DR. NORMAN BETHUNE: LA FORJA DE UN HÉROE
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Arenas y E. Girón
A finales de octubre de 1996 se organizó en la Casa de América un homenaje a la figura del Dr. Norman Bethune (1890-1939), al cumplirse el sesenta aniversario de su llegada a España. Este acontecimiento fue un precedente decisivo al que queremos sumarnos con nuestro trabajo, centrándonos sobre todo en la actuación de este médico canadiense en Andalucía.
Si hubiera que caracterizar la vida de Bethune en una palabra cabría hablar de intensidad, esa fuerza que aprendió de su admirado Walter Pater, el ensayista victoriano inglés, autor del libro El Renacimiento que tanto influiría en Oscar Wilde. Pater recomendaba a sus discípulos que el éxito en la vida consistía en arder siempre con la llama eterna y mantener este éxtasis. Con esta intensidad que predicaba el autor que tanto le marcó, va a vivir Bethune los siete meses y medio que estará entre nosotros.
Esta actividad incesante que le llevará a un consumo excesivo de alcohol, factor que tal vez fuera decisivo para su repatriación a Canadá.
La personalidad del Dr. Bethune puede provocar grandes fobias o filias, pero en ningún caso indiferencia. Lo cierto es que esperábamos encontrarnos a un brigadista más de los muchos extranjeros que vinieron a nuestro país a luchar contra el fascismo y apareció ante nosotros una persona de difícil clasificación. Su perfil es comparable a un caleidoscopio que ofrece múltiples facetas entre las cuales podemos destacar su condición de médico, inventor, artista, pedagogo y escritor.
¿Se puede considerar a Bethune como un héroe? Si atendemos al diccionario que señala que un héroe es «una persona que ha realizado una hazaña admirable para la que se requiere mucho valor», podemos afirmar que Norman Bethune reúne las condiciones para tal denominación. Este aspecto se verá confirmado en el título del film sobre su vida The Making of a Heroe1, cuyo guión está escrito por Ted Allan, autor también de la biografía más conocida del Dr. Bethune.
1 Bethune: The Making of a Heroe (1990), Dir. Philip Borsos. Los principales intérpretes son Donald Sutherland y Anouk Aimée.
Una de las primeras preguntas que uno se plantea ante este personaje es el motivo que impulsa a un cirujano brillante, de mediana edad, a abandonar la comodidad profesional en la que está instalado y dirigirse a un país en guerra. La respuesta nos la proporciona el propio Bethune: «Fui a España por una cuestión de honor». Sin embargo, este compromiso ético ‒presente a lo largo de su vida‒ contrasta con una etapa anterior en la que ejerce de dandi hedonista y hasta de artista mecenas. No pasará mucho tiempo antes de sufrir un gran cambio en su conciencia social, lo que le llevará finalmente a realizar un viaje a la Unión Soviética. Allí ha podido comprobar los avances de este país en el tratamiento de la tuberculosis, enfermedad que el mismo sufrió y a cuya tarea dedicará gran parte de sus esfuerzos profesionales. Bethune, impresionado por el sistema sanitario soviético, intentará, sin éxito, que su país haga las reformas que él estima muy necesarias. La culminación de todas estas ideas será su ingreso en el Partido Comunista de Canadá.
Ya en Canadá , la autoridades sanitarias escucharán con interés las teorías del utópico Bethune sobre una medicina socializada. Sin embargo, poner esto en práctica, requerirá todo un cambio en el sistema económico y lo que es aún más difícil si cabe: cambiar la mentalidad de fácil lucro que en este momento impera en el mundo médico y en general en la sociedad capitalista canadiense. Las ideas de Bethune en este campo fructificarán más tarde. La realidad era que no se encontraba cómodo en Canadá. El Dr. Bethune era en aquel momento «un rojo incómodo» que más tarde declarará en una conferencia en la Montreal Medic-Chirurgical Society: «Eliminemos los beneficios económicos de la medicina, y arranquemos de nuestra profesión el individualismo salvaje»2. Tal vez esto era demasiado pedir para los tiempos que corrían.
