“Claves narrativas para una historia oral de crímenes de guerra y la resistencia republicana:  La transmisión intergeneracional de la memoria democrática”

Francie Cate-Arries

Catedrática y directora, Department of Modern Languages & Literatures, William & Mary (Virginia, USA), afcate@wm.edu

 

En una entrevista de 2015, Carlos Guijarro–el guionista y dibujante de la historieta Paseo de los canadienses sobre la huida de Málaga a Almería—explicó la significancia de La Desbandá respecto a los crímenes de lesa humanidad, la memoria testimonial y la justicia:

En un caso como este, que implican crímenes de estado que ni siquiera una situación de guerra puede justificar, reconocer la injusticia cometida y hacerlo social e institucionalmente, es el primer paso para poder superar los traumas derivados de la guerra civil. Después de tantos años, se trata básicamente de una reparación moral a las víctimas y sus familiares. [. . .] Somos el país del mundo, después de Camboya, con más muertos perdidos en las cunetas. En este sentido, la amnesia española es una anomalía en occidente y eso hace que viejos traumas y viejas heridas sigan latiendo, transmitiéndose de generación en generación. […] Si algo se debe reivindicar en esta historia es el valor de la memoria; la memoria es la principal y casi única arma que tiene la víctima frente a la injusticia.” (Jesús Jiménez, RTVE Noticias, 2015)

Por su parte, el historiador Pablo Sánchez León—basándose en el concepto foucaultiano del régimen de la memoria, constituido de prácticas públicas, políticas estatales y discursos sociales que transmiten valores entre el pasado y el presente (“La memoria cívica” 2009: 102)—reivindica otro discurso público capaz de crear una narrativa alternativa, instituida dentro de los parámetros de los derechos humanos universales: “Human Rights justice and culture demands a very different kind of historical thinking, and a brand new regime of memory” (“Past Jihads…” 2016: 50). Sánchez León insiste en el rol imprescindible de estas “narrativas alternativas” largamente marginadas, en la transformación de un antiguo régimen establecido de memoria (2009: 105).

Me interesa destacar que la transmisión intergeneracional de estas “narrativas alternativas” contados oralmente por los que experimentaron la violencia estatal en Andalucía, ha sido clave en la construcción de este nuevo régimen de memoria. Encuentro especialmente sugerentes los escritos de Reyes Mate, filósofo español y especialista en la ética de la memoria frente a los crímenes del pasado, autor de libros como La herencia del olvido (2008), Justicia de las víctimas (2013) y Tratado de la injusticia (2018). Reyes Mate, haciendo eco del gran pensador alemán Walter Benjamín, ha explicado que el legado invisibilizado de los malogrados proyectos republicanos para crear una sociedad española más justa nunca desapareció del todo, sino que siguió latente en sucesivas generaciones como una llamita de la esperanza (Mate, 2008: 160-1). Asimismo, Mate ha estudiado el papel crucial del testigo en el proceso de rescatar del olvido las verdades, no solo devaluadas sino aplastadas por los vencedores de la historia oficial.  Las semillas de la toma de conciencia ciudadana y del movimiento memorialista de hoy en día, se arraigan inicialmente en la transmisión intergeneracional del testimonio oral, lo que Mate denomina “la noticia de lo que se ha perdido” (2009: 22). El gran filósofo de la memoria hace hincapié en el profundo valor de los relatos memorísticos por su capacidad de desencadenar futuras intervenciones colectivas en defensa de los que murieron sin poder ver realizados sus proyectos vitales. Cito a Mate: “Los vencidos transmiten de generación en generación, a través de sus leyendas y cuentos, sus experiencias dolorosas, hasta el momento en que el canto y el relato se traducen en acción política” (2009: 204).

