nunca visto en nuestra tierra: la huía de miles de civiles por una carretera mientras era ataca por mar y por aire. La Desbandá fue, sin duda, uno de los episodios más violentos de la guerra española. No hay consenso entre los investigadores sobre la cifra aproximada de población que huyó de Málaga: las últimas investigaciones sitúan en 300.000 las personas que huyeron de la capital malagueña y en 150.000 los que llegaron a Almería. Un informe del capitán de Carabineros Federico Angulo señala que “el espectáculo de la carretera, desde Adra hasta Almería, es algo que no encuentro palabras con qué explicarlo. La peregrinación de cerca de 200.000 personas, desde Málaga a Almería, a pie, algo que no tiene precedentes en la historia de las evacuaciones de guerra”[1]

Antes del bombardeo de Guernica fue Málaga, objetivo prioritario para los intereses estratégicos del ejército sublevado, que seguía las órdenes del general Queipo de Llano, que desde Sevilla lanzaba misivas radiofónicas alertando a la población de Málaga que pronto un círculo de hierro y fuego” acabaría con las resistencia de la ciudad. Ese fue uno de los principales motivos de la huida de miles de civiles de Málaga hasta Almería: el miedo y el terror a las tropas.

Málaga, además, tenía un grave problema con los refugiados: el triunfo de los sublevados en Sevilla, Cádiz y en la ciudad de Granada había provocado un éxodo masivo de hombre y mujeres de las comarcas colindantes. Málaga capital se atestó de gente a la que había que alimentar y dar cobijo. El 8 de febrero de 1937 Málaga caída definitivamente tras la ofensiva de las tropas sublevadas, que contaron con la ayuda de los soldados italianos y la aviación alemana. Comenzaba así uno de los episodios más cruentos de la guerra española y uno de las mayores movilizaciones europeas de población civil que acabaría, dos años después, con otra huida hacia tierras francesas.

 

  1. El exilio de los malagueños.

 

Muchos de los estudios sobre el exilio republicano se han centrado en las grandes personalidades políticas o de la cultura, pero si hay algo que caracteriza el gran éxodo de 1939 es que fue protagonizado por la gente corriente, aquella cuyo día a día versaba en sobrevivir en tiempos convulsos y que suelen ser los olvidados de la historia. Esa misma gente corriente que sufrió el peso de la represión franquista, desde la supresión de su libertad y de su propia vida hasta el exilio. Antes de poner nombres a sus historias es necesario poner en contexto alguno datos que revelan la magnitud y la tragedia de este exilio.

Las cifras del exilio son inexactas por necesidad, puesto que la avalancha que se produjo en la frontera francesa entre enero y los primeros días de febrero de 1939 hizo dificultoso la identificación completa y total de todos los refugiados que fueron llegando. Pese a estos inconvenientes, el “Informe Valière” del Gobierno francés cifró en 440.000 el número de refugiados españoles en el sur de Francia, de los cuales 170.000 eran mujeres, niños y ancianos, 220.000 soldados y militares, 40.000 inválidos y 10.000 heridos. Javier Rubio eleva esa cifra a 470.000 refugiados españoles en el sur francés[2], de los cuáles el 10% correspondería a refugiados provenientes de las provincias andaluzas.

La investigación en curso que estamos llevando a cabo desde el grupo de investigación Surclío de la Universidad de Almería ha logrado rescatar las historias de más de 5.000 malagueños y malagueñas que lograron salir de España. No deja de sorprender, en una primera vista, la cantidad de vecinos de la provincia de Málaga que se encuentran exiliados en la Francia metropolitana cuando la salida más cercana eran las colonias francesas del norte de África, concretamente Argelia y Marruecos. Si bien es cierto que hay que tener presente las migraciones económicas de los años 30 desde Andalucía hasta Cataluña, el elevado número de refugiados, así como sus propios testimonios, nos permite adelantar que la mayoría de estos civiles, que representan el 56% de los refugiados provenientes de Málaga, habían salido de la provincia en febrero de 1937.

Málaga es la provincia andaluza con más refugiados en Francia, tanto en la metrópoli como en sus colonias norteafricanas, como ha estudiado Daniel Moñino en esta misma obra. Un fenómeno que explica perfectamente la dimensión de la Desbandá en el contexto de la guerra civil, pero también en su ámbito internacional. La tragedia de Málaga copó portadas en la prensa extranjera, especialmente en la francesa e inglesa, y llegó incluso a ser objeto de debate en el parlamento francés y en la Sociedad de Naciones. 1937 fue un año en el que la II Guerra Mundial pudo estallar. A la Desbandá y el bombardeo de Guernica se le suma el bombardeo nazi sobre la ciudad de Almería el 31 de mayo, que dejó 33 víctimas en la ciudad y algunos heridos entre los refugiados de Málaga que seguían apostados en la capital almeriense. Ninguno de estos tres episodios provocó el adelanto de un conflicto que estallaría dos años después y que supuso más sufrimiento y temor para los refugiados españoles en Francia.