SU ESTANCIA EN ESPAÑA
Norman Bethune se encuentra en una difícil encrucijada a sus 46 años, la relación con su esposa Agnes Frances, vuelve a fracasar. Ha trabajado profesionalmente en el campo de la tuberculosis y ha ejercido como Jefe de Servicio del Hospital Sacré Coeur, siendo uno de los profesionales mejor pagados. Sin embargo, se encuentra totalmente decepcionado con las clases médica y política. Norman buscará otros horizontes en los
2 Citado por R. Stewart en Bethune, pág. 76. Publicada más tarde en Canadian Doctor con el título de
Take prívate profit Out of Medicine, enero 1937.
que sus proyectos tengan más eco. España es un país que en estos momentos se debate en una despiadada guerra civil desde mediados del año 1936. Para muchos en esta guerra se dirime la lucha de las dos fuerzas políticas que surgen a partir de la Primera Guerra Mundial: Comunismo y Fascismo. El cirujano canadiense contempla con cierto pesimismo la situación política mundial y le cuesta permanecer indiferente ante el golpe de Estado del general Franco. Ya en septiembre le había comentado a su amigo Percy Newman su intención de ir allí. A continuación, le pide 200 dólares para emprender el viaje. La insolvencia económica de su amigo le llevará a contactar con la Cruz Roja, donde le informarán que no tienen intención de intervenir en la guerra de España. Poco después leerá en el periódico New Commonwealth, un artículo acerca de la formación de un Comité de Ayuda Sanitario a la República española, lo que constituirá una espléndida oportunidad para realizar sus planes. Dos de sus miembros, McLeod y Tim Buck, se pondrán en contacto con Norman quien aceptará el ofrecimiento de coordinar la ayuda al Gobierno de la República. Desde hace tiempo este comité ha venido recogiendo miles de dólares que servirán al Dr. Bethune para iniciar sus planes de intervención en España. Por otra parte, él es una persona ideológicamente afín y además su profesión le convierte en el candidato ideal para tal puesto ya que el comité había pensado desde el principio enviar ayuda médica.
Así las cosas, a Bethune le parece que éste es el momento idóneo para romper con el pasado y comprometerse con la realidad de un país donde, como él escribe: «La democracia se debate entre la vida y la muerte. Comenzaron en Japón, ahora en España y después en todas partes. Si no los detenemos en España, ahora que aún podemos hacerlo, convertirán el mundo en un matadero»3.
Bethune llega a Madrid a principios de noviembre, alojándose en el Hotel Gran Vía, lugar habitual para escritores y corresponsales extranjeros situado justo enfrente del edificio de la Telefónica. Enseguida contactará con Henning Sorensen, natural de Montreal y periodista del New Commonwealth que le informa sobre la situación de asedio que sufre la capital de España. Le cuenta que Madrid vive días de gran confusión. El propio Bethune tuvo un altercado nada más llegar a Madrid. Su biógrafo
- Stewart recuerda: «Mientras aguardaba a Sorensen ‒su intérprete español‒ en su segundo día en Madrid Bethune fue objeto de sospecha por parte de un miliciano en un
3 Citado por Allen y Gordon en la pág. 107 de The Scalpel, the Sword. Londres 1973.
café. Cuando entró en el vestíbulo del hotel fue detenido por un inquisitivo miliciano que comenzó a hablarle agitadamente en espalol. Bethune recurrió a un empleado del hotel para que le ayudara. Después de hablar con el hombre el empleado le explicó que, debido a su forma elegante de vestir, su bigote y haber pronunciado la palabra ‘fascista’ en el café, el miliciano estaba convencido de que era un espía. Bethune se rió y se retiró a su habitación. Unos minutos más tarde tras abrir la puerta se encontró con más de cuatro guardias armados y un inspector de policía quien le pidió que se identificara.