Como punto de partida para mi comunicación repito estas palabras: “Los vencidos transmiten de generación en generación … sus experiencias dolorosas, hasta el momento en que el canto y el relato se traducen en acción política”. El testimonio oral no solo protege la memoria familiar de los seres queridos perdidos a las balas y bombas lanzadas por los fascistas, sino que abre paso al camino de la Verdad, la Justicia y la Reparación. En julio de 2014, el relator especial de la ONU, Pablo de Greiff presentó al Consejo de Derechos Humanos el informe sobre su misión en España para investigar los crímenes de lesa humanidad cometidos por los poderes franquistas a raíz de la sublevación militar. En la conclusión, destacó una de sus observaciones principales, la “gran distancia entre las posiciones de la mayor parte de las instituciones del Estado por un lado y por otro las víctimas y asociaciones” (2014: 19). Refiriéndose a esta “brecha preocupante”, el relator de Greiff seguía: “Las autoridades parecen indicar que, en la medida de lo posible, las demandas de las víctimas y asociaciones han sigo mayormente atendidas, pero muchas de ellas se sienten insuficientemente reconocidas y reparadas” (19). Por otra parte, de Greiff reconoce la admirable labor llevada a cabo por los mismo descendientes de las víctimas del terror franquista, aliados con sus conciudadanos en diversos colectivos de la memoria: “La sociedad civil y en particular las asociaciones de víctimas y familiares, principalmente la generación de los nietos, son quienes han impulsado iniciativas […] Esta situación responde al profundo compromiso de las víctimas y familiares y asociaciones por mantener vivas la voz y los reclamos de las víctimas, como al vacío dejado por el Estado en atender esos reclamos” (19).

De forma más reciente, en vísperas de la aprobación estatal en 2022 de la nueva Ley de Memoria Democrática, primeramente se publicó un “Proyecto” anterior, fechado en julio de 2021, haciendo mención especial al protagonismo de las mujeres, las citadas “vencidas de la guerra”, en la lucha por la supervivencia durante el franquismo, reconociéndolas por la entereza, dignidad y fortaleza para sacar adelante a su familia y a su comunidad en tiempos de violencia, discriminación y desigualdad: “En esas luchas y sufrimientos las mujeres españolas desempeñaron un papel singular, por ser sujetos activos en la vida intelectual, profesional, política y sindical de nuestro país. […] Asimismo, y en diferentes momentos de la historia, fueron represaliadas por haber intentado ejercer su derecho al libre desarrollo personal y haber transgredido los límites de la feminidad tradicional. Por tanto, en la promoción y transmisión del conocimiento ha de recogerse su contribución a la Memoria Democrática.” Hago hincapié en estas palabras finales: “en la promoción y transmisión del conocimiento ha de recogerse su contribución a la Memoria Democrática”. Son las testigos y los testigos de la generación de los abuelos, así como sus interlocutores—nietos, hijos, sobrino nietos–oyentes siempre atentos a las narraciones orales de las verdades ocultas de los crímenes de lesa humanidad, quienes han hecho posible las jornadas que celebramos en estos días. Sin “el canto y el relato” de los testimonios orales, quizás no hubiéramos podido reunirnos hoy—nosotros, colectivos de académicos, ciudadanos, voluntarios, investigadores, familiares de las víctimas y partidarios apasionados de la verdad histórica—para indagar de forma pública los crímenes del franquismo.

Ahora me complace regalarles una muestra de las bellísimas, emotivas palabras de tres de estos testimonios orales que han sobrevivido a lo largo de la dictadura, a lo largo de los años del Pacto de Silencio de la Transición democrática, hasta la sonora, implacable reivindicación popular de su derecho a hacerse oír, ubicándose como los cimientos de cualquier Ley de la Memoria Democrática que se produzca, hoy o mañana. Constituyen el nuevo, potente régimen de memoria de que hablaba el historiador Pablo Sánchez, espacio discursivo capaz de publicitar las “narrativas alternativas” que subvierten la historiografía anacrónica y falsa del franquismo y también de sus herederos actuales de la ultra-derecha. El objetivo de los ejemplos que describo a continuación es trazar el camino de la Memoria Histórica que nace en el llanto privado del duelo familiar y se desemboca, décadas después, en el griterío de voces unidas en el escenario público, reclamando la Verdad, la Justicia y la Reparación.