Refugiados que tenían nombres, apellidos e historias que contar. Como señalaba anteriormente, la mayor parte de los refugiados malagueños eran civiles, especialmente mujeres y niños, que rehicieron sus vidas en Cataluña y, posteriormente, en Francia. Al menos 356 niños y niñas menores de 10 años acabarían en el exilio, naciendo otros 23 en las primeras semanas de su estancia en Francia, como fue el caso de Miguel Román, nacido en el campo de concentración de Rivesaltes el 27 de octubre de 1939. Si nos acercamos a los perfiles socioeconómicos de los refugiados malagueños podemos observar que la mayoría de esos refugiados pertenecían a las clases medias y bajas y a profesiones como agricultores, asalariados, carpinteros, artesanos, trabajadores no cualificados y amas de casa. Este último dato es interesante ya que, por lo general, a toda mujer en su ficha de identificación, se le denominaba de forma automática con ese perfil laboral, a la que se añadía la de enfermera, costurera y sirvienta, dejando en el olvido el trabajo en el campo que la mayoría de las mujeres andaluzas ejercían a diario.

Otra característica del exilio republicano es que es un exilio familiar, entendido en su máxima extensión, ya que los lazos familiares abarcaban la sanguínea y la vecindad. La media de acompañantes del exilio malagueños, y por extensión del andaluz, es de 5,3 personas. No se dejaba a nadie atrás gracias al papel de la mujer como elemento central de unión familiar. Ante la falta de noticias o del paradero de la cabeza familiar, ausente durante la mayor parte de la guerra, cuando no desaparecido o encarcelado, las madres, hermanas y abuelas fueron la punta de lanza del exilio interior por las tierras de España, y también en la hora de decidir si permanecían en el lugar de residencia, con la incertidumbre para su seguridad que conllevaba, o marchar hacia el exilio. Se hace harto difícil saber cuántos refugiados de la Desbandá marcharon a Francia, pero sí sabemos que centenares de familias decidieron marchar ante el terror a la represión y a las consecuencias sobre sus vidas y sus cuerpos con la llegada de las tropas sublevadas. Una difícil elección que suponía un mayor desarraigo y un aumento del miedo al encontrarse a salvo, pero en un país del que desconocían su lengua, su cultura y que no las recibió de la manera esperada en la mayor de las ocasiones.

 

  1. La difícil acogida: los campos de concentración y los centros de alojamiento.

 

La huida por la frontera francesa fue una espantada tremenda, improvisada y caótica en la que cada cual intentó ponerse a salvo por sus propios medios. Una avalancha de hombres, mujeres, niños y ancianos que llegaban en condiciones terribles de higiene y desnutrición, enfermos, heridos y mutilados. La acogida de los refugiados españoles por parte de Francia no fue fácil. En primer lugar porque el gobierno francés del Frente Popular, liderado por Daladier, hacía malabarismos para no ser derrocado ante las fuertes presiones externas -con golpes de estado fallidos incluidos- y los poderes mediáticos[3]. En segundo lugar, por la opinión pública, influenciada por la prensa conservadora, que veía en los refugiados españoles un peligro para la seguridad del Estado y unos aliados del comunismo soviético y de los valores tradicionales franceses. Para un francés, un refugiado español era un socialista o un comunista violento que había matado a cientos de eclesiásticos y que no respetaba orden sociopolítico alguno. En un momento donde Francia e Inglaterra hacían fútiles esfuerzos por evitar la guerra con la Alemania de Hitler, los refugiados republicanos se habían convertido, de facto, en una especie de quintacolumnistas, más aún cuando Alemania y la Unión Soviética firman el Tratado de no Agresión, conocido como Pacto Ribbentrop-Molotov, el 23 de agosto de 1939, apenas unos meses después de la llegada de los refugiados españoles.