Tras examinar el pasaporte de Bethune y un salvoconducto expedido por la Embajada española en París se marcharon4.
Instalado ya en Madrid, se planteará cómo utilizar más correctamente el material médico y el dinero que trae como representante del Comité de Ayuda a la República española. Sin tardanza se dedicará a inspeccionar los hospitales de la capital, toma de contacto que le servirá para comprobar que no es exactamente allí el sitio donde debe colaborar, rechazando el ofrecimiento de ejercer como cirujano en uno de ellos. Cuando visita el frente en la Ciudad Universitaria se entrevistará con el general Klever, que le pondrá en contacto con el Dr. Edward Kisch, médico en jefe de las Brigadas Internacionales, quien a su vez requerirá su ayuda. Bethune sabe que no ha venido a España sólo a operar como cirujano, sino que su misión es coordinar toda la ayuda enviada por Canadá, país que estará presente en la Brigadas Internacionales en el batallón McKenzie-Papineau con 1.200 hombres.
CREACIÓN DEL CENTRO DE LA SANGRE
El 6 de noviembre se entrevistará con Carlos Contreras, su jefe político, en los cuarteles del Quinto Regimiento, momento que Bethune describe de esta forma: «Cuando surgió la pregunta de qué podría hacer yo por España, Contreras dijo que había varias alternativas. Podría trabajar de cirujano en un hospital o con las Brigadas Internacionales, o por último establecer un Servicio Médico Canadiense para trabajar en las ciudades o en el frente»5.
4 Pag. 92 de Bethune de R. Stewart, New Press, Toronto 1973.
5 Pág. 123 de The Scalpel, the Sword.
Sería esta última la opción que elegirá. El Dr. Bethune ha observado en sus visitas a los distintos frentes que el número de bajas en combate podría ser paliado si el suministro de sangre se hiciera más cerca de las líneas de fuego. Esta idea de acudir a los heridos en lugar de esperar a que estos se desangren de camino al hospital más cercano constituye una novedad en la historia de las aportaciones médicas. Éste será pues su plan: Crear un Servicio Canadiense de Transfusiones de Sangre que él mismo volverá a poner en funcionamiento durante su estancia en China y que será habitual en la Segunda Guerra Mundial. En este aspecto su idea es realmente pionera. En una carta a Benjamin Spence, Bethune se expresa así: «Eso significaba trabajar simplemente en un hospital como cirujano y sería el fin del Servicio Canadiense como tal. Parecía mejor seguir el ejemplo de Inglaterra y Escocia formando nuestra propia unidad. Inglaterra tiene el Hospital Inglés y Escocia la Ambulancia Escocesa».
La creación del Centro de Transfusiones de Sangre será su gran labor en España. No se debe olvidar que él es el gestor de unos medios que le permiten diseñar su propia estrategia y acometerlo en la forma más conveniente. El Gobierno en Valencia le ofrece su ayuda para la organización del Centro de Sangre. El 21 de Noviembre Henning Sorensen y él mismo viajan a Londres y París, donde comprarán una furgoneta Ford, en la que instalarán todo el material necesario para distribuir la sangre a los hospitales de campaña. De regreso a Madrid el Dr. Bethune y sus colaboradores Sorensen y Hazen Sise, se instalarán en el número 36 de la calle Príncipe de Vergara, en los bajos de los locales del Socorro Rojo Internacional. Este local será la sede del Servicio de Transfusiones de Sangre, a cuya plantilla se unirán dos médicos españoles y cuatro ayudantes que se encargarán del sector del frente de Madrid Sur. Instalados ya en el edificio, el primer acto que realizan es el acopio de sangre, para lo cual harán un llamamiento a los madrileños por medio de la radio y la prensa. La llamada al pueblo de Madrid es contestada por una gran afluencia de donantes, unos dos mil, que estaban deseosos de dar su sangre para los combatientes del frente. Cuenta su biógrafo Ted Allan que, una vez llenadas las habitaciones con la sangre almacenada, aún quedaba una larga cola por donar. Estos donantes protestaron con cierto aire de desilusión, al oír que podían irse ya a sus casas sin cumplir el objetivo que les había llevado allí.