Empiezo compartiendo el testimonio de Juan Manuel Fernández Roldán, generoso y paciente interlocutor que falleció en 2017, un año después de nuestra entrevista. Se calcula que hubo más de 200 desapariciones forzadas en el pueblo de San Fernando, entre ellos ciento ocho militares fieles al legítimo gobierno de la II República. Diecisiete concejales locales fueron igualmente detenidos y asesinados en este mismo periodo, el último alcalde republicano Cayetano Roldán, el abuelo de Juan Manuel, entre ellos. El caso de la familia Roldán ha llegado a ser legendario en la memoria colectiva no solo de los vecinos de San Fernando sino de la provincia de Cádiz, tanto por el enorme respeto y gran cariño del que disfrutaba en vida el conocido médico, así como la emotiva historia de su fusilamiento y el de sus tres hijos varones, Manuel, Juan y Cayetano de 26, 24 y 20 años.  Ochenta años después, a pie de la fosa del Cementerio San Roque de Puerto Real donde se suponía que yacieran los restos de los jóvenes asesinados, el sobrino de los tres, Juan Manuel Fernández Roldán, me ofreció un perfil ideológico de Cayetano Roldán, resaltando en primer lugar sus valores humanistas e igualitarios:

Mi abuelo era médico […] excelente cirujano y una persona de un corazón inmenso, ¿no? Era un hombre que acudía a curar a los pobres, sea el día que fuera, la hora que fuera y no les cobraba. Y a veces no solo no les cobraba, sino que les dejaba dinero debajo de la almohada. Para él, no había clases sociales. Para él, solo había dolor, y necesidad a la que acudir a reparar. Este tipo de gente no interesaba para una España donde los que habían tenido siempre privilegios no querían perderlos, aunque les costara la vida de un millón de españoles.

A Fernández Roldán, primer presidente de AMEDE, la asociación memorialista de San Fernando, le nació la conciencia sobre la memoria de la represión franquista de puertas para adentro, a pie de la máquina de coser de su madre Catalina, hija mayor y “mano derecha” en el consultorio de su padre Cayetano. En los años del franquismo, su madre solía contar sus recuerdos familiares a las hermanas mayores de Manuel, mientras el pequeño se ponía a su lado: “Yo de niño era un poco revoltoso. Entonces mi madre me castigaba, al pie de la máquina de coser…me ponía en el suelo a estudiar y mi madre les contaba a mis hermanas mayores y yo me escuchaba todo.” Y recuerdo todo. “Todo lo que hablo indudablemente es por boca de mi madre.” Igualmente, su madre Catalina, como me han confirmado las hermanas de Juan Manuel, Ángeles y María, les enseñó a sus ocho hijos en los negros días de la posguerra, para que supieran resistir frente a siniestras indagaciones sobre comprometedores conocimientos familiares. Ángeles ha dicho: “Cada día cuando íbamos al colegio nos decía que a todo lo que nos preguntaran, no sabíamos nada.” En este caso, el silencio era también una forma de resistencia.