El hostil recibimiento dispensado a los exiliados españoles es inseparable de determinadas actitudes hacia los extranjeros en general. No siempre se traspasaba el límite de la xenofobia, pero, incluso fuera de los círculos más conservadores, era frecuente que los extranjeros inspiraran recelo. Alicia Alted resume perfectamente el sentir de los franceses en esos primeros momentos:

 

El entorno exterior, los espectadores del drama han sido casi insensibles a las realidades complejas del exilio y han ignorado durante mucho tiempo los acontecimientos que los habían precedido. La opinión pública media ha percibido a los refugiados españoles como un todo homogéneo […] Lo han percibido cono una masa compacta, ideológicamente calificada de roja”, con todo lo que ese término significa para los franceses al final de la década de los años 30 y después bajo el régimen de Vichy […] Etiqueta identificada con la violencia de la Guerra Civil, con la violencia contra la Iglesia, pero también con la causa perdida de la República antifascista, con las utopías emancipadoras, con el pueblo en armas, y por fin con los medios expeditivos del comunismo estalinista, con la revolución social y con los amaneceres radiantes del internacionalismo proletario”[4]

 

La principal zona de establecimiento de los campos de concentración es la situada en el Languedoc-Rousillon y Midi-Pyrénées, dos regiones junto a la frontera española. Muchos fueron los campos de internamiento para españoles creados a lo largo de 1939 pero los principales eran los de Argelés-sur-Mer, que fue el primer campo; el de Saint-Cyprien, creado para aliviar Argelès; Le Barcarès, creado a su vez para aliviar el de Argelès. El campo de Bram acoge a personas de más edad y el de Septfonds y Vernet estaba destinado a los trabajadores más cualificados. El campo de Rivesaltes sirvió para acoger a los refugiados de origen catalán y mujeres. El campo de Gurs se destinó para los aviadores y las Brigadas Internacionales. Por último, uno de los campos principales fue el de Agde. Los campos de concentración son universos cerrados, aislados del resto del país, protegidos por redes de alambradas y vigilados donde los hombres están sometidos a una dura disciplina y sujetos a prohibiciones. […] La comunicación con el exterior es aún más difícil todavía y depende de la autorización de la dirección del campo. Los recién llegados son sistemáticamente cacheados”[5]. Algunos de estos campos eran en realidad una zona arenosa de la costa cercada por alambre de espino y con el mar de barrera natural. En estas precarias condiciones los refugiados se vieron obligados a excavar agujeros en la arena para protegerse del frío intenso. No existían las condiciones elementales de suministro de agua, alimentos ni mucho menos de material sanitario.

La mayor parte de los internados en los campos de concentración eran hombres mayores de 17 años, civiles o militares. Las órdenes directa de los ministerio del Interior y de Seguridad Nacional era preservar el orden y evitar, en la medida de lo posible, el contacto de los refugiados con la población francesa[6]. Los más jóvenes venían de tres años de guerra en la retaguardia y se encontraron en una situación inesperada y terrible para ellos. Fueron los casos de Valeriano Blanco Terrosa (Málaga, 1922), Juan Escalera Gil (Almargen, 1922), Juan Molina Ruiz (Málaga, 1922), Rafael Soto Díaz (Málaga, 1922) y Francisco Méndez Garribito (Estepona, 1922), todos ellos internados en Bram. En Barcarès fue destinado Cristóbal Barroso Medinilla (Ronda, 1922).

Los numerosos testimonios[7] de los que los refugiados españoles dejaron tras su paso por los campos de concentración franceses nos da una imagen de cómo puso ser aquel lugar, que por otro lado no deja de ser un terrible antecedente de lo que está pasando en nuestro mundo actual. Las autoridades francesas consideraron en un primero momento que los refugiados eran un problema de primera magnitud en materia sanitaria, económica, social y política. La democracia francesa sufría para mantenerse viva y la llegada de los españoles, considerados por la mayoría como rojos, anarquistas y comunistas, alimentó el discurso de la extrema derecha, focalizada a través del periódico L`Action Française, que no dudaba en referirse a los españoles como “perros, asesinos, torturadores, saqueadores y responsables de la ruina de España[8].