La segunda parte del proceso incluía la refrigeración y la adición de anticoagulante para su almacenamiento, en algunos casos hasta de tres semanas. En la última parte se hacía la distribución a las distintas zonas del frente donde era requerida, a través de la
furgoneta de reparto, a la que los médicos españoles llamaban cariñosamente ‘la Rubia’. Así el 23 de diciembre se realizan en la Ciudad Universitaria las primeras transfusiones de sangre almacenadas en el Centro Canadiense. De esta forma se hacían realidad sus propias palabras de que él había venido a España no a derramar sangre sino a donarla. Este servicio llegó a proporcionar cien transfusiones diarias. Los detalles sobre la puesta en marcha del citado servicio de sangre pueden verse en el librito Homenaje a Norman Bethune publicado por la Asociación Española de Estudios Canadienses. La aparición de este cuaderno, así como un artículo del profesor Vulpe, han contribuido a divulgar la figura de este médico singular en nuestro país6.
Este servicio de distribución de sangre ampliaría su campo de actuación a medida que los frentes de batalla de la Guerra Civil se iban diversificando, es decir, que la furgoneta seguía los enfrentamientos bélicos. En esta ocasión el Dr. Bethune, Sise y T.C. Worseley, un escritor inglés, se hicieron con un camión de dos toneladas y media para trasportar la sangre desde Barcelona hasta Almería pasando por Valencia, donde llegarían el 10 de febrero. Esta era una buena oportunidad para comprobar el estado de conservación de la sangre, transcurrido un tiempo desde la extracción.
ACTUACIÓN EN LA CARRETERA MÁLAGA-ALMERÍA
Ni Bethune ni sus acompañantes podían imaginarse lo que iban a encontrar en esa carretera. El relato del espectáculo dantesco del que Bethune y su grupo fueron testigos, aparece recogido en sus diarios y en un panfleto que posteriormente editará la República: El crimen de la carretera Málaga ‒Almería, en varios idiomas. Dicho relato habla de uno de los capítulos más vergonzosos de la Guerra Civil. Vergonzoso para los fascistas puesto que en la carretera bombardearon materialmente a la población que huía despavorida; vergonzoso también para el mando republicano que, en la persona de Largo Caballero, abandonó a Málaga a su suerte con su famosa frase de que no dedicaría ni un solo fusil ni una peseta más para Málaga. El comandante Bethune, que había acudido con su equipo para hacer transfusiones de sangre, se encontró una riada de personas masacradas por tierra, mar y aire. Dicha columna humana la componen
6 Este cuaderno conmemorativo fue publicado por el Centro de Estudios Canadienses de la Universidad de La Laguna. El artículo de N. Vulpe apareció en noviembre de 1995 en la Revista Española de Estudios Canadienses, con el título de Counting Feet: Norman Bethune and the Narrative of History.
fundamentalmente mujeres, ancianos y niños; todos ellos exhaustos, hambrientos y angustiados por la situación que acaban de vivir. En ese momento Bethune decide convertir su furgoneta en un improvisado medio de transporte y opta por deshacerse de todo el equipo de transfusión de sangre, para transportar al mayor número de personas posibles. Desbordados por la avalancha humana que pide ser rescatada de ese infierno, Bethune y sus compañeros deciden establecer unas prioridades y llevar fundamentalmente a enfermos y a niños.
Ante semejante espectáculo dantesco, Bethune escribirá en sus diarios cómo vivió esos momentos: «¿Dónde están esta noche, los sacerdotes y cristianos de la tierra que representan Su amor y salvación?, ¿dónde están que no oyen a aquellos que imploran a su Dios? ¿En qué oscuro lugar han arrinconado el amor de los hombres? ¿Dónde están la piedad y la conciencia de un mundo que camina hacia su destrucción…¡Muerte y castigo eterno para aquella furia de asesinos que mataba a mujeres y niños! ¡Infamia y maldición para los que miraban indiferentes! Y para los pobres inocentes que, engañados en todas partes, miran a los enterradores cavando fosas sin pensar que pronto se abrirán para ellos…
»Ojalá tuviera mil pares de manos, y en cada mano miles de armas mortales, y miles de balas para cada arma, y cada una de las balas con el nombre de cada uno de los asesinos de niños – entonces sabría qué decir7».