Andrés Rebolledo Barreno, Presidente de Asociación de Familiares de Represaliados por el Franquismo en La Sauceda y El Marrufo, y activista quien organizó la exhumación de 2012 en el cortijo El Marrufo, recuerda los relatos de su madre Juana sobre la abuela Eleuteria, cuyo esposo Andrés Barreno fue asesinado en la masacre de civiles en noviembre de 1936. Juana tenía catorce meses cuando fusilaron a su padre; cuando en el año de 2014 cuando una prueba de ADN identificó los restos de su padre entre los veintiocho cadáveres exhumados en la fosa, Juana ya había cumplido setenta y ocho años. Juana no pudo conocer al padre, pero gracias a su madre Eleuteria, la mujer doliente que le transmitió la memoria familiar, sí se crio sabiendo la verdad de su asesinato, aunque no el paradero de los restos. En la entrevista conmigo, Juan contó lo que decía a su madre: “Decía, ‘Mamá, uste no…cuando mi padre…, ni lloraba ni…” Decía, ‘no hija, yo no podía llorar, yo tuve que dejar mi pena en un rinconcito e irme a trabajar.’” Es notable que, en el testimonio de Juana, que ha sido grabado con distintos entrevistadores en tres ocasiones, siempre se repita la frase hecha que visibiliza la imposibilidad de llorar en su momento, la muerte del ser querido: “tuve que dejar mi pena en un rincón”. El etnógrafo Francisco Ferrándiz ha denominado este tipo de recurso lingüístico repetido a través de las generaciones como “reciclaje generacional”. Esta estrategia discursiva concretiza la memoria, archivándola en la memoria familiar igual que los objetos de la memoria ya referidos. Eleuteria no expresó el luto de manera abierta, pero sí sabía resistir frente a las mentiras sancionadas por el régimen sobre la historia. Explica Juana: “Entonces as que estaban viudas de la guerra, dio Franco una orden que les iban a dar una paga, una paga que sería una miseria. Entonces la llamaban a ella, no sé si fue al ayuntamiento, o fue al cuartel, no sé adónde fue, y le dijeron, ‘Eleuteria, tú tienes que firmar aquí como tu marido fue muerto de muerte natural.’ Mi madre dijo, “no, a mi marido lo mataron y no firmo.’ Y no firmó.” En los espacios públicos del franquismo—en el ayuntamiento, en el cuartel, donde fuera que la mandaran presentarse—Eleuteria supo decir que no. Este acto de rebeldía le imposibilitó el recibo de una pequeña pensión mensual, por mísera que fuera, pero el legado testimonial forma la base de la memoria generacional de los descendientes, sembrando semillas de la conciencia política que heredan las generaciones de los nietos y las nietas.

Por último, os presento a Ana María Venegas, antigua Presidenta de la Asociación de Familiares de los Fusilados de Ubrique y luchadora pionera para que se llevara a cabo en 2004 en el cementerio de El Bosque la primera exhumación con éxito subvencionada por la Junta de Andalucía. Ana se crio en los años cincuenta y sesenta observando a su abuela Isabel practicar un ritual inexplicable para una niña. Desde que tiene uso de la memoria, Ana recuerda a su abuela colocar una rosa blanca al lado de la foto de su esposo José Bazán Viruez, concejal por Izquierda Republicana, fusilado el 15 de agosto de 1936. Ana ubica tanto la génesis de su propio duelo indirecto, así como su futura concienciación política en relación a la historia de los fusilados, en su observación de esta práctica cotidiana del duelo. Este ritual se representa visualmente en la portada de la memoria que Venegas publicó en 2010, Los nuestros, una crónica de su compromiso para traer a casa los restos del abuelo y cerrar el ciclo del duelo inconcluso que se inició en 1936. Pero la vida política del retrato peripatético perduró más allá del desenterramiento de los trece ubriqueños. En la misma exhumación se descubrieron otras fosas con los restos de vecinos de Benamahoma y Grazalema, pero las autoridades decidieron parar las excavaciones. Familiares de las tres localidades se presentaron en la Consejería de Justicia en Sevilla para demandar que siguieran con las exhumaciones. En la misma mesa delante de los delegados del Estado, los nietos colocaron las fotos, dándoles un lugar de honor a sus seres queridos. Ana recuerda el momento: “Y nosotros como el batallón de la República preparado, cada uno con su fotografía de su abuelo, allí está, y la pusimos alrededor de la mesa y dijimos ‘no nos vamos a mover nosotros de aquí’. Efectivamente, se autorizó la segunda fase de las excavaciones en 2005.

Volvamos a la novela gráfica de Carlos Guijarro, Paseo de los canadienses, la primera historieta que tratara los sucesos trágicos de La Desbandá. Cuando esta obra se publicó en el año 2015, ya para entonces en el mundo de las novelas gráficas sobre la memoria democrática se había establecido el tropo narrativo de que la verdad de violencia y represalias fascistas se generara de una testigo familiar. Un largo silencio de Miguel Gallardo, una historieta pionera sobre el tema publicada en 1997, se centra exclusivamente en los testimonios del padre del guionista y el protagonista de la trama. El punto de partida narrativo de Vuestro grito…romperá su silencio: Cómic de la Memoria Histórica de Espera, publicado por Fernando Sígler y Kalvellido en 2010, consta de una serie de relatos sobre la masacre de civiles en la provincia de Cádiz que le cuenta un abuelo a su nieta María. Del mismo año de 2010 es El ángel de la retirada, con dibujos de Paco Roca, que narra la tragedia del éxodo de medio millón de republicanos rumbo a Francia. [Otros ejemplos: El arte de volar; El convoy; Asilo]