Al menos 2.100 malagueños fueron internados en los distintos campos de internamiento del sur francés. Poco después, con el estallido de la II Guerra Mundial, muchos de ellos fueron enrolados en las Compañías de Trabajo[9], unidades militares dedicadas al mantenimiento, obras y fábricas de guerra. Entre ellos estaban Inocencio Fabra González[10], Diego Herrera Tardolea[11], Vicente Farier Forcado[12], Lucas Morillas Díaz[13], Antonio Godoy Aguilera[14], Antonio González Silva[15], Francisco Huelgas[16], Francisco González Pastor[17], Salvador Ruiz[18], José Chica Fernández[19] o Juan Rodríguez Sánchez[20] . Fueron muchos los malagueños enrolados en estas unidades, que sufrieron en primer término la avanzada de las tropas alemanas sobre Francia en junio de 1940. Capturados muchos de ellos, fueron enviados a los campos de prisioneros alemanes para ser posteriormente deportados a los campos de concentración y exterminio que creó la Alemania nazi. Fueron los casos de Antonio Pérez Galindo, nacido en Vélez-Málaga el 17 de marzo de 1911. Maestro de profesión, cruzó la frontera en febrero de 1939 y fue internado en el campo de Argelès. Junto a Antonio Pérez viajaron Juan Verdún Verdún (Campillos, 1893) y Antonio Guerrero Reyes (Estepona, 1919). Los tres estaban enrolados en 34ª Compañía de Trabajo en Saint-Jean-de-Maurienne, cerca de la frontera italiana. Hechos prisioneros por las tropas alemanas, fueron enviados al campo de prisioneros de Sandbostel, al norte de Alemania, para ser deportados en marzo de 1941 al campo de concentración de Mauthausen. Antonio Pérez Galindo, Juan Verdún Verdún y Antonio Guerrero Reyes fueron compañeros en loa derrota republicana, en el exilio y en la muerte. Pérez Galindo falleció en el campo de Gusen el 1 de marzo de 1943. En 1941, con unos días de diferencia, lo hicieron Juan Verdún (28 de octubre) y Antonio Guerrero (6 de noviembre). Ellos fueron solo tres de los 140 malagueños que fallecieron en los campos de exterminio nazi. La mayoría fueron prisioneros de guerra que fallecieron con un número tatuado, sin identidad y sin patria.

Distinto destino, pero no menos difícil, tuvieron mujeres y niños. Repartidas por toda Francia en centros de alojamiento, la separación familiar y la incomunicación hicieron mella en la capacidad de resistencia de las familias, que ante la incertidumbre decidieron volver a España. Otras familias y mujeres decidieron quedarse en Francia o emigrar a terceros países, como México, Argentina o Chile. Estos centros de alojamientos fueron variopintos e iban desde plazas de toros hasta edificios públicos, aunque la mayoría se levantaron en las afueras de los pueblos y ciudades. La vida cotidiana era más relajada que los campos de concentración, aunque las normas a cumplir eran estrictas. La población francesa se mostró mucho más amable con mujeres y niños que con los milicianos y militares republicanos. Las que decidieron quedarse lo hicieron para poner a salvo a sus familias y su propia integridad. Muchas de ellas lograron un exiguo contrato de trabajo en casas particulares como limpiadoras o personal del servicio. No pocas marcharon al campo y a las fábricas de guerra en cuanto estalló la II Guerra Mundial. Las enfermeras rápidamente fueron destinadas junto a las tropas francesas como personal auxiliar por su capacidad y conocimiento en heridas de guerra. La invasión alemana provocó la vuelta de muchas mujeres a los centros de alojamiento, cuando no directamente a los campos de concentración del sur francés. Pese a ello, su mayor libertad permitió a muchas refugiadas actuar como enlaces con los miembros de la Resistencia francesa[21], donde había numerosos combatientes republicanos que fueron decisivos en la creación de redes de sabotaje a las línea y puestos alemanes durante las operaciones bélicas de la II guerra Mundial.

 

  1. El largo exilio y la diáspora.

 

El exilio no conoce edad ni condición. Dolores Poveda (Málaga, 1855) conoció la guerra de Cuba, cuatro reyes, varias guerras y muchas penurias. Con 84 años decide cruzar la frontera junto a sus hijas y sus nietos. Salvador Velasco García (Ronda, 1869) y su esposa Josefa Vallejo Rodríguez (Ronda, 1881) tomaron el camino del exilio en 1937 cuando decidieron salir de Málaga e instalarse en Granollers junto a sus hijas María y Josefa. Salvador fallecería en Poitiers pocos meses después. Nunca pudo volver a su tierra.

Francia no fue el único destino de los malagueños. México, país que reconoció al gobierno republicano hasta la vuelta de la democracia a España en 1978, acogió a miles de españoles en su tierra, entre ellos al menos a 320 malagueños, la mayoría mujeres, que buscaron un nuevo futuro fuera del terror de la guerra europea y la represión franquista. La adaptación de los españoles en México estuvo facilitado por una cultura y una lengua común, pero no estuvo exento de problemas. Los refugiados llegaron con escasos o ningún recursos de los que poder vivir, por lo que tuvieron que seguir sobreviviendo en base a las ayudas que el gobierno republicano, a través de la CAFARE (Comisión Administradora de los Fondos de Ayuda a los Republicanos Españoles), que se facto se había convertido en el órgano principal por los que se canalizaron los fondos económicos y asistenciales del exilio mexicano. Esta ayuda resultó ser fundamental para muchos refugiados, que pudieron recomponer sus vidas toda vez que se adaptaron al marco laboral, económico y social de México.