Durante siete días y siete noches, Bethune y sus compañeros arriesgaron su vida llevando ininterrumpidamente a niños, mujeres y ancianos, salvándoles de una muerte segura. El escritor Alardo Prats señala que los nombres de Norman Bethune y el de sus colaboradores merecen estar en la memoria de todas las personas honorables del mundo por su altruismo y sacrificio. Una vez más el calificativo de héroe aplicado a nuestro personaje, como reseñamos al principio, va tomando cuerpo.
Tras la experiencia de la carretera Málaga- Almería, Bethune diseñará un plan para socorrer a un gran número de niños huérfanos para quienes creará una especie de Aldeas Infantiles que financiará con el dinero que envía el Comité de Ayuda al Pueblo Español. Así las dos primeras aldeas ubicadas al norte de Barcelona se construirán con dinero canadiense. Una vez más su mente clara se pone al servicio de una causa noble.
7 Tomado del diario de Norman Bethune. Citado en pág. 145 de The Scalpel, the Sword.
De regreso a Madrid retomará su trabajo en el Centro de Transfusiones de Sangre con nuevos bríos. Este servicio, ahora llamado Instituto Canadiense de Transfusiones de Sangre, ha ampliado su plantilla en 25 personas y está en proceso de convertirse en una especie de cuartel general de la sangre, con capacidad para atender a todo el ejército republicano, lo cual constituye una novedad en la historia de la medicina. La ampliación del servicio le requerirá viajar hacia París para comprar nuevo material médico. Su frenético ritmo de trabajo le llevará en breve a la batalla de Guadalajara, adonde acudirá sin rehuir el riesgo en ningún momento. El Dr. Bethune expresa a un médico americano su actitud ante el peligro: «Tengo que volver al frente. Es el único lugar que es real. La vida y la muerte son parte del mismo cuadro…El frente es la realidad…Cada minuto es precioso porque puede ser el último y por eso hay que disfrutarlo al máximo8».
ADIOS A ESPAÑA
El carácter inquieto de Bethune propiciará el rodaje de la película The Heart of Spain, que es un tributo a la resistencia del ejército republicano. Para su filmación contó con la colaboración del escritor Herbert Kline, y del fotógrafo Geza Karpathi, quienes acompañaron al médico canadiense en sus incursiones a los frentes de batalla. Este será el documental que se llevará a América cuando regrese a su país.
¿Por qué se marcha el Dr. Bethune de nuestro país? En un principio hay una sugerencia que le hace el comisario Contreras de emprender una campaña en Estados Unidos y Canadá a favor de la República. En un momento de la contienda en que el armamento es una baza importante, parece tener cierta lógica el hecho de que Contreras insista en usar a Bethune como ariete que apoye la causa republicana y contribuya a romper un embargo que Alemania e Italia no respetaban. La propuesta no va a ser del agrado de este último, pero lo aceptará al comprobar que el Comité de Apoyo al Pueblo Español estaba de acuerdo en que el canadiense sería más útil de regreso a casa. Esto podría explicar en parte lo de su partida, aunque siempre quedará la sospecha, como señala
su biógrafo Roderick Stewart, de que hubo algunos hilos secretos que se movieron para lograr su destitución y su repatriación. Parece cierto que pese a la gran labor que
8 Carta del Dr Albert B. Byrne a Stewart.
realizara en el Centro de Transfusiones, Bethune no era una persona que se dejara mandar fácilmente. También en su vida personal había ciertos hechos que jugaban en su contra: su afición a la bebida y una vida algo licenciosa para la moral de la época. Incluso en el Partido era tildado de ‘mal comunista’ por sus polémicas declaraciones que como director de dicho Centro hacía a corresponsales extranjeros. Desaparecía así un personaje algo incómodo para las autoridades extranjeras y para sus colegas españoles que veían con recelo el que un extranjero tuviera tantas responsabilidades.