Así que no es de extrañar que en la obra Paseo de los canadienses, el autor Guijarro se sirva de la figura de una testigo ocular que sobrevivió la huida de Málaga en 1937 como el eje narrativo de los eventos que se desarrollan en las próximas cien páginas de la novela. Esta abuela de un amigo, la señora Macarena, es la portavoz que lleva a sus interlocutores que la rodean en la sala de su casa, así como a los lectores y las lectoras del cómic, a comprender la tragedia que se desenvolvió en La Desbandá. Tampoco es de extrañar que la narración redactada por el guionista Guijarro, se base en los testimonios reales recogidos por conocidos historiadores e historiadoras como Encarnación Barranquero Texeira, Lucía Prieto Borrego y Jesús Majada Neila; también Guijarro cita entre sus fuentes bibliográficas los testimonios directos de supervivientes como Cristóbal Criado Moreno, Carmen Jiménez Madrigal y Ángeles Vázquez León. Hoy, en este mismo congreso, tenemos el honor de escuchar el testimonio de otras supervivientes de la carretera de la muerte, gracias a la posmemoria familiar con la que Annie González Haro ha podido difundir la historia vivida por su hermana Margarita Roldán González y una docena de familiares cuando huyeron de Málaga. Lo que sabemos de la experiencia de los vencidos de la guerra y la represión—el hambre; el trauma; la deshumanización de los rojos; el terror; la solidaridad; la transmisión intergeneracional de los valores ideológicos; los paisajes sonoros invocados—es gracias a otros testigos oculares y sus descendientes que se negaron a olvidar las historias de la violencia estatal largamente silenciadas, siguiendo para siempre los caminos de la memoria.

El papel de la generación de la posmemoria—la de los hermanos Fernández Roldán, Juan Manuel, Ángeles y María; la de Juana Barreno y Andrés Rebolledo; la de Ana María Venegas y su hermana Alicia; la de Annie González Haro—ha sido clave en la transformación del duelo personal en un discurso conmemorativo colectivo y en una historia nacional menos fragmentaria e incompleta. Los sitios del terror han sido reconstruidos como lugares para la memoria. El 29 de octubre de 2019, se inauguró en San Fernando el busto en homenaje a Cayetano Roldán, justo en día en que se cumplieron 83 años de su fusilamiento. Sus nietas Ángeles y María, hermanas de Juan Manuel, co-fundador del colectivo de la memoria AMEDE, presenciaron el acto que reconoció al alcalde sacrificado. X años después… En 2016, el hijo de Juana Barreno, Andrés Rebolledo, inauguró una Casa de la Memoria en Jimena de la Frontera, uno de los primeros museos dedicados a la recuperación de la memoria histórica de la represión franquista.

En el espíritu de homenaje que representa la serie de conmemoraciones que acabamos de ver, concluyo con unas palabras del magnífico escritor uruguayo Eduardo Galeano, quien nos dejó estas reflexiones sobre las exhumaciones, en una breve escrito de 2007 titulado, “Abracadabra”. El gran pensador Galeano celebra precisamente “el canto y el relato” que nos ha dejado la memoria popular que nunca ha olvidado el sueño de la libertad y la igualdad:

No viene nada mal recordar aquella palabrita que todos aprendemos en los cuentos de la infancia: abracadabra, la palabra mágica que abría todas las puertas, y recordar que abracadabra significa, en hebreo antiguo, ‘Envía tu fuego hasta el final.’ Las exhumaciones, más que sepelio, son una celebración. Estamos celebrando la memoria viva de todas las mujeres y hombres generosos que en este país enviaron su fuego hasta el final […] Porque en las horas más difíciles, en aquellos tiempos enemigos, en los años de mugre y miedo de la dictadura militar, ellas y ellos supieron vivir para darse y se dieron enteros […] como si viviendo cantaran aquella antigua copla andaluza que decía, y dice todavía, por siempre dice: Tengo las manos vacías, pero las manos son mías.