Todos estos pequeños retazos de historia que hemos podido rescatar son solo sombras de una

historia que abarca del drama humanitaria, la solidaridad y la lucha contra el fascismo europeo. Son

historias tras las cuales hay sufrimientos inenarrables, donde el desgarro familiar y humanitario se

produce sin apenas tiempo para ser conscientes de la dramática situación a la que enfrentaban miles

de refugiados españoles que huían del terror de la represión franquista por defender la legalidad

republicana.

Hasta 1951 los refugiados españoles fueron considerados apátridas. Así se lo señalaron los nazis en los campos de exterminio. Solo tras la Convención de Ginebra de 1951, cuando se establece el Estatuto de Refugiados, los españoles exiliados fueron reconocidos como tales. Fueron miles los malagueños que huyeron del terror en febrero de 1937. Muchos salieron para no volver jamás a su tierra. Eran personas humildes, gente corriente en su mayoría, cuyos nombres se pierden en la memoria de los tiempos, pero que lucharon por defender la libertad.  La sociedad española tiene aún un deber de memoria con todos ellos.

 

[1] FERNÁNDEZ MARTÍN, Andrés y BRENES SÁNCHEZ, Maribel, 1937. Éxodo Málaga Almería. Nuevas fuentes de investigación, Arastipi Ediciones, Málaga, 2016, página 112.

[2] VILAR, Juan-Bautista, La España del exilio las emigraciones políticas españolas en los siglos XIX y XX, Madrid, Editorial Síntesis, 2006. p. 333

[3] DREYFUS-ARMAND, Genviéve y TEMIME, Émile, Les camps sur la plage, un exil espagnol, Autrement, París, 1995, p. 37.

[4] ALTED VIGIL, Alicia y DOMERGUE, Lucienne. (coord.), El exilio republicano español en Toulouse, 1939-1999. Madrid, UNED, 2003. P. 18.

[5] ALTED VIGIL, Alicia, La Voz De Los Vencidos. El exilio republicano de 1939. Madrid, Aguilar, 2005. P. 61.

[6] DREYFUS-ARMAND, Geneviève, L`exil des républicains espagnols en France. De la Guerre civile á la mort de Franco, Albin Michel, París, 1999, p. 157.

[7] ADÁMEZ CASTRO, Guadalupe, Gritos de papel, Comares Historia, Granada, 2017.

[8] COLOMINA SÁNCHEZ, Juan Francisco, El exilio republicano español a través de la prensa francesa, Trabajo Fin de Máster, Universidad de Almería, 2012, p. 80.

[9] Los datos de los exiliados españoles han sido recogidos de los diferentes Archivos Nacionales de Francia.

[10] Inocencio Fabra González (Vélez-Málaga, 1918). Agricultor. Internado en los campos de Rivesaltes y Argelès-sur-          Mer. Destinado en la 5ª Compañía de Trabajo.

[11] Diego Herrera Tardolea (Málaga, 1921). Agricultor. Destinado en la 5ª Compañía de Trabajo.

[12] Vicente Farier Forcado (Málaga, 1919). Agricultor. Destinado en la 5ª Compañía de Trabajo.

[13] Lucas Morillas Díaz (Málaga, 1910). Agricultor. Destinado en la 5ª Compañía de Trabajo.

[14] Antonio Godoy Aguilera (Málaga, 1910). Agricultor. Destinado en la 5ª Compañía de Trabajo.

[15] Antonio González Silva (Málaga, 1917). Agricultor. Destinado en la 5ª Compañía de Trabajo.

[16] Francisco Huelgas (Málaga, 1918). Agricultor. Destinado en la 5ª Compañía de Trabajo.

[17] Francisco González Pastor (Málaga, 1914). Agricultor. Internado en el campo de Agde. Destinado en la 5ª Compañía de Trabajo.

[18] Salvador Ruiz (Málaga, 1906). Agricultor. Destinado en la 5ª Compañía de Trabajo.

[19] José Chica Fernández (Vélez-Málaga, 1909). Agricultor. Internado en los campos de Agde y Argelès-sur-Mer. Destinado en la 5ª Compañía de Trabajo.

[20] Juan Rodríguez Sánchez (Málaga, 1904). Teniente del ejército republicano. Destinado en la 34ª Compañía de Trabajo.

[21] GILDEA, Robert, Combatientes en la sombra, Taurus, Madrid, 2016, p. 303.