Una vez cumplida su misión propagandística por Estados Unidos y Canadá, decidirá
‒siguiendo su compromiso ético‒ embarcarse en una nueva aventura: está vez en China, donde el ejército japonés trata de invadir este país. El propio Bethune se lo cuenta a su exesposa Frances:
«El hecho de que me dirigiera a España no me concede ni a mí ni a nadie indulgencia alguna para quedarnos ahora tranquilamente al margen. España es una herida en mi corazón. Una herida que no cicatrizará jamás. El dolor permanecerá siempre conmigo, recordándome siempre las cosas que he visto. España y China son parte de la misma batalla. Me marcho a China porque es allí donde la ayuda es más necesaria; donde yo puedo ser más útil»9.
Su estancia y trabajo en China serán de una intensidad aún mayor a la vivida en España lo cual ha servido para forjar su leyenda de verdadero héroe. Precisamente China será el país encargado de divulgar la ingente labor que este médico canadiense llevó a cabo. Allí se une al Ejército Popular ejerciendo una labor incansable como cirujano de campaña y como formador de médicos y enfermeras chinos. Su contribución fue verdaderamente encomiable. Tras interminables jornadas operando en condiciones tremendamente precarias contrajo septicemia y murió antes de cumplir los cincuenta años.
Una vez más las palabras de Thomas Carlyle se pueden aplicar a Bethune en relación a su concepto de héroe: «El héroe es un hombre que vive en la esfera central de las cosas, en la verdadera, la divina, la eterna cualidad que existe siempre invisible para la mayoría, debajo de lo temporal y lo trivial».
9 Carta enviada desde Hong-Kong. Citada en The Scalpel, the Sword, pág. 167.
ALGUNOS TESTIMONIOS DE LA CARRETERA MÁLAGA-ALMERÍA
MIGUEL ESCALONA QUESADA
Me llamo Miguel Escalona Quesada, por entonces yo tenía diez años. Vivía en el Colegio Municipal de Huérfanos de Torremolinos, porque mi padre había muerto en un accidente unos años antes. Desde los primeros días de 1937 todos los campos de alrededor de Torremolinos, sobre todo donde ahora se sitúa la feria, empezaron a llenarse de gente que, con sus bestias, llegaban desde la provincia de Cádiz y de la parte occidental de Málaga huyendo de los fascistas. Todos los días veíamos pasar los aviones que continuamente bombardeaban Málaga. Un día bombardearon Los Manantiales del agua de Torremolinos, porque con ellos se abastecía a Málaga.
A finales de enero, y ante el temor de que fuéramos cogidos entre dos frentes, las autoridades –con permiso de nuestras familias‒ nos evacuaron a todos los niños del orfanato hasta Nerja, en donde permanecimos varios días. Creíamos que sólo sería cosa de unos días. Pero al poco se produjo la huida general de Málaga, y desde Nerja nosotros nos unimos a los fugitivos. Éramos ochenta niños, y esperábamos en la acera, cada uno con su ropa y alguna cosa más en un hatillo, a que llegaran unos autobuses del Socorro Rojo que nos iban a trasladar hasta Almería. El gentío que pasaba era enorme. Llegaron los autobuses y toda la gente quería subir. En ese momento alguien dio la alarma y apareció un avión que, siguiendo la línea de la carretera, ametrallaba y bombardeaba a baja altura. Muchos salimos corriendo a refugiarnos en el campo; otros prefirieron quedarse en el autobús para asegurarse la plaza hasta Almería. Cuando se marchó después de hacer varias pasadas en las que arrojó bombas incendiarias, volvimos y encontramos nuestro equipaje y los autobuses ardiendo: los que se quedaron estaban muertos, y de los ochenta niños que éramos del orfanato nos juntamos diez; de los demás y de los profesores ya no volvimos a saber, pues como había tanta gente fue imposible reunirse de nuevo.
Pasamos muchas calamidades. Conforme iba pasando la avalancha de refugiados, todo se iba agotando. Era tal el terror, que, si se divisaba a lo lejos un cuervo, se llegaba a pensar que era un avión, y la gente huía aterrorizada. Después de varios días andando,
nos habíamos quedado sin calzado, y caminábamos descalzos. Nunca he olvidado a aquella mujer que, herida por un obús, en medio de un charco de sangre amamantaba y abrazaba a su hijo de dos meses.
El puerto de Motril estaba abarrotado de gente. Allí me encontré con un pariente lejano mío y le pregunté por mi hermano, que era miliciano. Me dijo: “No te preocupes, que lo he visto, pero irse enseguida de aquí”. Seguimos camino, y desde un poco más allá, desde Torrenueva y con un hambre espantosa, vimos cómo bombardeaban el puerto de Motril.
En Aguadulce nos recogieron en un camión unos marineros de un barco fondeado en el puerto. Llegamos a Almería, preguntamos por el Socorro Rojo y se hicieron cargo de nosotros. Todavía sufrimos otro terrible bombardeo sobre Almería. A los pocos días nos llevaron en tren hasta Barcelona, a un colegio de Pedralbes que se llamaba Françesc Maciá. Allí me volví a encontrar con muchos de mis compañeros de Torremolinos…
Aunque casi todos los niños como yo iban siendo enviados a Francia, algunos profesores de Málaga que había allí me decían: “Espérate. No te vayas todavía”. Y así me fui quedando. Pero cuando dos años más tarde se produjo la retirada general de Cataluña, también en febrero, me pasó lo mismo que cuando salí de Málaga: éramos un grupo con otros cinco niños, pasamos mucho frío, mucho miedo, bombardearon la casa en que estábamos refugiados y nos salvamos de milagro, volvimos a ver personas y animales muertos en la huida, cerraron la frontera de Le Perthus y allí a todos agolpados no nos dejaban pasar…
Cuando pudimos entrar en Francia nos llevaron cerca de Angoulême a un campo de concentración. Luego viví con una familia francesa, que se puso en contacto con la mía. Yo lloraba mucho (hacía casi tres años que no veía a mi madre) y, aunque ella me daba a entender que las cosas no estaban nada bien, volví a casa en agosto de 1939. Ya tenía 13 años.
Mi vuelta fue un acontecimiento: cuando llegué a la panadería que había en el centro, había medio pueblo detrás de mí. Pero Torremolinos era un desbarajuste: mi hermano estaba en la cárcel condenado a muerte; a mi madre y a mis cuatro hermanas las habían pelado y les habían dado aceite de ricino; sólo de la calle Rafael Quintana, al lado de mi
casa, habían fusilado a diez: era gente noble, trabajadora y sencilla; a María la Calderona le fusilaron sus tres hijos: no volvió a comer y se murió de pena.
Al poco de yo llegar, fueron las fiestas de San Miguel. Pasaba la procesión y yo me acerqué a verla: para mí era una cosa nueva, pues primero había estado en el orfanato y luego fuera durante guerra. El sacristán era el jefe de Falange de Torremolinos; iba vestido de falangista, con las flechas y todo eso. Cuando me vio allí parado y que no estaba en las filas, detuvo la procesión y, señalándome, dijo a voces: “Ved cómo los rojos educan a los niños”.
NATALIA MONTOSA RIVAS
Me llamo Natalia Montosa Rivas. Mi padre era de derechas, y durante los siete primeros meses de la guerra apenas salía de casa por miedo a que lo cogieran. Por eso cuando la gente empezó a irse, él no quería hacerlo. Pero nosotras teníamos mucho miedo, especialmente yo (Natalia) porque decían que iban a entrar en Málaga los moros y que cortaban los senos a las niñas y a las muchachas, y las violaban. También teníamos miedo porque oíamos a Queipo de Llano por la radio. que decía: «Malagueños, maricones, ponedle pantalones a la luna…» Además, un vecino nuestro llegó el día 7 diciendo que el Gobierno Civil (la Aduana) estaba cerrado y que había un cartel que decía: «Sálvese quien pueda». Convencimos a mi padre, y salimos.
La huida fue totalmente desorganizada. Íbamos mi padre, mi madre, mi hermano Antonio y nosotras dos; con nosotros también iba una familia vecina nuestra. Salimos el día 7, que era domingo de carnaval, a las diez de la noche, y siempre fuimos andando, hasta que llegamos a Maro el miércoles. La carretera estaba llena de gente, como la calle Larios en ferias o en Semana Santa. Mi padre cada poco llamaba: ¡Natalia!,
¡Antonio!, ¡Maruja!… para que no nos perdiéramos. Una de las noches durmió a nuestro lado un muchacho de Antequera, como de catorce años, que se había perdido de su hermano y de sus padres.
El tren no funcionaba. Pasaban muchos camiones y muchos coches, que no llegaron muy lejos porque se acabó la gasolina. Pero la mayoría de la gente iba andando. Cada uno llevaba lo que más apreciaba: el ajuar, el traje de novia, máquinas de coser…; yo
(Natalia) cogí los zapatos blancos (habían costado 13 pesetas) y el vestido celestito de escobón que había estrenado ese día. Luego, mucho más adelante, empezamos a ver muchas cosas abandonadas por la carretera, porque la gente no podía cargar con ellas; nosotras queríamos coger las cosas, pero mi padre no nos dejaba porque pesaban mucho. Nosotras creíamos que en un día de caminata llegaríamos a Almería, pero hasta Maro tardamos dos días y medio.
Había muchos milicianos que pasaban con vehículos y ofrecían llevarse a los niños, pero mi padre nunca permitió que nos separáramos. Nos alimentábamos de azúcar moreno, lechugas y cañadú que mi padre iba cortando. Nos dolían las mandíbulas de tanto masticar… Un día mi padre consiguió un poco de arroz y lo cocinó en una palangana que encontró por allí.
Durante todos los días del camino dos barcos nos estuvieron bombardeando. Estaban muy cerca, casi en la orilla. Aunque yo creo que no tiraban a dar; lo hacían para asustar a la gente para detenerla y para que se volviera. Pero murió mucha gente: no se me olvidará nunca una mujer con un niño pequeño en brazos; habían disparado desde el barco un proyectil, y las piedras que saltaron le dieron a la mujer en la cara: ella quedó muerta con el niño en brazos, al que no le pasó nada…
La última noche, mientras íbamos andando yo vi a lo lejos, detrás de nosotros, muchas luces que antes no había visto; le preguntaba a mi padre, y él me decía: «Calla, y sigue andando». Las luces se acercaban cada vez más. Al día siguiente nos dijeron que eran los italianos, que estaban muy cerca. La mayoría de la gente se escondió en el monte. Desde los tanques disparaban con las ametralladoras a todas partes.
Ya no tenía sentido seguir adelante, pues ya no podíamos llegar a Almería, porque los nacionales habían conseguido cortar la carretera en Motril. Comenzamos el regreso a Málaga. Por la carretera vimos muchos muertos: entre otros, milicianos ahorcados, una familia entera (el padre miliciano, la madre y tres niños) con tiros en la cabeza; muchos prefirieron suicidarse y dar muerte a su familia antes que caer en manos de los nacionales. Mi madre tenía las piernas hinchadas y no podía andar más. Al principio volvíamos andando, pero luego subimos al tren.
Cuando llegamos a Málaga a nosotros no nos pasó nada, pero a mucha gente la encerraron en un barco que había en el puerto, y a muchos los fusilaron, sobre todo en el cementerio de San Rafael.